Camino a Brasil, sin más plan que un nuevo tiro al aire

Ya estamos ahí. El tan esperado y temido partido de la selección argentina en Belo Horizonte por las eliminatorias para Rusia 2018 queda a la vuelta de la esquina y el tiempo de las especulaciones se va agotando. No me gusta hacer conjeturas, pero en este caso resulta posible ponerse en el lugar de Bauza en función de lo que él mismo ha venido insinuando durante estos días respecto a cómo imagina el partido del jueves ante Brasil y cuál va a ser el planteamiento del equipo en el Mineirao.

Habla el Patón de un 4-4-2 en apariencia con más peso defensivo pero no aclara mucho más, no se llena ese dibujo con conceptos. No sabemos con qué criterios se moverá el equipo tanto en la creación como en la recuperación, cuál va a ser el punto de partida, qué volantes van a pisar el área rival, quiénes se ocuparán de los relevos. El fútbol son nombres propios. Se puede amontonar defensores o delanteros, pero sin conceptos y sin nombres, un 4-4-2 (o cualquier otro dibujo) por sí mismo no dice casi nada. Aunque deje entrever algunas cuestiones, que en este caso no suenan positivas.

La primera alarma que se dispara guarda relación con las diferencias de estilo y de postura que Argentina expone en la cancha partido tras partido. No hay estructura mínima, y la sensación que se desprende es la de ir combatiendo las urgencias sin un plan definido y -peor aún- desajustando lo mucho o poco que se haya armado con anterioridad, un mal que por otra parte lleva ya un largo tiempo instalado en la selección.

El segundo aspecto preocupante es el miedo. Brasil impone hoy mucho más respeto que hace algunos meses, pero no se me ocurre que la pérdida de kilos en ataque sea la mejor manera de combatir el temor. Sobre todo si se tiene a un jugador como Lionel Messi, que alguna vez puede hacer un gol en un contraataque (como el martes pasado en el Manchester City-Barcelona), pero que para rendir bien y con continuidad necesita estar arropado por un equipo que le alcance la pelota hasta los últimos 30 metros de la cancha, que es donde realmente hace daño y gana los partidos. Cuando esto no ocurre su participación disminuye y el conjunto lo paga, como le pasó al Barça en el segundo tiempo de ese mismo encuentro.

El funcionamiento de un equipo depende de varios aspectos. Por ejemplo, de hábitos que se construyen de a poco, de la creación de sociedades, de la conformación de una identidad que ofrezca ciertas garantías para afrontar los riesgos de un partido. Pero todo parte de la idea madre del entrenador y de las herramientas que ofrece a sus futbolistas para que le den contenido. Distinguir con qué jugadores se cuenta y saber qué necesitan para aprovechar al máximo sus virtudes es una cualidad esencial de un técnico. Entonces el juego debería ser afín a los intereses de cada integrante del equipo. A los de Messi y de todos los demás.

Es vital que todo técnico se escuche a sí mismo para instaurar sus ideas en los equipos que dirige, aunque después se pueda discrepar con ellas. Tan cierto como que en tiempos de crisis y debilidad, los jugadores para sentirnos menos vulnerables necesitamos ver a un entrenador convencido, a un líder que para salir a jugar te ofrezca certezas autorizadas por su conocimiento y sus convicciones.

Pero hasta ahora, Bauza no ha tenido un sello propio. Se ha movido según las contingencias, y para ir a Brasil, para volver a salir del paso, se dice dispuesto a probar un remedio con el que puede lograr una cura puntual del enfermo pero que incluye una cuota de veneno.

Si hay un elemento que ha contribuido a arrastrar hacia la ruina al fútbol argentino es pensar solo en el próximo partido y olvidarse de las metas a largo plazo. Es una distorsión que parte de la cabeza de los dirigentes de nuestro fútbol y penetra en la del hincha. Aspiramos a ser expertos en supervivencia, en lo fugaz, en lugar de ser sabios o imitar lo sustancial, lo que realmente sirve: estructuras, rumbo, organización…

Hoy, la angustia y esta conducta errática nos llevan a pensar que el partido de Brasil es a todo a nada, inyectándole una sobrecarga anímica que lo transforma en vital. En estos días el Patón insinúa que lo va a encarar disparando un nuevo tiro al aire. Ojalá que acierte.

Fuente: La Nación  Diego Latorre

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