La clave es la inversión y no viene de favor

Está muy arraigada en la Argentina la ilusión de que el bienestar y el poder adquisitivo de los salarios pueden mejorarse actuando sobre la redistribución de la riqueza. Esta creencia, planteada en forma explícita o implícita, emerge frecuentemente en el discurso político en tiempos electorales. Pocos dicen que las bases del crecimiento y la extensión de sus beneficios a todos los habitantes están en la inversión y en el perfeccionamiento de los recursos humanos. Porque sobre estos pilares se incorpora tecnología y se crean empleos mejor remunerados, ya no por decreto o presión gremial, sino como respuesta a una mayor productividad.

No hay actualmente interés significativo en invertir en la Argentina. El ahorro interno fluye hacia las divisas, las letras del Banco Central o los títulos públicos. Las inversiones extranjeras no vienen a un país cuyo gobierno toma sus dólares a la mitad del precio de mercado y que, además, no asegura que podrán remitirse las utilidades o repatriarse el capital.

A pesar de que el petróleo, el gas o el litio tienen un particular atractivo internacional, la corriente global de inversiones no alcanza para sustentar el crecimiento económico y ni siquiera para aliviar la grave escasez de reservas del Banco Central. El valor de los activos empresarios sufre el castigo de un alto riesgo país y una elevada presión impositiva. Muchas empresas han dejado el país realizando la pérdida. Las perspectivas de un cambio político aún son inciertas; en particular, en lo que hace a la calidad institucional. Según un índice elaborado por la Fundación Libertad y Progresola Argentina ocupa el lugar 116 entre 192 países y retrocedió cuatro puestos en la última medición. La recuperación de los deteriorados valores de bonos y acciones argentinas observada en días recientes debe adjudicarse a ciertos alivios coyunturales respecto de previsiones previas más oscuras.

La decadencia relativa de la Argentina desde hace casi ochenta años tiene causas cuya identificación no requiere demasiada indagación. En la cadena de razones, cuyos primeros eslabones fueron el populismo y el estatismo, aparece como consecuencia, pero también como causa, la insuficiencia y la mala orientación de la inversión. En las épocas brillantes del desarrollo argentino luego de lograda la organización nacional, los capitales externos e internos fluían hacia inversiones productivas en la infraestructura, la industria y los servicios. La clave no eran los recursos naturales, de los que ciertamente se disponía, sino que los atraían la estabilidad de nuestras instituciones, la baja carga impositiva, y una moneda estable y fuerte a la vez. El país era previsible bajo una Constitución Nacional que aseguraba la vigencia de la libertad de comercio y de los derechos individuales, principalmente el de propiedad.

Exceptuando los años de las dos guerras mundiales, la inversión bruta interna superaba el 30% del producto bruto. Las estimaciones disponibles indican que en el período 1903-1913 alcanzó el 36%, impulsando la tasa de crecimiento de la economía a un 7,7% anual promedio, liderado por la industria, que lo hizo al 9,6%. La Argentina recibía más inversiones extranjeras que la suma del resto de los países de Latinoamérica. Esto le permitió ubicarse entre los cinco países del mundo de más elevado ingreso por habitante. En su discurso al abrir las sesiones del Congreso de 1913, Roque Sáenz Peña decía: “Las rentas crecen sin mermas ni filtraciones, el comercio exterior marca cifras no alcanzadas en la historia de nuestra economía, cada corriente inmigratoria supera a las anteriores, las industrias valorizan los productos del suelo, los cultivos se dilatan y el oro afluye como no lo hizo jamás (…) Paz, derechos, garantías, actividad republicana, instituciones, producción y riqueza; tal es el cuadro que los hechos atestiguan y la estadística confirma”. Estas últimas palabras nos develan la fórmula para el crecimiento, que por cierto no es mágica, sino hasta de simple sentido común. Sin embargo, lo que sabíamos hace 110 años hoy es desconocido o más bien rechazado por los desvíos ideológicos, los intereses corporativos y el facilismo populista que nos domina hoy.

En los últimos años la inversión no alcanzó el 20% del producto bruto. En algunos períodos apenas superó la necesaria para compensar la depreciación del capital productivo. La inversión volverá con creces a la Argentina cuando recuperemos las condiciones para que así sea.

Fuente: La Nación

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