Cortázar, el último intelectual argentino capaz de pensar en todo a la vez

“Uy, qué espanto, ojalá no lo hagan”, le respondió Cortázar a Martín Caparrós cuando este le contó que estaban pensando ponerle su nombre a una plaza en Palermo. La idea de que se lo recordara como a una especie de prócer le provocaba auténtico pánico: “Nada me daría más horror”.

Aquel encuentro entre el escritor y el periodista de los bigotes dalineanos se dio a finales de 1983, durante su última visita al país, a días de que la asunción de Raúl Alfonsín le pusiera fin a la dictadura y apenas unos meses antes de su muerte, el 12 de febrero de 1984, en París.La foto más emblemática, tomada por Sara Facio, la gran fotógrafa de autores.
París, 1967La foto más emblemática, tomada por Sara Facio, la gran fotógrafa de autores. París, 1967

A su pesar, aquella plaza no solamente recibió su nombre, sino que se convirtió en el kilómetro cero de la gentrificación palermitana, hito simbólico de una transformación fashionista con la que el autor de la novela Rayuela –paladín de otro tipo de revoluciones– difícilmente hubiera comulgado.https://49107da8abc66c619769eeaa2b471f14.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

Con la resonancia de los aniversarios redondos, la manera en que se expresa el recuerdo de Cortázar hoy se expande muy lejos de plazas que llevan azarosamente su nombre. Aquí, allá y en todas partes, las letras hispanoamericanas y universales reflexionarán durante buena parte de este año sobre la vitalidad y el legado de un autor disruptivo, considerado –entre otras cosas– uno de los innovadores fundamentales del relato breve.

Pensarán, también, sobre las maneras en que vivió y escribió, intentando dilucidar cómo encajan en el mundo actual tanto su literatura como la figura de lo que en los 70 se llamaba un escritor comprometido social y políticamente, que Cortázar encarnó como ícono y unidad de medida.

El último intelectual volteriano

“En el ámbito del cuento es donde creo que su legado más ha perdurado”, afirma el escritor y periodista Mario Goloboff, autor de Julio Cortázar: la biografía, editada en Barcelona por Seix Barral en 1998. “No solamente es uno de los mejores cuentistas que han dado Argentina y América Latina, sino toda la literatura occidental. Es difícil encontrar un autor del que pueda decirse que tiene al menos diez cuentos que podrían estar cómodamente en una antología del cuento universal. Pienso en relatos como «Casa tomada», «La autopista del sur», «Cartas de mamá», todo el volumen Bestiario…”.

Goloboff conoció a Cortázar en Francia, en una charla en la que participaron varios escritores latinoamericanos exiliados, como el paraguayo Augusto Roa Bastos y el santafecino Juan José Saer; tiempos –los años 70- en los que en este tipo de encuentros se hablaba mucho más de política que de literatura. “Para los estudiantes más jóvenes, él era una referencia enorme, pero le criticábamos que su prédica revolucionaria se hiciera desde la comodidad de los círculos ilustrados de París”, rememora Goloboff.

“Con el paso de los años me arrepentí de aquella visión –continúa–. Visto desde hoy, se ve más claro que él representó una conciencia muy aguda de los intelectuales como actores de la lucha democrática y por un país y una América Latina más justas. Aquello que parecía una actitud superficial tenía un valor, una relevancia para lo que estaba pasando en esa época, que entonces muchos no logramos entender”.El escritor junto a su amigo Mario Muchnik, argentino y editor en España. Publicó "Los autonautas de la cosmopista", su originalísima crónica de un viaje en combi a través de una autopista francesa. Foto Legado Muchnik/El escritor junto a su amigo Mario Muchnik, argentino y editor en España. Publicó «Los autonautas de la cosmopista», su originalísima crónica de un viaje en combi a través de una autopista francesa. Foto Legado Muchnik/

Cuando Martín Caparrós le realizó la que, al cabo, sería su última entrevista, Cortázar acababa de publicar las crónicas de Nicaragua tan violentamente dulce, quizá su libro más abiertamente político, y había vuelto a la Argentina tras muchos años de exilio. Así lo recuerda: “Héctor Yanover, poeta y librero, me había dicho que esa mañana Cortázar, que estaba de incógnito en Buenos Aires, iba a pasar por su librería, que si quería ir a verlo. Yo fui y le pedí una entrevista. Él, para mi sorpresa, me dijo que sí, pero que tenía que ser en ese mismo momento. Yo no quería dejarla pasar pero no había preparado nada, así que me enfrenté a uno de mis escritores más admirados sin una pálida pregunta. Al principio sufrí como un perro, pero poco a poco la conversación se fue armando, Cortázar tenía ganas de charlar y la pasamos bien durante un par de horas. Enseguida me quedó claro que tenía muchas ganas de hablar de lo que estaba pasando en el país y en América Latina. Creo que, por lo menos en la Argentina, esa figura volteriana del intelectual con peso político empezaba su decadencia en esos días; quizá Cortázar fue el último que la representó plenamente”.

En aquella entrevista Cortázar habló largamente del rol que tuvo el exilio –y él mismo como parte de la comunidad de expatriados en Francia– en la constitución de la cifra de 30.000 desaparecidos y contó cómo la dictadura los acusó de haber fabricado una calumnia.

“Aquellas palabras demuestran que los que discuten hoy esta cifra siguen repitiendo los argumentos de la dictadura”, sostiene Caparrós. “Sabemos que no sabemos cuál es la cifra exacta porque aquellos militares secuestraron, torturaron y mataron a escondidas y, al ocultar lo que hacían, hicieron que el número de sus víctimas siempre fuera confuso. Por eso tuvimos que adoptar un número que representara todo eso: los famosos 30.000. No importa su precisión –que es imposible por culpa de los asesinos– sino su poder simbólico, su fuerza de memoria”.

La literatura como permanente aventura

Debido a una mezcla de diplomacia y turismo –como él mismo solía decir–, Cortázar llegó al mundo en Ixelles, un barrio al sur de Bruselas, en 1914, en una Bélgica ocupada por el ejército alemán y donde su padre se desempeñaba como agregado comercial de la embajada argentina.Mirá también

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A los cuatro años ya estaba instalado en Banfield, donde se crió en un universo femenino conformado por su mamá, su tía y su hermana Ofelia. Toda su educación fue estatal, primero en la Escuela N.º 10 de Banfield, y luego el Magisterio en 1932 y como profesor en Letras en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta. Ejerció apasionadamente la docencia en colegios y universidades de la Argentina interior hasta que su incomodidad con los fondos y las formas del primer gobierno de Juan Perón lo empujó a renunciar a las aulas y pavimentó su decisión de emigrar a Francia, en 1951.Mirá también

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Existen poco materiales biográficos de Cortázar, quizá porque su vida se cuenta de manera muy exhaustiva en sus varios tomos de correspondencia, reunida y publicada hace más de 10 años. También está Cortázar, de la A a la Z (Alfaguara), un álbum biográfico muy cuidado que en 2014 conmemoraba el centenario de su nacimiento. Y el autor cuenta con un coleccionista obsesivo, el librero Lucio Aquilanti, que ha reunido todas sus ediciones urbi et orbi y fotografías, y quien en 1914 publicó Todo Cortázar: bio-bibliografía, en coautoría con Federico Barea.Mirá también

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La indagación de Mario Goloboff hace especial foco en la “naturaleza mutante” de su obra y de la pulsión que mantuvo a lo largo de su vida literaria por salirse siempre de los territorios de confort.En Nicaragua, 1982.  Junto al cura, poeta y revolucionario Ernesto Cardenal. Cortázar dio un apoyo fervoroso a la revolución sandinista. En Nicaragua, 1982. Junto al cura, poeta y revolucionario Ernesto Cardenal. Cortázar dio un apoyo fervoroso a la revolución sandinista.Disertación en Managua: debajo del retrato, el presidente Daniel Ortega. A su lado el vicepresidente Sergio Ramírez. De boina en un extremo, Ernesto Cardenal.Disertación en Managua: debajo del retrato, el presidente Daniel Ortega. A su lado el vicepresidente Sergio Ramírez. De boina en un extremo, Ernesto Cardenal.

“Como pocos creadores, Cortázar se lanzaba permanentemente a la aventura”, sostiene Goloboff. “Siendo un cuentista consagrado, de pronto se proponía cambiar el género de la novela, con obras como Rayuela 62 Modelo para armar, que muchos críticos han visto como un fracaso, pero que sin duda marcaron a muchísimos lectores y escritores. A lo largo del tiempo él fue llevando su literatura de la mano de elementos biográficos, como las enfermedades, la falta de padre y de hijos, la idealización de la mujer y, por supuesto, la política. Es uno de los pocos narradores que conozco que sin abandonar lo fantástico, introduce la política, el mundo cotidiano, la situación social y muchos otros elementos que solo suelen estar en el relato realista. Este es sin duda uno de sus más grandes aportes a la literatura, porque introduce innovaciones en el género fantástico que nadie se había animado de una forma tan clara”.

Para Caparrós, por encima de la irrupción de la temática “fantástico-cotidiana”, de las búsquedas formales de muchos de sus textos y del uso de marcadores culturales y sociales, la mayor influencia de Cortázar es su “música”, el ritmo de su prosa. “Hubo un momento en que –casi– todos los narradores argentinos escribían con la música de Julio Cortázar”, asegura. “Por eso creo que llegó un punto en que comenzaron a repudiarlo bastante: se avergonzaban de su propia sumisión. En mi caso, influyó de una manera muy directa, muy extrema. Yo tenía 11 años, había leído mucho –Salgari, Verne, Sir Walter Scott, Blyton, Guevara y tantos más– y estaba en primer año del bachillerato. La profesora de castellano nos hizo leer “La señorita Cora” y discutirla en clase. Y ahí entendí que un texto no era solo, como hasta entonces, un relato; que podía ser un artefacto, una obra compleja que significaba mucho más y de muchas más formas que su mera narración. Podría decir que fue mi descubrimiento de esa práctica tan escasa que seguimos llamando literatura”.Mirá también

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El "templo" de Balvanera que celebra a CortázarTodas las ediciones todas: archivo personal de Lucio Aquilanti, el mayor coleccionista de fotos y objetos de Cortazar. Foto de Martin Bonetto.Todas las ediciones todas: archivo personal de Lucio Aquilanti, el mayor coleccionista de fotos y objetos de Cortazar. Foto de Martin Bonetto.

Las mujeres en el universo cortazariano

El lugar de la mujer en el universo cortazariano es sin dudas uno de los elementos que pueden leerse de una forma particular desde esta época, que sin dudas tuvo resonancias diferentes en el momento en que sus cuentos y novelas fueron publicadas.https://49107da8abc66c619769eeaa2b471f14.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.htmlJulito y su madre,   María Herminia Descotte, en Bélgica, antes de regresar al país. Julito y su madre, María Herminia Descotte, en Bélgica, antes de regresar al país.

La creación de personajes como La Maga, en Rayuela, es indisociable de una sensibilidad acerca de lo femenino que Cortázar forjó en la relación –en muchos sentidos excepcional– que mantuvo con su madre, su hermana y sus parejas: la traductora Aurora Bernárdez, su albacea, la editora Ugné Karvelis y la canadiense Carol Dunlop. La Maga está inspirada en la figura de la escritora Edith Aron, a quien Julio trató brevemente mientras trabajaba como traductor de la Unesco, en París. Era una mujer dividida entre sus raíces judío-europeas y los años que pasó en Argentina, donde se formó.

“La visita de Cortázar a Argentina en 1983 fue, de hecho, para despedirse de su madre, porque de alguna manera él ya se sentía morir”, afirma Mario Goloboff. “Apenas unos días antes se había encontrado con unos amigos en Estados Unidos, a quienes no les dijo que iba a venir a la Argentina. Por lo que yo infiero que fue una decisión de urgencia, para decirle adiós a su mamá. Ya estaba muy enfermo y la muerte de Carol, un año antes, muy jovencita, lo había dejado con una depresión tremenda”.

“Ya nos vamos a ver muy pronto”, escribió en una de las últimas cartas a su madre, de esas que nunca dejó de mandar a Buenos Aires a lo largo de 30 años. Poco después, durante un frío domingo parisino, Julio Florencio Cortázar se despedía de este mundo. De eso hace 40 años.


Sobre la firma

Diego Marinelli

Fuente: Clarín.com

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