¿Es «Bouvard y Pécuchet» la verdadera obra maestra de Gustave Flaubert, autor de «Madame Bovary»?

Todo empieza por un sombrero. En un caluroso y desierto domingo de verano, en París, dos caminantes anónimos e ignotos entre sí, Bouvard y Pécuchet, se encuentran por casualidad en un banco público. Al poco tiempo, se dan cuenta que ambos tenían escritos y bordados sus nombres en los sombreros que llevaban puestos. Pero no es la única casualidad: ambos son oficinistas y quieren otras vidas. Les atraen las mismas cosas, como el deseo de irse al campo; algo que prontamente, después de una herencia familiar de Bouvard, se hace realidad.

Especie de almas gemelas, entonces, Bouvard y Pécuchet -uno viudo, el otro soltero, ambos sin hijos, seres vulnerables y a la vez ridículos, ciertamente tristes en sus soledades y con aversión hacia las mujeres- emprenden una aventura hacia lo desconocido que tiene el grado cero en el encanto de la conversación.

“Cada uno, al escuchar al otro, volvía a encontrar partes de sí olvidadas; y, aunque habían pasado la edad de las emociones ingenuas, experimentaban un placer nuevo, una suerte de plenitud, el encanto de la ternura en sus inicios”, escribe Gustave Flaubert en una de los encuentros de personajes más peculiares y grotescos de la literatura francesa, el de Bouvard y Pécuchet.

“¿Cómo explicar las simpatías?”, se pregunta Flaubert en la novela. Y expande lo que sería la apertura de una gran atracción amistosa: “Inmediatamente se habían sentido ligados por fibras secretas. ¿Por qué tal particularidad, tal imperfección indiferente u odioso en éste resulta encantadora en aquél? Eso que se llama amor a primera vista es cierto para todas las pasiones. Antes de que terminara la semana, ya se tuteaban”."Bouvard y Pécuchet", de Gustave Flaubert, con prólogo de Jorge Fondebrider (Eterna Cadencia, $12.000).«Bouvard y Pécuchet», de Gustave Flaubert, con prólogo de Jorge Fondebrider (Eterna Cadencia, $12.000).

«El 10 de diciembre de 2021 se cumplieron doscientos años del nacimiento de Gustave Flaubert. Hubo todo tipo de homenajes que incluyeron congresos, coloquios, encuentros, mesas redondas, lecturas por Twitter -algo que seguramente le hubiera repugnado al escritor-, exposiciones y miles de artículos periodísticos que abarcaron todos los aspectos de la vida y la obra del autor».

Así arranca el notable prólogo de Jorge Fondebrider -que a la vez se ocupó de la traducción, las extensas notas y la selección de comentarios- sobre la reciente edición de Bouvard y Pécuchet por Eterna Cadencia -en coedición con LOM-, la sátira inconclusa y experimental de Flaubert publicada un año después de su muerte.

Fondebrider advierte que en los homenajes la atención fue puesta en Madame Bovary, la primera de sus cinco novelas clásicas y acaso la más popular. Pero pocos hablaron de Bouvard y Pécuchet, obra en la que Flaubert quiso demostrar una vez más que un tema -al igual que en Madame Bovary con un caso de adulterio- podía convertirse en arte a través del estilo.

Otra pequeña lección narrativa, en efecto: la literatura sobrevive al tiempo no por los hechos que refieren, sino por la forma en que éstos fueron contados. En Bouvard y Pécuchet, suerte de novela total, el tema fue la estupidez: ese que el escritor francés consideraba como parte constitutiva de la condición humana.

Como suele ocurrir en Flaubert, escribe Fondebrider, antes de que hubiera un plan, hubo indicios. En 1843 ya tenía en mente la idea de Bouvard y Pécuchet, según su amigo Maxime Du Camp, quien escribió que Flaubert quería vengarse de la estupidez humana, algo que lo ofuscaba y que, cuando no lo hacía desternillarse de risa, lo hacía poner rojo de furia.

Pero mucho después, entre 1872 y 1874, retomó el proyecto, se dedicó a hacer lecturas preliminares y a tomar apuntes sobre lo leído. Finalmente, el 1 de agosto de 1874, “a las cuatro, después de una tarde de tortura”, Flaubert escribió la primera parte de la novela, continuó ese año con el capítulo I, y en 1875, con el capítulo II."Bouvard y Pécuchet", en la ilustración propuesta en una edición francesa. «Bouvard y Pécuchet», en la ilustración propuesta en una edición francesa.

¿Cómo es que una obra queda interrumpida en el tiempo? La novela, explica el traductor y ensayista Fondebrider, se entorpece bruscamente por distintos problemas ligados a una crisis económica sin precedentes en los bienes del escritor. Toda su fortuna mobiliaria, en rigor, quedó perdida.

Aplastado por la desesperación, y amenazado con vender hasta su propia casa, Flaubert no pudo escribir ni una línea más. Sufrió de ahogos, de crisis de llanto, volvieron sus ataques nerviosos y pensó seriamente en el suicidio. Fue en octubre de 1877, luego de la visita a un amigo en la localidad de Concarneau, cuando retomó el proyecto de Bouvard y Pécuchet.

El prólogo de Jorge Fondebrider se lee como un relato autónomo dentro de la novela, como un arqueólogo rastreando aquellas piezas del rompecabezas para alumbrarlas bajo una pericia minuciosa: “Entre ese mes y noviembre de 1877, escribe los capítulos III y parte del IV; a lo largo de 1878, concluye el capítulo IV y continúa hasta el VIII; en 1879, continúa con el capítulo VIII y escribe el IX; en 1880, buena parte del capítulo X, que, el 8 de mayo, con la muerte de Flaubert por un derrame cerebral, queda inconcluso”.

Por lo pronto, se sabe que Bouvard y Pécuchet constaba de dos partes. La primera es el relato propiamente dicho con las peripecias de Bouvard y Pécuchet, dos copistas que trabajaban en París y que el azar reúne. Fondebrider reconstruye obsesivamente, al modo de los prólogos de Borges, entre el tono ensayístico y como una especie lateral de la crítica: en esa primera parte asistimos entonces a su encuentro y a su mudanza al campo -un tópico tan antiguo como revisitado, tal en las recientes novelas argentinas Casi perra , de Leila Sucari, o Los llanos, de Federico Falco-, donde se proponen recorrer y revisar todo el espectro de los saberes humanos.

Esa primera aparte se compone de diez capítulos, nueve de los cuales Flaubert había dejado listos y uno, escrito por la mitad. Y cada capítulo trata un tema o una serie de temas: un amplio abanico que incluye desde la historia antigua a saberes y experiencias tan amplias como la jardinería, la anatomía, la teoría literaria, la filosofía política, el espiritismo y la religión.

En el capítulo VIII, que se interrumpe súbitamente, para su publicación en el libro Caroline Commanville, sobrina de Flaubert, incluyó una nota donde explica: “Ofrecemos a continuación un fragmento del plan argumental encontrado en sus manuscritos, que permite imaginar cómo debía terminar el relato”.El traductor Jorge Fondebrider. TélamEl traductor Jorge Fondebrider. Télam

Libro escrito casi sobre la base de una biblioteca -tal vez con la idea de convertirla en su obra maestra, llegando el escritor francés a leer más de 1.500 libros para su preparación-, a diferencia de otros de Flaubert que se leen sin dificultad, para Fondebrider esta novela fue construyendo poco a poco a sus lectores, incluso hasta hoy.

“Evidentemente, si la historia universal es la historia de Bouvard y Pécuchet, todo lo que la integra es ridículo y deleznable”, dijo alguna vez Jorge Luis Borges. Y Ezra Pound había opinado que sin Bouvard y Pécuchet no habría existido el Ulises de Joyce.

La segunda parte, a su vez, es la vuelta de los protagonistas a su oficio de copistas y se suele denominar “La copia”. Hubo distintas conjeturas sobre la posible estructura final. Algunas provenían de la abundante correspondencia de Flaubert, y otras, de los distintos planes que fueron encontrados entre los papeles del escritor.

Guy de Maupassant, que había trabajado como asistente de Flaubert en las últimas etapas del libro, fue uno de los primeros en explicar su sentido: “El libro es una revista de todas las ciencias, tales como aparecen en dos inteligencias lúcidas, mediocres y simples. En Bouvard y Pécuchetlos verdaderos personajes son los sistemas y no los hombres. Es, al mismo tiempo, una formidable acumulación de saber y, sobre todo, una prodigiosa crítica de todos los sistemas científicos, que se oponen unos a otros, destruyéndose mutuamente por las contradicciones que presentan, contradicciones de lugares aceptados, indiscutidos.Y es la historia de la debilidad de la inteligencia humana, un paseo en el laberinto infinito de la erudición siguiendo un hilo; ese hilo es la gran ironía de un pensador que comprueba sin cesar, en todo, la eterna y universal estupidez”.

No dejaba de ser Bouvard y Pécuchet otra crítica de Flaubert sobre ciertos sectores de la sociedad burguesa de su época, aunque apenas había sido publicado fue casi ignorado por los lectores y desconcertó a los críticos.

Y no fue el único editado póstumamente, sino que se sumaría a su correspondencia (1887-1893) como así también a sus carnets de trabajo en el Diccionario de lugares comunes (1911), olvidando el utópico deseo del escritor de ser enterrado con sus manuscritos. De hecho, la edición del Bouvard y Pécuchet como libro póstumo no fue tarea de un solo editor, sino una empresa colectiva que comprendió diversas etapas y que, todo deja suponer, no termina en la actualidad.https://2c0515887dba3620b81db5ff98690497.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

Fondebrider reordenó el material, incluyó tres apéndices, un doble cuerpo de notas -“quien no desee leer las notas, puede saltearlas, pero se pierde algo que a veces es decisivo”, dice-, y sobre todo, se sumergió en una travesía similar a Flaubert.

Escribe el traductor en otra parte del prólogo de la nueva edición de Eterna Cadencia, ahora casi en clave de detective abocado a descifrar enigmas: “Por eso esta novela, del todo inusual para la época, necesita muchas precisiones, ya que el autor desliza ideas encubiertas que remiten a fuentes muy diversas y frecuentemente lejanas que es necesario identificar y conocer para alcanzar el sentido completo de la historia. Esas referencias abarcan, como la novela, todos los saberes imaginables: van desde las alternativas del cultivo de los melones hasta la paleontología y la arqueología, pasando por los titubeos de las ciencias médicas, las ideas principales de Spinoza, así como diversas concepciones pedagógicas de Rousseau; y todo esto es apenas un botón de muestra”.

Fuente: Clarín.com

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