¿Qué maravillas revelan las cartas de Ray Bradbury?

Las ficciones de Ray Bradbury no son para todos. Al menos no eran para mí de joven. Los mundos de invernadero que creaba en novelas como Fahrenheit 451, Crónicas marcianas, El vino del estío La feria de las tinieblas, me resultaban como estar atrapado en una calesita cuando, mentalmente, yo anhelaba salir a andar a caballo.

Hace décadas que no leo a Bradbury (1920-2012) ni pienso mucho en él. Pero hay aquí un libro nuevo con cartas suyas, Remembrance: Selected Correspondence of Ray Bradbury (tentativamente, Remembranza: Correspondencia de Ray Bradbury seleccionada). Me encantan los libros de cartas. Hay aquí, tal vez, una oportunidad de volver a sumergir la puntita del pie y probar. Una oportunidad de atacarlo no sólo en fresco sino a contrapelo.

O no. Sin edulcorantes: las cartas de Bradbury son asombrosas por su falta de brillo y su esterilidad. Si tuviera que resumir su tono y contenido en una frase, pondría: “Gracias por tus ocho toneladas de adulaciones serviles, aquí tenés otras 16 a cambio”. Mientras leía Remembrance empecé a soñar con cortarme los dedos, como Brendan Gleeson en la película Los espíritus de la isla, uno por uno, para no tener que dar vuelta otra página.https://eeb4669e80f0d373b425bc875f945f69.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

No se puede culpar a los escritores por la calidad de sus cartas, salvo que intentaran publicarlas. Aparentemente, avanzada su vida, Bradbury lo tuvo en cuenta. Esta colección fue editada por su biógrafo, Jonathan R. Eller, también cofundador del Centro de Estudios Ray Bradbury de la Universidad de Indiana.Remembrance: Selected Correspondence of Ray Bradbury (tentativamente, Remembranza: Correspondencia de Ray Bradbury seleccionada).Remembrance: Selected Correspondence of Ray Bradbury (tentativamente, Remembranza: Correspondencia de Ray Bradbury seleccionada).

La trilogía de biografías de Bradbury llevada a cabo por Eller es exhaustiva y solidaria, pero en este libro no le ha hecho ningún favor a su protagonista. Voy a recurrir a confeccionar una lista breve de los inconvenientes de esta compilación, para proporcionarles andamiaje a mis incipientes sensaciones de angustia.

A) La introducción no presenta a Bradbury. El público lector requiere cierta cantidad de información básica —una referencia a la infancia, la educación, la carrera, los premios, la familia, sus hogares, los viajes, los temas de su obra— para no entrar a ciegas en la lectura. La introducción en este caso es más bien un resumen de lo que viene en el libro. Es el tipo de introducción menos afortunada, por la misma razón que «como demostraré más adelante» son las cinco peores palabras en inglés, después de «prepararse para aterrizar en el agua».

B) Este libro está ordenado de forma extraña. Las cartas de Bradbury no se presentan en orden cronológico sino agrupadas por tema y después en subgrupos, por corresponsal, de modo que siempre estamos retrocediendo en el tiempo, como los personajes de “Bill and Ted” en su excelente aventura. A una carta de 1965 le sigue una de 2004 y de repente volvemos a los años cincuenta. Esto nos impide trazar el desarrollo de la voz de Bradbury y de sus recursos internos. El héroe de nuestra narración se pierde en un laberinto.

C) Se incluyen muchas cartas que no son de Bradbury sino para él. Son un relleno y podría habérselas resumido. Yendo al punto, confunden. Es fácil olvidar, en un libro de cartas de Bradbury, que en determinados momentos no es a él a quien estás leyendo.

Empalagosas

Bradbury parece no haber tenido amigos. No hay correspondencia sostenida en el tiempo con ninguna persona en particular y, por lo tanto, tampoco intimidad. Sin duda hay grandes nombres aquí (Graham Greene, François Truffaut, Anaïs Nin, Leon Uris), pero las cartas son transaccionales. Rozan la superficie como insectos acuáticos. Bradbury rara vez menciona su familia o incidentes de su vida.

Según sus cartas, no era un observador minucioso. No hay arena ni grasa. Roma es “una ciudad hermosa, hermosa”; Venecia, en Italia, es “muy hermosa, muy hermosa”. ¿París? “Una ciudad fascinante.” El director de cine John Huston, uno de los hombres más irritables y complicados que haya existido jamás, es «un tipo verdaderamente agradable». ¿Gregory Peck? «No podés imaginar un hombre más amable». ¿El director William Wyler? «Es un hombre muy agradable, por cierto.»

Son tan empalagosas estas cartas que se te pegan a los dedos. O a los malditos muñones. A Truffaut, que se disponía a hacer la versión cinematográfica de Fahrenheit 451: “Naciste para hacer películas. Tu cuerpo, tu ojo, son una cámara”. A Federico Fellini: “Gracias por tu carta. La atesoraré siempre”. Para Eddie Albert: «Tu actuación en Un toque de petulancia es una belleza». A su editor en el sello Knopf: “Gracias, muchas gracias por el libro de entrevistas a directores de Bogdanovich. Es realmente un regalo especial para mí… ¡Realmente me acurrucaré para leer esta colección!” Y así sucesivamente.

Bradbury tenía la costumbre inusual, que yo nunca había visto hasta ese punto, de enviarles por correo a civiles inocentes ejemplares de sus cuentos, obras de teatro y libros. La regla número 1 de la vida literaria es no regalarle a la gente ejemplares de tu producción, a menos que te lo soliciten específicamente. Porque un libro no es sólo un libro sino una obligación.

Bradbury les envió novelas suyas y cuentos, entre muchas otras personas, al presidente John F. Kennedy (a través de Arthur Schlesinger Jr.), a los dos presidentes Bush y a Laura Bush. En los anales de la correspondencia literaria y presidencial, no estoy seguro de que haya un fragmento más triste que este, de George W. Bush, el líder del mundo libre, en 2004: “Gracias por el ejemplar firmado de su libro El signo del gato. Aprecio su consideración.»

Llegamos al punto de una reseña en el que, para no parecer un ogro completo, el crítico menciona un par de cosas buenas sobre el libro en cuestión. Los textos de Bradbury sobre la época en que trepaba por la escalera de las revistas pulp escribiendo para Thrilling Wonder, Weird Tales y Astounding, son interesantes. Reúnen lecciones para escritores jóvenes, en particular acerca de la importancia de confiar en el inconsciente.

Su mirada política giró hacia la derecha a medida que envejecía, pero me gustó su observación, en 1951, en cuanto a que la ciencia ficción es “la única forma que queda en la que uno puede decir lo que realmente piensa del mundo sin que lo llamen comunista”.

Previó un uso excelente para la inteligencia artificial: “¿Por qué no tenerlo a Platón sentado en tu clase de griego respondiendo preguntas divertidas sobre su República?”. Parecía no tener libido sexual ni sentido del humor. Pero sí señaló que poner en una portada a varias mujeres marcianas de pechos azules probablemente aumentara las ventas.

Bradbury despotricaba contra los críticos snobs de las grandes ciudades que no lo tomaban en serio. Supongo que me he unido a ellos. Lo siento, Ray. No tengo idea de si eras un gran farsante, una lata vacía muy ruidosa, pero este libro te hace parecerlo. Y no es necesario vivir en una gran ciudad para que eso produzca rechazo.https://eeb4669e80f0d373b425bc875f945f69.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

The New York Times

Traducción: Román García Azcárate

Fuente: Clarín.com

Sea el primero en comentar en "¿Qué maravillas revelan las cartas de Ray Bradbury?"

Deje un comentario

Su email no será publicado


*