Patria financiera: invento peronista, refrito kirchnerista

Cuando asumió Héctor J. Cámpora como presidente de la Nación, en su discurso inaugural del 25 de mayo de 1973, anunció sus principales medidas para la liberación y la reconstrucción nacional, atribuyendo la situación heredada a la aberrante política liberal implementada desde 1955. Una de las pesadas cargas que el país enfrentaba, dijo, era “una inflación de máxima intensidad que impide todo cálculo económico y mina cualquier posibilidad de poner la moneda y el crédito al servicio de los auténticos intereses del país”.

Para corregir los obstáculos a la liberación nacional, una ley nacionalizó los depósitos bancarios convirtiendo a los bancos en agentes del Banco Central, De allí en más, recibían los ahorros de sus clientes por cuenta y orden de aquel, mientras que esa entidad emitía dinero para que dieran créditos de fomento conforme a sus circulares.

En un contexto de alta inflación, el público retiró los pesos de sus cuentas buscando mayor rentabilidad fuera del sistema oficial (en cajas y cooperativas de crédito, escribanías, agentes bursátiles y “cuevas”). Como el crédito subsidiado era escaso y discrecional, su asignación quedó ligada a la corrupción. Se llamaban “beneficiarios” a quienes lograban un préstamo, como si fuesen planes sociales y los gerentes que los otorgaban recibían regalos a la luz del día o sobres bajo la mesa. Una incipiente “patria financiera” con favorecidos bien ajenos a “los auténticos intereses del país”.

Difícilmente pueda encontrarse un modelo de “patria financiera” más perverso que el actual refrito kirchnerista, pues no destruye el aparato productivo con altas tasas de interés, sino por la completa desaparición del crédito, el cierre de las importaciones y el impacto de la inflación sobre el capital de trabajo

José Ber Gelbard, el ministro de Economía admirado por Cristina Kirchner, basó su gestión en un Pacto Social, una “concertación” entre capital y trabajo que duró solamente un año, hasta el fallecimiento del presidente Juan Perón. Como ahora, se acumularon desajustes de precios relativos y, sin dólares ni confianza, la tensión de variables atrasadas provocó una crisis cambiaria, con alta inflación, controles de precios y góndolas vacías. Adiós al sueño del fifty-fifty: Gelbard renunció y lo sucedió el legendario Alfredo Gómez Morales, quien intentó cerrar la “brecha cambiaria” con una devaluación del 50% sin plan alguno, que nada pudo corregir.

María Estela Martínez de Perón designó en su reemplazo al ingeniero Celestino Rodrigo, quien, un aciago miércoles 4 de junio de 1975, aplicó el mayor ajuste de la historia argentina con una devaluación del 100%, más aumentos de tarifas (75%) y de combustibles (175%) que licuaron el salario real, llevando la inflación de junio, al 23%; de julio, al 35%, y a su renuncia al mes siguiente.

Le tocó a Antonio Cafiero, sucesor de Pedro Bonnani, asumir el 14 de agosto de 1975 para juntar los pedacitos de aquel Rodrigazo, con una inflación interanual del 240%. Lo llamó “su puesto de lucha” sabiendo que, falto de confianza y sujeto al veto sindical, sería difícil detener la fuga de capitales. Sin experiencia en ese fenómeno inusual, quiso “ajustar el volumen de los medios de pago al nuevo nivel de precios de la economía” con mayor emisión monetaria, como en la República de Weimar, para reactivar el empleo. Al mes siguiente, ya estaba en Washington pidiendo un stand by al FMI, rogándole que no enviara una misión para evitar el rechazo sindical: “Denos tiempo para educar a los sindicatos”, le pidió, pero el préstamo no lo logró.

Para cumplir con el mandato de Cristina Kirchner, el Banco Central tomó una sartén de los años 70 y puso a freír la moneda argentina con la llama de una tasa de interés que siempre aumenta y no puede detener, aunque el aceite esté negro; la moneda, achicharrada, y la producción, en caída, generando una catástrofe para esta gestión o la para la próxima

Para captar fondos del público, inventó los valores nacionales ajustables (o VANAs), que dieron lugar a la primera “bicicleta financiera” vernácula, una forma de carry trade criollo anterior al uso de ese nombre en inglés. Como ocurre cuando existen precios regulados y precios libres, se formó de inmediato un mercado de arbitraje entre ambos. Aparecieron así las “mesas de dinero” justicialistas, que, aprovechando sus contactos políticos, lucraban con la diferencia entre las tasas subsidiadas obtenidas de bancos amigos y la inflación incontrolable que aumentaba el valor de los títulos. Caucionando los valores adquiridos con la “plata dulce” destinada a “la producción” se conseguían más créditos blandos y, así, la bicicleta no paraba de rodar, creando en cada giro nuevos millonarios. Fue el comienzo de la “patria financiera” y los operadores ya entraron “cebados” a la etapa posterior, cuando proliferaron aventureros convertidos en banqueros.

Cuando le llegó el turno de tomar aquella “papa caliente” a José Alfredo Martínez de Hoz (1976) se dictó una nueva ley de entidades financieras reestableciendo el rol natural de los bancos y adoptando la malhadada garantía de depósitos. Como la inflación del Rodrigazo subsistía, las tasas debieron ser muy altas para atraer a los ahorristas. Esto se agravó por la garantía de depósitos, pues bancos insolventes competían entre sí ofreciendo retornos irracionales al público, encareciendo también el costo de los préstamos en perjuicio de las actividades productivas.

En 1978, se adoptó la “tablita cambiaria” que anunciaba en forma anticipada las futuras devaluaciones, para reducir el riesgo cambiario y las tasas de interés. Ello alentó las colocaciones en plazos fijos con rentabilidad asegurada frente a la previsibilidad del dólar. Así se acuñó la expresión “patria financiera”, por las ganancias que se obtenían con esos diferenciales, en contraste con los industriales. Pero, como siempre ocurre, la política jugó su propio partido, los militares no quisieron reducir el gasto público y la inflación desbarató la convergencia de variables que iba logrando la famosa “tablita”.

En la actualidad, las tensiones subyacentes por el desajuste de precios relativos se parecen mucho a las que se desataron cuando Celestino Rodrigo abrió la caja de Pandora armada con el Pacto Social, solo apoyado en María Estela Martinez de Perón y José López RegaAl igual que ahora, sin conducción política para la credibilidad, ni reformas estructurales para la sustentabilidad.

Difícilmente pueda encontrarse un modelo de “patria financiera” más perverso que el actual “refrito” kirchnerista, pues no destruye el aparato productivo con altas tasas de interés, sino por la completa desaparición del crédito, el cierre de las importaciones y el impacto de la inflación sobre el capital de trabajo. Todos los ahorros del público depositados en los bancos son succionados por el Estado y ni un centavo va a la producción. Y, a medida que aumenta la inflación, las tasas referenciales se incrementan aún más para evitar que el público retire sus fondos y los bancos colapsen, al carecer de activos genuinos en sus carteras.

Es una inmensa bola de nieve, pues el Banco Central deberá emitir más de un billón de pesos por mes para atender los intereses correspondientes a los 13,75 billones de pesos de deuda que acumula hacia los bancos, por sus Letras de Liquidez (Leliq) y sus préstamos (pases pasivos). Un monto que duplicará la base monetaria de 5,48 billones de pesos cada cuatro meses y medio. Los billones van y vienen, salvo para quienes tienen máquinas, tractores o camiones, excluidos de la fiesta del gasto público.

Sergio Massa y su equipo están solo ocupados por el corto plazo, con un objetivo electoralista: el llamado “plan llegar”. La vicepresidenta, desesperada por sus causas judiciales, impuso dos consignas a sus socios menores del Frente de Todos: no devaluar, para evitar otro Rodrigazo y tampoco ajustar las cuentas públicas para retener una base de votantes que le asegure gravitación legislativa el año próximo.

Para cumplir con el mandato de la lideresa, el Banco Central tomó una sartén de los años 70 y puso a freír la moneda argentina con la llama de una tasa de interés que siempre aumenta y no puede detener, aunque el aceite esté negro; la moneda, achicharrada, y la producción, en caída. Es la versión kirchnerista de la “patria financiera” de antaño que engendra una catástrofe para esta gestión o la próxima.

Y en su búsqueda de impunidad a cualquier precio, la acompañan legisladores, gobernadores, intendentes, sindicalistas, empresarios prebendarios, periodistas cooptados, militantes cerriles, artistas obnubilados y comprados, intelectuales dogmáticos y activistas varios, necesitados de mantener cargos y privilegios sin advertir que, si Celestino llegase a meter la cola, no habrá sartén que pueda freír el torbellino de pesos que se ocultan en la cocina del Banco Central. Y que los convertirá, como al resto de los argentinos, en pobres de solemnidad.

Fuente: La Nación

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