El obispo de San Isidro, Oscar Ojea, fue elegido ayer por sus pares nuevo presidente del Episcopado, que a la luz de la integración de la nueva comisión ejecutiva acentuará su perfil social.
Ojea, que presidió Cáritas en los últimos seis años y mantiene una estrecha relación con el papa Francisco, fue consagrado en la tercera votación y asumirá el principal cargo electivo de la Iglesia hasta fines de 2020. Reemplazará al arzobispo de Santa Fe, José María Arancedo, que concluyó su segundo mandato y no podía ser reelegido.
Acompañará a Ojea como vicepresidente primero del organismo el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli, quien en la primera ronda de votaciones había sido el obispo más votado. Pero, según confiaron fuentes eclesiásticas a LA NACION, antes de iniciarse la segunda ronda electiva pidió la palabra y anunció que iba a declinar la presidencia si resultaba elegido.
Se abrió, así, una instancia entre Ojea y el arzobispo de Corrientes, Andrés Stanovnik, que finalmente, en la tercera votación, se definió en favor del presidente saliente de Cáritas.
Poli fue rápidamente consagrado en la vicepresidencia primera -el cargo que venía ejerciendo desde 2014- y el obispo de La Rioja, Marcelo Colombo, que hasta ahora integraba la Comisión de Pastoral Social, fue votado vicepresidente segundo. Como secretario general fue reelegido, por amplia mayoría, el obispo de Chascomús, Carlos Malfa.
Los miembros de la comisión ejecutiva conforman la mesa chica del Episcopado y asumen la representación de la Iglesia, especialmente en su relación con el Gobierno.
Se espera, al respecto, que la nueva conducción episcopal solicite una audiencia con el presidente Mauricio Macri, lo que se concretaría en las próximas semanas.
Ojea, de 71 años, se consolidó en los últimos años como una de las voces de mayor predicamento en la Iglesia, especialmente en el campo social, a lo que une una profunda espiritualidad. La prudencia y la sensibilidad social son signos que lo vinculan directamente a Francisco.
Más allá de su compromiso en la lucha contra la pobreza y su acercamiento a los sectores vulnerables, por su estilo tiene una fuerte ascendencia entre los obispos jóvenes y en las nuevas generaciones de sacerdotes. Muy querido entre los sacerdotes porteños, se lo recuerda especialmente en las parroquias de Santa Rosa de Lima y del Socorro, donde promovió iniciativas para atender a los más vulnerables.
Su gestión en Cáritas es reconocida no sólo por la proyección que logró, a partir de los programas de inclusión y promoción humana, a partir de emprendimientos realizados por las propias familias necesitadas, sino también por su capacidad como administrador. Exige a sus equipos un compromiso con la transparencia, en proyectos que se financian, en muchos casos, con fondos del Estado.
Paso al costado de Poli
La decisión de Poli de no aceptar una eventual presidencia en el Episcopado, que transmitió al plenario de obispos una vez que había sido el que más adhesiones recogió en la primera ronda, sorprendió a varios de ellos. Según pudo saber LA NACION, no quiso comunicarlo antes de la votación por temor a que se lo interpretara como una forma indirecta de promover su candidatura. Argumentó, según trascendió, que prefería concentrar sus energías en la realización del sínodo al que convocó en la arquidiócesis para renovar en los próximos años el espíritu misionero de la Iglesia porteña los próximos tres años.
Fuente: La Nación
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