Tres embustes para un único ajuste: la inflación

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Cuando Juan Domingo Perón asumió la presidencia de la Nación en 1946, derogó el decreto de su predecesor, Edelmiro J. Farrell, que adhería al recién creado Fondo Monetario Internacional (FMI), por considerarlo un “nuevo engendro del imperialismo”. La Argentina fue el único país latinoamericano en no aceptar al organismo financiero internacional, como tampoco declaró la guerra a la Alemania nazi hasta dos meses antes de la caída de Berlín. Desde entonces, todo lo que implique tratar con esa entidad crediticia se encuentra marcado por ese prejuicio, ya parte de la cultura nacional. Para referirse al FMI es indispensable recurrir a subterfugios, argucias y disimulos que eviten el calificativo de “antipatria”.

El reciente acuerdo alcanzado para evitar el inminente “default” ha demostrado hasta qué punto los preconceptos y la ideología impiden resolver temas serios, en forma explícita, y cómo se recurre a embustes y jugarretas que solo dañan lo que se quiere reparar.

Esta vez, el propio FMI aceptó entrar en ese juego, al declarar que “la Argentina está comprometida con políticas que fomenten un crecimiento sostenible e inclusivo”. Sin embargo, sus funcionarios prevén que ningún compromiso será cumplido. Prefirió ser cómplice de un embuste “piadoso” y evitar el colapso argentino en medio de una crisis internacional. Sabe que la inflación, el ajuste a los pobres, seguirá aumentando, por el rechazo oficial a políticas “que fomenten un crecimiento sostenible e inclusivo”.

Los preconceptos y la ideología impiden resolver temas serios, mientras se recurre a jugarretas que solo dañan lo que se quiere reparar

El presidente Alberto Fernández, dirigiéndose al kirchnerismo, desplegó otro embuste: “¿Dónde están los ajustes? Con este acuerdo con el FMI, no hay ajuste”. Sin duda, el acuerdo no prevé reformas estructurales y por tal razón, no será sostenible. No prevé específicamente reducir gastos del Estado y encima, deberá quintuplicar las sumas previstas para importar energía. El actual jefe del Estado sabe también que, desde 2019, la inflación creciente ha mellado el poder adquisitivo de salarios, jubilaciones, planes y pensiones. El impuesto inflacionario, el ajuste más cobarde e insidioso, opera en forma impiadosa.

La vicepresidenta Cristina Kirchner, con picardía, tramó su propio embuste. No ignora que el desequilibrio fiscal, heredado de su gestión y potenciado por el “plan platita” electoral, es inmanejable. Para curarse en salud y tomar distancia de la ineludible expansión de la pobreza, echa la culpa, en forma anticipada, a “las recetas del FMI”, aunque ni Hacienda, ni el Banco Central piensen aplicarlas en sus cocciones fiscales y monetarias. Más bien, para aplauso de la “patria financiera”, continuarán aumentando la tasa de interés, con un dólar controlado. Haciendo crecer, de esa manera, la inflación reprimida en el enorme stock de Leliqs. Otro embuste, más sofisticado.

Esta vez el FMI prefirió ser cómplice de un embuste “piadoso” y evitar el colapso argentino en medio de una crisis internacional

Este juego de embustes, adolescente y chapucero, empuja a la Argentina hacia un precipicio, sin que nadie pueda frenar la agonía de nuestra moneda, por falta de consenso político. Y así, uno de los países más dotados del planeta, se encuentra paralizado por un sistema de ideas y creencias perimidas, cuyo único resultado es el sacrificio de los más vulnerables en aras de mitos fracasados. O aún peor, en aras de la impunidad de la familia Kirchner, sus socios y testaferros.

Criticando la “moderación” de Fernández, intelectuales y artistas dieron a conocer un documento exigiendo medidas “rupturistas de un orden injusto e insustentable” para “mejorar la vida de nuestro pueblo”. De tanto leer a Ernesto Laclau, como Alonso Quijano leía libros de caballerías, sus autores pierden la perspectiva y el juicio crítico, haciendo recordar los grafittis de París (1968) o las consignas del “Cordobazo” (1969).

La vicepresidenta Cristina Kirchner tramó su propio embuste. No ignora que el desequilibrio fiscal, heredado de su gestión y potenciado por el “plan platita”, es inmanejable

Si alguna condena merece la moderación de Fernández es por razones opuestas a las invocadas. Mientras no se encaren reformas estructurales, para que el esfuerzo colectivo no se desvíe por distorsiones que impiden el crecimiento y la justa distribución de la riqueza, el país no se pondrá de pie.

En la Argentina, el mercado que mejor funciona, es el que opera dentro del Estado, no por fuera, como lo imaginan los intelectuales y artistas. A través de los años, factores de poder han consolidado sus intereses cooptando áreas de la gestión pública, en la Nación, provincias y municipios. O, aun más importante, en las empresas del Estado. De ese modo, se han asegurado contrataciones amañadas, mercados cautivos, regímenes de privilegio, estatutos especiales, distorsiones laborales, cajas discrecionales, concesiones leoninas, proteccionismo desmedido, créditos regalados o negocios paralelos. Ni qué hablar de las organizaciones sindicales, espina dorsal del movimiento peronista, con su personería única, sus aportes compulsivos y obras sociales millonarias y nunca auditadas, que han permitido formar, a sus dirigentes, patrimonios sorprendentes.

Ni Martín Guzmán ni los intelectuales y artistas que lo cuestionan entienden que, en la Argentina, para ganar dinero, no es necesario ser competitivo, sino “tener la vaca atada” con amigos en el poder

Y como contracara, funciona otro mercado, que desconocen los intelectuales y artistas, donde operan abrepuertas, intermediarios y lobistas, que recorren pasillos y despachos para atar puntas, influenciar dictámenes y lograr decisiones que pagan los que menos tienen. Es una alianza tan fuerte, que condiciona cualquier gestión de gobierno. Sindicatos, cámaras, consejos, colegios, gremios, guildas y cofradías, pocos hay que no hagan defensa cerrada de algún decreto, alguna resolución o algún inciso, claves para su rentabilidad sectorial.

Cuando Raúl Alfonsín quiso democratizar los sindicatos (ley Mucci) fracasó por la oposición de la CGT y el peronismo. Cuando Carlos Menem intentó flexibilizar las relaciones laborales, con Armando Caro Figueroa al frente del Ministerio de Trabajo, tampoco lo logró. En cuanto al decreto 2284/91 de desregulación económica, impulsado por Domingo Cavallo para introducir competencia en áreas tan disímiles como los honorarios profesionales, las farmacias o el transporte, poco duró. En tiempos recientes, el régimen de promoción de Tierra del Fuego que debía caducar, se extendió y la discrecionalidad en la gestión del comercio exterior, se agravó.

Como se señaló alguna vez, “en la Argentina, el problema son los lícitos, no los ilícitos”

Probablemente, quienes capturan plusvalías a través de su exitosa gestión en el mercado político, se habrán aliviado al advertir que no corren ningún peligro, ni con el acuerdo alcanzado con el FMI, ni con el documento “Moderación o Pueblo”, ya que ni Martín Guzmán, ni los intelectuales y artistas que lo cuestionan, entienden que, en la Argentina, para ganar dinero, no es necesario ser competitivo, sino “tener la vaca atada” con amigos en el poder. Como se señaló alguna vez, “en la Argentina, el problema son los lícitos, no los ilícitos”.

Con candidez universitaria, Guzmán defendió el acuerdo con el FMI sosteniendo que logró poner por delante “los intereses de la economía real”. Conociendo las trenzas corporativas que bloquean la productividad argentina, hubiese sido más acertado que pusiera por delante el interés general y no “los intereses”, en plural.

La inflación solo podrá detenerse con un shock de confianza, que reduzca, de la noche a la mañana, la velocidad de circulación del dinero. Es decir, con un cambio abrupto de expectativas, que aumente el apetito de los argentinos por conservar pesos en lugar de dólares. Mientras la coalición gobernante se quiebra por no haber cumplido el Presidente con los objetivos judiciales de Cristina Kirchner, el país seguirá escuchando embustes, mientras continúa el único ajuste: la inflación.

Fuente: La Nación

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