El chantaje de los misiles

MADRID.- Hay una convergencia inquietante entre la Rusia de Vladimir Putin y la Corea del Norte de Kim Jong-un, no tan solo en su concepción del arma nuclear como resorte del terror para preservar su poder y expandir su hegemonía sobre países vecinos, sino también en la similar reacción que suscitan sus sistemáticas vulneraciones de la legalidad internacional y de las resoluciones de las instituciones multilaterales. Están coincidiendo estos días la exhibición de fuerza balística de Pyongyang para amedrentar a Japón y Corea del Sur, y el lanzamiento por Rusia de más de un centenar de misiles y drones suicidas sobre Ucrania en una ofensiva vengativa, sin objetivos militares, que ha dejado un reguero de civiles muertos y de infraestructuras destruidas.

Pyongyang, que ha efectuado 26 lanzamientos este año, disparó el 3 de octubre un misil con alcance de 4500 kilómetros y capacidad para golpear la base estadounidense de Guam. En respuesta a su lanzamiento, EE.UU., Corea del Sur y Japón realizaron ejercicios militares en las aguas que separan la península de Corea de Japón. Dos días después, Corea del Norte lanzó dos misiles, estos de corto alcance y con capacidad para transportar cabezas nucleares, y el miércoles disparó otros dos más.

La conexión entre Rusia y Corea del Norte se plasma también en la imposibilidad de traducir el rechazo creciente a su chantaje belicista en forma de apoyo a las sanciones internacionales en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde ambos cuentan con el doble veto sistemático de China y de la propia Rusia. Ambas potencias concertadas demandan el aligeramiento de las sanciones y la apertura de una vía de diálogo diplomático, que afirmaría el statu quo actual, el de Rusia como ocupante del 20% del territorio de Ucrania y el de Corea del Norte como potencia nuclear. De abrirse paso el doble desafío ruso y norcoreano, quedaría reconocido el derecho de conquista de cualquier país con capacidades nucleares sobre sus vecinos desprovistos de estas, mientras que muchos países que no las tienen se apresurarían a adquirirlas. Una auténtica catástrofe para la política de no proliferación y una devastadora amenaza para la paz en el mundo

El País

Fuente: La Nación

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