Deshumanizantes sistemas feudales

En 1990, el país se horrorizaba ante el caso de María Soledad Morales en Catamarca. La joven, de 17 años, fue asesinada por hijos del poder provincial que la drogaron y abusaron de ella en una fiesta. Más de tres décadas después, en junio pasado, era asesinada en Chaco Cecilia Strzyzowski, una joven de 28 años casada con César Sena, cuyos padres lideraban el movimiento Socialistas Unidos, agrupación íntimamente ligada al poder provincial. Hoy tanto César Sena como sus progenitores, Emerenciano Sena y Marcela Acuña, están en prisión, acusados de homicidio premeditado con el concurso de dos o más personas.

El caso de Cecilia se emparenta con el de María Soledad. En ambos casos, una joven inocente se acerca a personas cuya proximidad con un poder sin límite en la ley los lleva a actuar de manera brutal y acaba perdiendo la vida. El crimen terrible cometido en Chaco tiene al mismo tiempo muchos vasos comunicantes con el caso de Milagro Sala en Jujuy, hoy en prisión domiciliaria por liderar una asociación ilícita, fraude y extorsión, en medio de denuncias de exintegrantes de su organización, Tupac Amaru, por violaciones de los derechos humanos. La familia Sena se dedicaba, como la líder jujeña, a la construcción de viviendas sociales con fondos públicos. Tanto Milagro Sala como los Sena eran sostenidos en su accionar delictivo por el poder político, que en su afán hegemónico los había incorporado como parte de ese “ejército” militante que está siempre tras la conquista del territorio y de la mente y las voluntades de los votantes. Detrás de Sala estuvo Cristina Kirchner en sus tiempos de presidenta; detrás de los Sena está Jorge Capitanich.

Los referidos casos dan cuenta de la forma en que pervive en muchas provincias argentinas, como el ChacoFormosaSantiago del EsteroCatamarca y La Riojaun sistema feudal que lleva a los que mandan a sentirse dueños del cuerpo y el alma de la población. Así, a buena parte de las personas se les desconocen sus derechos ciudadanos para tratarlas como súbditos de un régimen que remite a los tiempos del Virreinato.

El ejercicio de este omnímodo poder deshumaniza. El otro no es visto como una persona en sí misma, sino como un medio para lograr los fines mezquinos que persigue la política partidaria cuando se pervierte. Un mero instrumento. Las palizas físicas y el maltrato psicológico que Milagro Sala infligía a quienes no la obedecían como ella pretendía, narrados por las mismas víctimas, tienen origen en el mismo sentimiento de impunidad que promovía el trato degradante que Emerenciano Sena y su esposa daban a los trabajadores de sus emprendimientos.

Marcela Leiva, una mujer que comenzó a colaborar con la organización de Sena en 2010, contó recientemente en distintos medios de prensa que la obligaban, junto a otros trabajadores, a realizar tareas desde las 5 de la mañana durante 15 horas diarias, bajo amenazas, y que los mantenían encerrados. Debían comer en el piso, muchas veces alimento en mal estado. Las humillaciones y la violencia que recibían mientras trabajaban eran algo cotidiano. “Nos puteaban continuamente y nos decían que éramos malas personas”, relató Leiva. “Emerenciano captaba personas del interior y las traía a trabajar con el cuento de la casa propia. Después las trataba como a cerdos, encerradas en el campo de tiro”, agregó.

Sena exigía una sumisión total. Tras una tormenta, el dirigente social le ordenó a Leiva que realizara una denuncia por la pérdida de bienes y materiales de obra. La mujer se negó a incluir en la lista elementos que estaban intactos. “Vos tenés que hacer lo que yo te diga”, le gritó Sena, según contó la mujer.

Leiva hizo siete denuncias contra Sena por reducción a la servidumbre, corrupción y lavado de dinero, todas desestimadas por la Justicia provincial y por el gobierno cómplice de Capitanich, quien, según cuenta la mujer, eligió ignorar también las cartas enviadas por las víctimas del líder social. “Le pedíamos audiencia y en respuesta él se sacaba fotos con Emerenciano”, dice Leiva. Para ella, Sena era “el niño mimado de Capitanich”.

Catamarca vio cómo se desmoronaba una de las dinastías políticas más rancias del país tras el crimen de María Soledad y después de las multitudinarias “marchas del silencio” clamando por justicia. En Chaco, tras el asesinato de Cecilia y ante la evidente cercanía entre el clan Sena y Capitanich, el voto en las PASO favoreció a la oposición, aunque el gobernador fue el precandidato individual más votado.

El asesinato de Cecilia confirmó la plena vigencia, en pleno siglo XXI, de regímenes provinciales con gobiernos que han sometido a la Justicia impidiéndole que contenga sus excesos, con ciudadanos que resignan su autonomía ante un clientelismo desembozado y funcionarios que se sienten impunes hasta el punto de desconocer, en acciones aberrantes, la dignísima condición humana de sus gobernados. Se trata de territorios en donde es imprescindible restablecer el imperio de la ley y el funcionamiento de las instituciones para destronar tanta impunidad y tanto abuso silenciado. Como sociedad, no podemos tolerar ni un crimen más sin exigir los cambios que demasiados poderosos resisten.

Fuente: La Nación

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