¿Llega el “plan llegar”?

La pregunta que titula este editorial se escucha repetidamente, en particular en ámbitos empresarios y políticos. Tal inquisitoria sería inconcebible en países donde las instituciones aportan continuidad y las economías están ordenadas. En la Argentina se llega a usar la palabra “reventón”, mientras en otros países en todo caso se habla de crisis recesivas o inflaciones moderadas. El reventón está en el consciente argentino y se refiere a la pérdida de control gubernamental de las variables económicas en el marco de una hiperinflación. La memoria trae el rodrigazo, de 1975, y la hiperinflación, de 1989/90. Fueron episodios que desbordaron la economía y se extendieron al plano social y político.

Las agitadas reuniones del fin de semana del ministro de Economía, Sergio Massa, con su gabinete luego de publicarse el dato de la inflación de abril han creado alguna reminiscencia de aquellos hechos. Esta sensación ha aumentado al conocerse las medidas decididas. El incremento de la tasa de interés va detrás de la desvalorización del dinero y la importación oficial de alimentos no logra otra cosa que demostrar el extravío de quienes lo decidieron.

Hay dos hechos económicos alrededor de los cuales gira un posible reventón. El primero es la ausencia de una solución para el agotamiento de las cada día más exiguas reservas del Banco Central que evite una macrodevaluación no administrada; el segundo es una hiperinflación. El primero está sujeto a la extinción de las reservas y a la negativa del Fondo Monetario Internacional (FMI) a adelantar desembolsos o al rechazo del Gobierno a una devaluación dentro del programa del FMI. En esa situación, nuestro Banco Central dejaría de intervenir y el dólar comercial buscaría un nivel determinado por el mercado. Esto produciría un salto inflacionario con consecuencias en grado de crisis. Es probable, sin embargo, que el FMI no le suelte la mano al Gobierno, por cuanto eso tendría un alto costo para el organismo y, además, su principal accionista, Estados Unidos, parece dispuesto a ayudar. El Gobierno, a su vez, está dispuesto a seguir endureciendo el cepo cualesquiera sean las consecuencias.

En los primeros días de mayo, el Tesoro demandó fondos del BCRA en una cantidad similar a la convenida con el FMI para todo el primer semestre

Vale la pena analizar las probabilidades de llegar a una hiperinflación, aunque no se produzca una macrodevaluación. La hiperinflación se diferencia de la inflación así como la septicemia se distingue de una infección localizada. El germen de origen es un déficit fiscal alto y sostenido que agota las fuentes de financiamiento genuinas y obliga a recurrir a la emisión monetaria. El paso de inflación a hiperinflación se produce con un salto en la cotización de las divisas y cuando la gente decide masivamente desprenderse del dinero local en el menor tiempo posible ante la evidencia de su creciente desvalorización. Lo hace adelantando compras o adquiriendo dólares. En el léxico económico se habla de la huida del dinero o también del aumento de su velocidad de circulación. Yendo a la historia, en diciembre de 1988, el dinero medido por el denominado M1 (la suma de billetes, monedas y depósitos a la vista). rotaba en su totalidad cada 10,8 días. Ese mes la inflación fue 6,8% mensual. Siete meses después, en julio de 1989, el M1 rotaba rápidamente cada 3,4 días. En siete meses se había triplicado la velocidad de circulación con el mismo efecto que haber triplicado la cantidad de dinero, aunque no se hubiera emitido. Pero además se aceleró la emisión para cubrir el déficit fiscal. Consecuentemente llegó la hiperinflación. El índice de precios al consumidor trepó en julio de 1989 al 196,6% mensual. En esa situación los comerciantes y productores dejaban de vender al desconocer el precio de reposición. La actividad cayó abruptamente, surgieron suspensiones y despidos, se generalizaron las protestas y aparecieron los saqueos de supermercados. El presidente Raúl Alfonsín debió dejar anticipadamente el poder a Carlos Menem, que ya había sido elegido.

Volviendo a nuestros días, en diciembre de 2022, la rotación del M1 se dio en 10,4 días y la inflación mensual fue del 5,1%. En marzo de 2023 (la medición más reciente) la velocidad había aumentado y la rotación se producía cada 9,2 días. La inflación mensual fue del 7,7% en marzo y del 8,4% en abril. Los movimientos de precios en las dos primeras semanas de mayo indican otro aumento importante del índice para este mes. Hay, por lo tanto, una clara tendencia, aunque no tan marcada como la ocurrida en 1989. La situación fiscal agrega una dosis de preocupación. En los primeros días de mayo el Tesoro demandó fondos del Banco Central en una cantidad similar a la convenida con el FMI para todo el primer semestre.

Puede concluirse que se avanza, aunque no tan rápidamente, hacia una hiperinflación. Solo podrá evitarse con una recuperación de la confianza que detenga y revierta la huida del dinero local. Para que esto suceda debería reducirse el gasto público o asegurar fehacientemente que eso ocurrirá y que se dejará de emitir. El desastroso gobierno de Alberto Fernández no está en condiciones de producir ese cambio. Paradójicamente, si las encuestas mostrasen un seguro triunfo de la oposición en octubre, eso podría ayudar a que se genere una expectativa que evite el reventón antes del 10 de diciembre.

Fuente: La Nación

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