Una nación loteada y expoliada

Se atribuye al economista Simón Kuznets haber dicho: “Existen cuatro clases de naciones: desarrolladas, en desarrollo, Japón y la Argentina”. La diferencia de Japón sería en sentido positivo, por su capacidad de resiliencia luego de Hiroshima y Nagasaki. La Argentina lo sería en sentido negativo, por su persistente decadencia a pesar de contar con inmensos recursos naturales.

Hasta Carlos Marx se sorprendería ante la “excepcionalidad” argentina, pues en 1848 había descripto al Estado como “una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa” (“Manifiesto Comunista”, 1ª parte) y hoy, como Kuznets, abriría la boca al verificar que en la Argentina las cosas son siempre al revés. Regresaría, quizás, a la biblioteca del Museo Británico a escribir sobre nuestro caso, como la excepción que confirma la regla.

Aquí el Estado no es instrumento de la clase burguesa para explotar al proletariado, como lo describió Marx, sino a la inversa: es usado por pícaros que logran cargos públicos para hacer fortuna y convertirse en burgueses, a costa de un proletariado ingenuo que los vota, mientras se lo explota. Ha sido cooptado por intereses sectoriales, políticos venales, operadores todoterreno, militantes engreídos, mariscales sin bastones, trepadores de paraavalanchas, punteros barriales y buscavidas varios, para lucrar con desvíos de poder en su provecho.

Estos grupos oportunistas se suceden según los vaivenes de la política y las suertes de las urnas. Se nutren de flujos de riqueza que provienen de las contrataciones públicas, de subsidios sin control, de intermediar planes sociales, otorgar créditos blandos, adjudicar permisos, aplicar prohibiciones, amparar abusos, crear mercados cautivos o engordar cajas sindicales, hasta que desaparecen del escenario con las alforjas llenas, dejando pasar a nuevas camadas que continúen la expoliación hasta que los recursos se agoten.

Nuestro país es el paraíso de la improductividad, por deformación de los incentivos y las cargas para producir con eficiencia y por el desvío de la inversión pública a la compra de chatarra ferroviaria, a construir rutas inconclusas o inconducentes, o a postergar gasoductos indispensables. Todas esas distorsiones configuran el famoso “costo argentino” que unos se imponen a otros, obstaculizando la apertura de la economía, necesaria para crecer en serio.

En la Argentina, no hay baldosa que se levante de donde no surjan personajes ignotos y prósperos, verdaderos dueños de parcelas de lo público, en connivencia con sus jefes políticos, sindicalistas o empresarios clientelistas. Orfebres silenciosos de una trama indestructible que los protegerá ante quienes intenten cambios sin advertir la complejidad del desafío.

Como muestras, vale la pena recorrer noticias recientes. Hace unos días se hizo público que la AFA designó a Deportick para comercializar las entradas para los partidos de la selección nacional. Tan pronto nuestro columnista Carlos Pagni levantó esa baldosa, apareció Javier Faroni, marido de una diputada del Frente de Todos y amigo de Sergio Massa, quien lo ubicó como director de Aerolíneas Argentinas facilitando así su vínculo con el presidente de la AFA, quien le otorgó el negocio.

El amable lector también pudo enterarse de que la ministra de trabajo, Raquel Cecilia “Kelly” Olmostiene su ministerio loteado en áreas estratégicas controladas por sindicatos que le marcan la cancha desde sus respectivas baldosas. Sabiendo que con los “gordos” no se juega, evita pisarlas, como en la rayuela. Asimismo, se conoció el aumento de derechos de importación sobre notebooks y laptops producidas en Tierra del Fuego, dando marcha atrás a la reducción dispuesta durante la gestión macrista. Sin duda, resultado de un lobby silencioso bajo la codiciada baldosa del régimen fueguino, cuyo impacto será negativo para la productividad general, aunque el decreto diga lo contrario.

Para rematar, el diputado Ricardo López Murphy denunció que Aysa, presidida por Malena Galmarini, pretende beneficiar a Mauricio Filiberti, socio de Daniel Vila y José Luis Manzano, al llamar a licitación para proveer policloruro de aluminio (PDA) a partir de 2024 (después de que asuma el próximo gobierno). Según aquel, se eligió el PDA fabricado por Filiberti en Transclor y no otros coagulantes alternativos para evitar la competencia de otras empresas.

Muchos se preguntan si la Argentina tendrá salida esta vez, con el escepticismo de quienes conocen el paño. Luego de décadas de distorsiones, se han creado múltiples intereses que se nutren de ellas, en una adaptación al medio darwiniana, pero bien criolla. No son actividades turbias, sino pymes que nunca imaginaron que su falla de origen podría afectarlas si las reglas cambiasen.

Esa es la gran dificultad para poner a la Argentina de pie. No basta con denunciar la corrupción, pues la solución de la pobreza no surgirá de los tribunales. Tampoco con un plan económico, por más sólido y consistente que parezca. El problema es primero cultural y luego político. La estructura a transformar está sostenida por convicciones profundas que impregnan todo el arco político pues, como dijo Juan Perón respecto de radicales, socialistas y conservadores, “somos todos peronistas”, incluyendo a sus seguidores. Conocía las ideas y creencias del argentino medio, quien, a pesar de su individualismo, es estatista, proteccionista y renuente a los rigores del mercado.

En muchos casos, la defensa del statu quo no provendrá de los afectados sino de los mismos dirigentes que prometieron el cambio. Llegado el momento y luego de revisar las encuestas, es posible que les tiemble el pulso si la mayoría pide lo contrario. Las razones para conservar la línea de bandera, el transporte gratuito, la energía subsidiada, los bancos de fomento, las empresas recuperadas, las industrias sensibles, la inflexibilidad laboral o los privilegios del empleo público, quizás los fuercen a reformular promesas de campaña. Pues en el fondo, ¿tendría razón el astuto general de Puerta de Hierro?

La prosperidad solo se alcanzará cuando la sociedad se atreva a mirarse en el espejo y reconozca que no es más viable parcelar la función del Estado en baldosas bajo las cuales se negocien intereses particulares. La profundidad de la crisis debería ser una oportunidad para priorizar el interés general, como lo establece la Constitución Nacional, y tener como objetivo colectivo lograr una Argentina competitiva, abierta al mundo y capaz de transformar en bienestar para todos, la potencia de sus riquezas naturales, la excelencia de sus industrias y el talento de sus emprendedores.

En ese momento, los discípulos de Simon Kuznets deberían reformular el habitual apotegma –quedándose así sin esa remanida muletilla– para asimilarnos a Japón por nuestra resiliencia casi nipona luego de 80 años de populismo.

Fuente: La Nación

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