La destrucción del capital social

La República Argentina se construyó a partir de bases poco firmes, en un territorio tan extenso como deshabitado, sin vías de comunicación y sin cultivos, con tensiones entre las provincias y el puerto, poblada luego por un aluvión de inmigrantes provenientes de distintos lugares del mundo, con su bagaje de lenguas y culturas.

Desde la Organización Nacional el objetivo de los gobernantes fue integrar esa diversidad en unidad nacional, para que los engranajes funcionaran de forma previsible, sustituyendo medio siglo de conflictos por relaciones de convivencia fructífera. Fueron años de inversión en educación, salud e infraestructura. Guardapolvos blancos, fiestas patrias, la canción Aurora, el himno a Sarmiento y ningún feriado trasladado. Para unir lo disímil, se adoptó una constitución federal y se dictaron códigos de fondo, la ley de educación común, la de matrimonio civil, se creó la moneda nacional y se instauró el voto universal, secreto y obligatorio, entre otras decisiones.

Los incentivos se alinearon de manera correcta y el esfuerzo de cada uno permitió desarrollar el potencial nacional, pues con esas balizas se tejieron lazos de colaboración entre desconocidos, pero unidos por igual himno y la misma escarapela. Crecieron el ahorro y el crédito, los comercios y las industrias, las casas de renta y los inquilinatos, los propietarios rurales y arrendatarios, los ramos generales y las “libretas” de almacén, las fotos con magnesio para envidia de familiares, los socorros mutuos y los barrios con esfuerzo propio y ayuda mutua. La chalina de Alfredo Palacios, las leyes sociales, la Caja de Ahorro Postal y el orgullo de ser argentino. En fin, la auténtica movilidad social ascendente basada en el mérito, el esfuerzo y la genuina solidaridad.

La tromba inflacionaria se acelera a niveles que harán polvo lo que resta del capital social. Tomó casi 200 años construirlo y el kirchnerismo lo destruyó en solo 20

Ese tejido de valores compartido, urdido con puntadas minuciosas, se llama capital social y permite que las familias puedan realizar sus planes de vida fiándose en los demás, quienes también lo aprecian como las reglas no escritas que dan vigencia verdadera a las normas legales. Sin esa adhesión espontánea y sin castigo social a quienes las ignoran, las leyes son letra muerta o libretos para vivos.

Pero, así como se tarda décadas en anudar la trama virtuosa que alienta la buena conducta ciudadana, puede destruirse en un santiamén si la picardía y la mala fe se aprovechan de los flancos expuestos que ofrece una sociedad abierta y confiada. La corrupción política, la emisión sin respaldo, los privilegios discrecionales, la apropiación de lo público y la mentira para cubrir desfalcos éticos, son golpes bajos que fuerzan a la gente a levantar la guardia y ponerse a la defensiva, cuando no a la ofensiva, regresando al estado de naturaleza.

Toda esta evocación tiene como motivo la durísima coyuntura que enfrenta la República, donde la tromba inflacionaria se acelera a niveles que harán polvo lo que resta del capital social por necesidad e instinto de supervivencia. Tomó casi 200 años construirlo y el kirchnerismo lo destruyó en solo 20.

Si la Argentina había construido prestigio en el concierto de las naciones, ahora es un paria que pide ayuda a las peores dictaduras del planeta

Hemos visto bolsas en los conventos, millones en la Rosadita, lavado de fondos en hoteles, contrataciones de obras ficticias, la expansión desenfrenada del juego, la penetración del narcotráfico y, más recientemente, las tarjetas bonaerenses y el yate “Bandido” en obscenas jaranas mediterráneas. Para no mencionar la deuda de 16 mil millones de dólares que el “incorruptible” Axel Kicillof ha dejado como herencia para las generaciones venideras por violar, con viveza de adolescente, las normas que protegen a las minorías en los mercados de valores internacionales. Ello implica demoler, por anticipado, cualquier capital social que se intentase construir a partir del año próximo. Si la Argentina también había construido prestigio en el concierto de las naciones, ahora es un paria que pide ayuda a las peores dictaduras del planeta. Y los camaradas del gobernador no solamente sacaron rédito personal de todos los intersticios del poder, sino que también horadaron los cimientos de la moral colectiva con la fiesta en Olivos, el vacunatorio VIP y el ultraje a la Justicia y a su Corte Suprema para satisfacer a Cristina Kirchner.

El capital social de los argentinos está destruido, pues la confianza ha sido reemplazada por el temor, la sospecha y la precaución. Los comercios cierran sus puertas para protegerse de los asaltos y de los estragos de la inflación. Las familias entran en crisis cuando no alcanza el dinero para comer; los padres se pelean y los chicos lo sufren. Los comedores y merenderos no dan abasto para alimentar a tantos excluidos y en las ferias populares regresa el canje, muchas veces de mercaderías robadas. Las relaciones laborales se estresan con sueldos que se licúan y por la misma razón, los movimientos sociales inundan las avenidas utilizando el hambre y la niñez para reclamos cuya culpa no está en la avenida 9 de Julio, sino en El Calafate.

El clima enrarecido hace aumentar la seguridad privada, las rejas electrizadas y las puertas blindadas. Los vecinos, con trancas y mirillas, olvidan su espíritu solidario y de compasión por el prójimo. Los conductores no se atreven a abrir las ventanillas para ayudar a necesitados, pues temen asaltos piraña. Los colectivos cambian sus recorridos para no ser atacados en zonas oscuras y los trabajadores deben tomar remises para volver a sus casas en barriadas alejadas, al bajar en las paradas. Ya nadie mira a los ojos y se acelera el paso, evitando tomar contacto con desconocidos.

Los comedores y merenderos no dan abasto para alimentar a tantos excluidos y en las ferias populares regresa el canje, muchas veces de mercaderías robadas

Los pobres son estigmatizados por una clase media enojada con la expansión del delito, mientras aquellos, los excluidos, sufren al convivir con delincuentes en villas sometidas por el paco y la violencia. En contraste con las fortunas amasadas por quienes invocan justicia social para traficar cargos, subsidios y prebendas haciendo la V de la victoria peronista o el gesto impropio de Pablo Moyano en el Senado.

Ante esta impúdica degradación institucional, la población se mantiene en silencio, tratando de sobrevivir en un medio que se ha vuelto hostil. Asombra la falta de reacción colectiva ante la anomia que nos convierte en una nación de extranjeros, como en tiempos de Florencio Sánchez. Adaptación darwiniana en un país al garete, sin aquellos fervores con que juraban lealtad los nuevos ciudadanos. Ahora reina el más crudo individualismo bajo el lema “la patria es el otro” que rubricó las tomas de cajas estatales por militantes de guante blanco.

El gobierno que asuma el próximo 10 de diciembre deberá enfrentar el desafío de la emisión descontrolada, la “bomba” de las letras de corto plazo, los desajustes de precios relativos y el desborde de machas, acampes y piquetes. Pero ninguna solución económica será duradera si no se recompone el capital social, sin el cual el país no será viable. Se deberán recuperar los valores que el kichnerismo demolió para satisfacer sus objetivos de corto plazo, a costa de sepultar el largo.

El capital social se recompondrá cuando la transparencia sustituya a la opacidad, la honradez a la corrupción, la unión a la división, la realidad al relato, la austeridad a la ostentación, el ahorro al gasto, la modestia a la soberbia, el respeto a la prepotencia y el Estado de Derecho al autoritarismo

Esfuerzo personal, trabajo genuino, aplauso al mérito, igualación hacia arriba, calificación de alumnos y evaluación de docentes, justicia pronta, accesible y recta, respeto a la autoridad de padres, de maestros y profesores, deferencia hacia los agentes del orden y reglas para los reclamos callejeros. Con especial atención a los perdedores del modelo kirchnerista: los niños fuera del sistema escolar, los jóvenes sin formación para el trabajo, los “planeros” que deben recuperar su dignidad laboral, los empleados del Estado que necesitarán abrirse camino en el sector privado y tantos otros engañados con promesas insustentables que no podrán ser sostenidas.

El capital social se recompondrá cuando la transparencia sustituya a la opacidad, la honradez a la corrupción, la verdad a la mentira, la unión a la división, la realidad al relato, la austeridad a la ostentación, el ahorro al gasto, la modestia a la soberbia, el respeto a la prepotencia, la imparcialidad al nepotismo, la justicia a la arbitrariedad y el Estado de Derecho al autoritarismo. Es decir, aquellos valores a los que aspiran las naciones serias y soberanas para trabajar en paz dando futuro a sus familias.

Fuente: La Nación

Sea el primero en comentar en "La destrucción del capital social"

Deje un comentario

Su email no será publicado


*