Menos planes, más piquetes; más planes, mayor pobreza

El reciente acampe durante dos días en la avenida 9 de Julio no fue un acto espontáneo para celebrar una gesta patriótica, para venerar una aparición milagrosa o en solidaridad por el pueblo ucraniano. El insólito camping mostró, al pie del Obelisco, la peor faceta del populismo: cómo ha logrado hundir al país en un marasmo de pobreza que cualquiera aprovecha para socavar los cimientos de la Nación.

Movilizados por el Frente de Unidad Piquetera, el Polo Obrero y otros grupos sociales de extrema izquierda, en demanda de más planes Potenciar Trabajo, muy pocos de los 20.000 acampantes se trasladaron hasta allí por ideología, sino por necesidad. Con el aumento de la inflación, el dinero no alcanza y las familias quedan indefensas ante la extorsión de quienes controlan a discreción la billetera oficial.

Padres y madres, con sus criaturas, fueron trasladados en ómnibus, como rehenes de una batalla mayor que no comprenden, contra el capitalismo, contra la propiedad privada y en favor de la dictadura del proletariado. Por lo menos, esa es la ideología de quienes los llevaron, seguidores de Trotsky y su “revolución permanente”.

Poco les importa a quienes desprecian el orden burgués que se interrumpa el Metrobús, que se afecten derechos de otros ciudadanos, que se exponga a menores al frío o a eventuales hechos de violencia. “Cuanto peor, mejor” es la consigna para transitar hacia modelos fracasados como Cuba o Corea del Norte. Y allí van miles de argentinos, como ratoncitos tras el flautista de Hamelin. Cualquier obstáculo a esa marcha es “criminalizar” la protesta social, como si el trotskismo, al desconocer el orden constitucional, tuviese un salvoconducto para violarlo.

Es la cuadratura del círculo, que ningún político se atreve a resolver. Una papa caliente que nadie quiere agarrar pues, mientras haya inflación e inestabilidad política, la pobreza demandará más planes y la emisión provocará más pobres. Y si se cortan, sin un programa integral, habrá más piquetes y menos paz social.

El kirchnerismo ha creado las condiciones para una tormenta perfecta. Al defender el déficit fiscal con uñas y dientes, privilegió la inflación para financiar su estrategia de subsidios en busca de la impunidad de la lideresa. Y ha colocado a los más pobres en una rueda de hámster cada vez más concurrida: la carrera de precios y salarios.

Un funcionario del área social, verdadero Francis Fukuyama criollo, ya había declarado “el fin del capitalismo” en la Argentina. Pues, según su predicción, durante el menemismo se impuso una reconversión productiva que cerró fábricas y provocó desocupación. Como paliativo, se lanzaron planes asistenciales temporales, a la espera de un nuevo ciclo que reincorporase a los excluidos al sistema formal. Pero ello no ocurrió, según el funcionario, por fracaso del capitalismo y los excluidos nunca podrán regresar a la relación de dependencia tradicional. Profecía autocumplida por la incompetencia del gobierno que integra.

Ahora los planes son permanentes, asumiendo el Estado el rol de reemplazar al mercado y dar salida laboral con el plan Potenciar Trabajo a través de la economía popular, donde cuatro millones de personas se las “rebuscan” con tareas que les dan dignidad como personas, pero que no pueden sostenerse sin ayuda estatal. Con programas de capacitación para la inserción laboral, pero sin demanda del sector privado, todo esfuerzo se malogra en las redes de la política, donde impera el clientelismo, la subordinación y la ineficacia.

La estructura productiva argentina quedaría, entonces, conformada por dos universos diferentes: las vetustas empresas privadas, incapaces de generar empleos por la cortedad de sus miras y las vibrantes organizaciones sociales, impulsoras de cooperativas sin lucro ni patrones, pilares de un desarrollo “más inclusivo e igualitario”. Lo que soñaba el Che Guevara para Cuba, ejemplo de improductividad, politización y miseria, donde los ancianos no pueden jubilarse si quieren seguir comiendo.

La presencia en el acampe de Juan Grabois, titular de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular y miembro del Frente de Todos, demuestra una convergencia de ideas, pues “todas las luchas son justas”. Al igual que los referentes del Polo Obrero, Grabois coordina entidades que reciben fondos cuantiosos del Estado y parece creer, como Pierre Proudhon, que la propiedad es un robo, al alentar tomas de tierras, urbanas o rurales, según su sentido personal de la justicia.

El programa acordado con el FMI, si se cumpliese, ofrecería un marco mínimo de estabilidad para disminuir el riesgo país, reducir la brecha cambiaria, mejorar el clima inversor y desinflar las presiones inflacionarias. En otras palabras, ayudar a salir del círculo vicioso de la decadencia y generar trabajo genuino, sin tutela, ni apoyos estatales. Pero ese programa es boicoteado por el mismo frente que gobierna,

Ante el fracaso de los controles de precios, el diputado Leopoldo Moreau y el gobernador Axel Kiciloff, con iguales consignas que la izquierda piquetera, rechazan el acuerdo con el FMI e instan a cubrir el déficit con medidas radicales: “si hay precios de guerra, se necesitan medidas extraordinarias”. ¿Retenciones móviles? ¿Junta Nacional de Granos? ¿Expropiaciones? ¿Prisión por agio y especulación? ¿Más impuestos de emergencia?

Se trata de alternativas distorsivas, que agravarán la crisis, profundizando la desconfianza. Es imposible salir del círculo vicioso de los planes sociales, si se descree de la fuerza creadora del capitalismo, basada en el derecho de propiedad y la seguridad jurídica. Basta consultar las reformas de Deng Xiao Ping (1978-2018) que sacaron de la pobreza a 750 millones de chinos, la Perestroika de Mijail Gorbachov (1985) que sepultó al comunismo soviético o las experiencias de las 15 repúblicas que integraban la URSS (1991) hasta convertirse, varias de ellas, en potencias económicas europeas.

La única solución para los planes sociales es un programa integral, basado en consensos políticos, que permita generar los empleos requeridos para sacar a los 17 millones de pobres de la rueda de hámster donde los puso el kirchnerismo para que corran, sin parar, detrás de precios que nunca alcanzarán. Salvo – claro está– para algunas “salidas transitorias”, llevándolos a piquetes, con una carpa y un choripán.

Fuente: La Nación

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