El desafío de Milei: convertir el hartazgo en esperanza

La mayoría de los ciudadanos que le dieron el triunfo a Javier Milei no percibieron que su soberana decisión pudiese ser equiparada a un salto al vacío, como pretendía el oficialismo. De ningún modo podía ser concebido ese voto de tal forma cuando gran parte de la población ya tenía la sensación de estar en el fondo del mar. La campaña del miedo que intentó imponer la coalición gobernante fue insuficiente frente al hartazgo de la sociedad ante las prácticas corruptas del kirchnerismo y un modelo económico agotado que nos condujo a niveles de inflación del 142% interanual que no se sufrían desde hacía 32 años y a tasas de pobreza superiores al 40%.

El electorado que le dio la espalda al oficialismo esta vez pareció decirle definitivamente basta a una dirigencia empeñada en garantizarles impunidad a la vicepresidenta de la Nación y a otros funcionarios kirchneristas. Del mismo modo, desconfió de quien puso su gestión al frente del Ministerio de Economía al servicio de sus planes electorales, sometiendo al país a un despilfarro de recursos pocas veces visto, propio del más rancio populismo.

Una economía que muestra signos de estancamiento desde hace 15 años, un déficit fiscal crónico como consecuencia de un Estado tan elefantiásico como ineficiente, un mercado cambiario sujeto a cepos que impone cada vez más trabas al comercio exterior, políticas tributarias asfixiantes para el sector productivo, elevadas tasas de empleo informal y más de 18 millones de personas por debajo de la línea de pobreza marcaron el contexto en que la ciudadanía optó esta vez por llevar al poder a una fuerza política nueva, cuyos líderes carecen de antecedentes relevantes en la función pública, más allá de apenas un par de años como diputados nacionales.

La herencia que recibirá el nuevo gobierno nacional da cuenta de una de las peores crisis económicas de la historia argentina. Además de una dinámica inflacionaria similar a la del Rodrigazo de 1975, exhibe un Banco Central quebrado, con reservas negativas del orden de los 12.000 millones de dólares, y pasivos remunerados (Leliq) que superan los 23 billones de pesos y ya alcanzan el 10% del PBI; niveles de emisión monetaria insostenibles y un riesgo país de 2500 puntos que nos ha puesto otra vez fuera del mercado financiero internacional, al margen de haberse incumplido con las metas fiscales negociadas con el FMI.

Dejar atrás la inflación y sus efectos en el incremento de la pobreza debe ser una política de Estado

Ni empezar a resolver este caótico estado de cosas, ni avanzar hacia un Estado limitado, ni poner fin a los regímenes de privilegio de una casta acostumbrada a vivir de las prebendas estatales entre la cual hay dirigentes políticos, empresarios y sindicalistas será fácil para Milei. Mucho menos con una representación parlamentaria que apenas constituye el 15% de la totalidad de la Cámara de Diputados de la Nación y el 10% del Senado, y sin gobernadores aliados.

Sin duda, el principal capital del futuro jefe del Estado es el acompañamiento del 55,6% de los votantes. Pero a esta base electoral, de origen heterogéneo, Milei deberá sumar necesariamente acuerdos políticos de largo alcance para ver facilitada la gobernabilidad. La idea de unidad nacional lanzada por su competidor Sergio Massa podía carecer de credibilidad en alguien que, como el actual ministro de Economía, ha exhibido numerosas máscaras a lo largo de su trayectoria política. Pero no por eso debería ser desechada. Resultan positivas las primeras palabras del futuro presidente tras confirmarse su triunfo electoral, en el sentido de que “todos aquellos que quieran sumarse a la nueva Argentina serán bienvenidos”.

No son pocos los problemas que atraviesa el país a partir de los cuales se podrían alcanzar amplios consensos que se traduzcan en políticas de Estado que se sitúen al margen de las rencillas partidarias. La lucha contra el narcotráfico es una de esas cuestiones, que no fueron mencionadas por Milei en su primer mensaje como presidente electo. Dejar atrás la inflación y sus consecuentes efectos en el incremento de la pobreza debería ser parte de otra política de Estado.

Milei ha demostrado que tiene claro lo que desea para el país y que tiene un sueño: volver a poner a la Argentina entre las principales potencias económicas del mundo abrazando las ideas de libertad que nos legaron Juan Bautista Alberdi y nuestros padres fundadores. También ha dejado testimonio de su voluntad de avanzar hacia cambios drásticos que dejen atrás la idea del Estado populista, por un camino en el que no habrá lugar para la tibieza ni para el gradualismo. Su desafío es llevar adelante ese programa persuadiendo a muchos de quienes lo votaron sin estar demasiado convencidos de apoyarlo, con la Constitución en la mano, respetando el principio republicano de división de poderes y anteponiendo la indispensable prudencia y la tolerancia de la que todo presidente que apunte a convertirse en estadista debe hacer gala. Solo así podrá transformar el hartazgo que potenció su éxito electoral en genuina esperanza.

Fuente: La Nación

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