El afán por buscar causas ocultas a situaciones que el sentido común atribuye a razones obvias, suele llamarse “teoría conspirativa”. Tiene el atractivo, para quienes la formulan, de sentirse superiores a su audiencia como sabios que comprenden lo que los demás desconocen, aunque no brinden explicación racional alternativa. Es una forma de simulación que aprovecha de la ignorancia y los prejuicios de la gente, ocultando los propios.
En 2001 la agrupación estudiantil TNT (Tontos, pero no Tanto) liderada, entre otros, por Axel Kicillof, ganó la presidencia del Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas de la UBA. En aquel momento, se decía que la sigla atribuía a sus militantes una astucia especial para develar los intereses reales encubiertos tras las doctrinas predicadas por el “establishment” académico de esa facultad. Un marxismo incipiente, que floreció en estas tierras cuando en el mundo se marchitaba.
Cuando alcanzó el cargo de viceministro de Economía, el actual gobernador nunca cambió el sesgo conspirativo de sus tiempos de estudiante, prefiriendo no ser sabio, mientras no lo tomasen por tonto. En 2013 se ufanó, al declarar ante el Senado de la Nación sobre la estatización de YPF, que no pisó “la trampa del oso” escrita en los estatutos de la petrolera y, astutamente, ignoró a los accionistas minoritarios. Calificó de “tarados” a quienes hubiesen respetado la ley, exhibiendo así la persistencia de su orgullo TNT, ya de adulto. Esa picardía militante costará más de 16.000 millones de dólares a la República, confirmando el aforismo que titula esta nota. Once años más tarde, su negativa a adherir al Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones (RIGI), desalentando la enorme inversión de YPF y Petronas en Bahía Blanca por sus prejuicios estatistas, ratifica aquello de que “tontos sabios nunca vi”.
Hay una indudable comunión ideológica con Cristina Kirchner, quien profesa el mismo credo conspirativo. No hay discurso, prédica ni libro suyo que “sinceramente” no controvierta las interpretaciones sencillas de los hechos y las tradicionales de la historia. Su proverbial muletilla es el eslogan “nos han hecho creer” como si el bagaje cultural de los argentinos hubiese sido digitado por un agente oculto y poderoso, con intencionalidad perversa. Esa invitación a la sospecha suele cerrarse con otra expresión enigmática que extendería aún más los ámbitos del poder dominante: “Todo tiene que ver con todo”. Y cuando lo dice, mira hacia el norte.
En su reciente aparición en México, donde dio una charla cerrando el curso sobre “Realidad política y electoral de América Latina”, no pudo evitar reiterar su propensión sibilina para cuestionar la libertad “que hoy nos quieren vender” además de criticar a nuestro sistema judicial “cooptado por el poder económico y los medios” por no investigar a supuestos financistas del intento de magnicidio que sufrió hace dos años. Recibió el aplauso de un público afín al ideario de Puebla, que comparte su tirria contra la propiedad privada, la libertad contractual y la independencia de la Justicia.
Hasta el propio Alberto Fernández, el Golem de Cristina Kirchner hoy sumido en el escándalo, repitió muchas veces “nos han hecho creer” para referirse al mérito, a las vacunas, a la cuarentena, al patriarcado y hasta al conejo Bugs Bunny
La prevención “nos han hecho creer” es un refrito del ajado manual de “Peronismo y Socialismo Nacional” (Norberto Ceresole y Carlos Mastrorilli, 1972) que leían con avidez los “jóvenes idealistas” de entonces para descalificar las instituciones de la democracia liberal y justificar su lucha armada. Y el “think tank” del Instituto Patria, a falta de ideas renovadoras o simplemente de ideas, la repite como un mantra para socavar los principios sobre los cuales se construyó nuestro país.
“Que las libertades civiles no serán reales mientras no se igualen los bolsillos”; “que la soberanía es una farsa si las multinacionales se llevan nuestros recursos naturales” o “que el Poder Judicial siempre será una rémora mientras los jueces no sean elegidos por voto popular”, eliminándose la división de poderes. Eso sí, repiten lo aprendido de Ceresole y Mastrorilli sin proponer alternativas distintas a aquellas que llevaron al Rodrigazo de 1975, a la crisis de 2023 y a las miserias que hoy aquejan a Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Hasta el propio Alberto Fernández, el Golem de Cristina Kirchner hoy sumido en el escándalo, en su afán por caerle simpático, repitió muchas veces “nos han hecho creer” para referirse al mérito, a las vacunas, a la cuarentena, al patriarcado y hasta al conejo Bugs Bunny. Ahora son los argentinos quienes se formulan ese interrogante respecto de la estatura moral de quien fue presidente de la Nación sin otro mérito que la subordinación a su mentora. Amado Boudou, su otra marioneta, condenado por corrupción, no dejó de usar el mismo giro insidioso para reivindicar el rol del Estado en una sociedad “a la que habían hecho creer” que se podía prescindir de él. Sin duda, para quienes se enriquecen con fondos públicos, las cajas estatales son imprescindibles.
La duda y la interrogación son herramientas del pensamiento crítico, propio de la Modernidad. Paul Ricoeur (1913-2005) acuñó la expresión “filósofos de la sospecha” para referirse a Carlos Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud por haber abierto nuevas formas de pensar en disciplinas ya establecidas. Pero difícilmente hubiese incluido en esa lista a los seguidores de Cristina Kirchner quienes, utilizando su muletilla, simularon roles de estadistas o de profesores de pacotilla para hacer negocios personales o apañar delitos de otros. Aquellos filósofos pretendían ser sabios, aunque los juzgasen tontos y fueron pobres, aunque los juzgaron sabios.
¿Quiénes “nos han hecho creer”? ¿Y qué cosas nos fueron ocultadas? Es válido preguntarlo luego de tantos años de escuchar esa matraca, tan oscura como hueca de propuestas superadoras. La inmensa mayoría de los argentinos se ha formado en escuelas públicas y privadas con programas de estudio semejantes, con valores parecidos respecto a la democracia, la libertad, la soberanía, la justicia, el mérito y el esfuerzo. Aunque haya versiones revisadas de la historia y debates respecto a nuevos derechos, la base de nuestro capital social continúa siendo el preámbulo constitucional, las estrofas del himno nacional, los sentimientos que suscita el izamiento de la bandera y el bagaje de creencias compartidas que nos ligan como nación abierta y tolerante.
Para recuperar el bienestar general, crear trabajo y eliminar la pobreza es indispensable afirmar esos valores, sin mellarlos con interrogantes insidiosos, en la vida cotidiana, en la interacción familiar, en la rutina del trabajo y, sobre todo, al momento de votar. Por haberlos cuestionado sin razón, seducidos por la labia de políticos venales, hemos dañado nuestros lazos de convivencia y nuestra credibilidad ante el mundo. Si los afianzamos con convicción, no seremos tontos ni nos tomarán por tales. Sino sabios y buenos ciudadanos.
Fuente: La Nación
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