Brasil empujó a un nuevo derrumbe a la Argentina, un equipo al que las pesadillas le amenazan el futuro

BELO HORIZONTE.- La Argentina tragó saliva y quedó espantada. A la selección se le heló la sangre porque la peor pesadilla tocó a su puerta. Tiembla el seleccionado. Por la incertidumbre que transmite un equipo que deambula. Tiembla por ese sexto puesto en las eliminatorias que lo condena a ganarle el próximo martes a Colombia para creer que hay conjuro para la maldición. Tiembla porque no reacciona, porque aunque los demás parecen empeñados en esperarlo, sigue adormecido. Tiembla, en realidad, por otra frustración. Una más.

Lionel Messi no fue el superhéroe soñado. Y si la pieza principal se desmorona, el efecto dominó se encarga del desbarranco. La Argentina extrañó todo. No se define como equipo, entonces en su travestismo se expone. No la contienen un funcionamiento ni una identidad de juego. Condicionado por las emergencias, Bauza se sometió nuevamente al instinto de supervivencia. Falló todo otra vez y Brasil se regaló en el Mineirão la noche más dulce después del bochornoso 7-1. Supo reinventarse, mientras la Argentina atrasa. Y pena.

Si la selección pareció sentirse envuelta por esa buena energía que arropa los mejores sueños, eso duró un suspiro. El bloque que propuso Bauza no tuvo dinámica ni sorpresa ante un Brasil expectante. Por la propuesta de Tite, el clásico podía perderse en el sopor. La escenografía era un campo de ajedrez, con los arcos a kilómetros de distancia. El primer remate fue de Renato Augusto, cuando el reloj pisaba los 22 minutos. Enseguida respondió Biglia desde media distancia y Alisson voló para desviar a un costado. El juego pareció espabilarse, y cuando Coutinho por primera vez cambio de banda, se fabricó los espacios, dibujó la diagonal y encontró el hueco para sacar un misil.

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En el peor momento de la Argentina en la ruta eliminatoria lo esperaba un adversario ladino. En el ya tortuoso camino a Rusia, apareció un rival con tantos quilates como ambiciosa malicia para atreverse a mover la estantería. Brasil sacó el maquillaje de un cachetazo y se rompió el espejo. Messi quedó más obligado y más desabastecido. Su posición, entre cerebro y killer, convivió con una dualidad que le provocó más angustia que libertad. Y el partido fue tragándolo lentamente.

Ni siquiera la Argentina pudo encomendarse a la suerte para eludir ese sino derrotista que la persigue con agobiante fidelidad desde hace años. Porque en el último instante del primer tiempo, cuando se jugaba tiempo adicionado, Gabriel Jesús tomo mal posicionada a la defensa y asistió a Neymar para su precisa definición cruzada. Un error infantil en su funcionamiento precario. Una exagerada diferencia, pero un cachetazo al fin. Ahí la selección comenzó a sufrir el helado sudor en la espalda.

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Entró Agüero y pagó el precio Enzo Pérez, el mejor volante argentino. Después de mucho tiempo se reencontraron los Cuatro Fantásticos, pero en una noche maldita. Todo el segundo tiempo, la jerarquía colectiva e individual de Brasil encontró geometría y explosión para abrir surcos en la Argentina. Con las delicias de Neymar y compañeros aceitadosy voraces. La goleada empezó a bailotear en el área de Romero. Primero Zabaleta salvó en la línea, pero enseguida Paulinho tuvo revancha y clavó la tercera estocada. Quedaba media hora que podía volverse un calvario. El tanteador pudo cerrarse con cifras de catástrofe en uno de los peores segundos tiempos de la Argentina en décadas, pero Brasil prefirió decorar el clásico con puntadas displicentes.

En ese equipo atormentado, hasta el mejor del mundo terminó perdido. No escondido, pero sí aplastado, abatido. Desde la impotencia, tan mediocre como el resto. Mucho antes del final, los ojos de Messi ya se habían escapado de sus órbitas. No puede creer dónde cayó la Argentina. Los momentos difíciles exigen figuras referenciales y aquí no faltaron rabia ni coraje. Pusieron la cara, pero sólo para recibir el cachetazo más sonoro. La crisis es de identidad y el contagio intoxica todo lo demás.

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El derrumbe futbolístico no escapa de la crisis dirigencial que también atraviesa a la selección. Ese sótano en el que la Argentina aprendió a marchitarse. La relación del plantel con la tolerancia popular agudizará el malestar. La estabilidad de Bauza será un tema de debate. Los resultados, el rendimiento de su equipo y varias decisiones (y contradicciones) lo colocan en una situación de absoluta fragilidad. Solamente la cercanía del compromiso con Colombia y una conducción de la AFA sin fuerza ni consenso parecen ser un blindaje momentáneo.

Dentro de la tormenta que azota a la selección, la clasificación no es el obstáculo más grave. En definitiva, los demás siguen tendiéndole una mano a la Argentina atribulada. Pese a la cosecha de sólo cinco puntos de 15 en el ciclo Bauza, el quinto puesto del repechaje está apenas a un escalón. Y el tercero, Colombia, a apenas dos puntos. El alarmante problema es que nada detiene el derrumbe. La espiral negativa que se devora la confianza, la paciencia y el tiempo. La Argentina quedó en la cornisa, sin arnés ni sustento, y a estas alturas de la competencia la domina el vértigo. El próximo paso puede ser fatal.

Fuente: La Nación

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