Hace un tiempo empezó a masticarse una idea que parecía lisérgica en marzo y que hoy cobra inercia en los headquarters del PRO en Parque Patricios. Los polos electorales de Cristina Kirchner y Mauricio Macri se endurecen y achican, por lo que lo que no está en los extremos crece matemáticamente. En ese nido entonces habitan cada vez más millones de argentinos hartos de la grieta y del discurso del odio, algo presente de los dos lados de la orilla.
Esa es la tesis on going que elabora Horacio Rodríguez Larreta, pensando que más allá de su respeto por Javier Milei, el economista caerá por su propio peso. Más se extreman ellos, más se decepciona la sociedad harta de los gritos, más crecemos nosotros. Esa es la tesis del larretismo hoy. Ganar, gobernar con el 70% de la clase dirigente y llevar a cabo los cambios de fondo con el tiempo, incluso con algunos enemigos dentro. Guerra de guerrillas en tiempos de Big Data. ¿Querrá eso la sociedad que parece militar las pasiones desmedidas, los escraches y la violencia?
El teorema de las lagunas plantea entonces que mientras los peces de Cristina y Mauricio están rígidos, felices en su pequeña laguna y enfurecen con sólo pensar en abandonarla, con bordes bien definidos y duros donde difícilmente algún pez pueda sumarse, pero a la vez ninguno podría emigrar. Lo cierto es también que las pasiones recobradas desde el mauricismo y el cristinismo son evidentemente superiores a las que puede generar un discurso más ligado al programa, la sensatez y lo previsible que expone Larreta cuando habla. No genera suspiros ni gritos, pero tampoco desconfianza, win win para la estrategia discursiva si pretende expandir su laguna para quedarse con los peces de los vecinos. Patricia (Bullrich) enloquece y la gente la aviva, salta y se emociona, pero la cantidad de aplausos, que son fuertes y hacen ruido, tal vez no alcancen para ir a un balotaje.PUBLICIDAD

Así entonces, la laguna larretista empezó a tornarse endeble, menos rígida, más amigable a lo que buscan peces de otros colores y tamaño, incluso los de pelaje más duro que nunca pensaron en cambiar de agua. En el kirchnerismo los números oscilan entre lo decepcionante y lo alarmante, pero se terminó el debate interno de la gobernabilidad, saben que llegarán a las elecciones y que a partir de ahí podrán ser reelegidos o volver a ser la oposición más violenta que encarnó La Cámpora y Cristina Kirchner cuando les tocó no gobernar, algo que sólo ocurrió en cuatro de los últimos veinte años. Rara peculiaridad del cristinismo, que cada noche enciende una vela para que quien prometió gritando que los metería presos, sea exitoso en su cruzada antiinflacionaria. Finado el sempiterno de Néstor, habrá entonces que cambiar de rezo para sobrevivir.
El dogma de la iglesia cristinista les permitió pensar que sólo el país atravesó tormentas y fracasos en cuatro años de castigo macrista, luego todo fueron años felices de bienaventuranza, prosperidad y crecimiento exponencial, algo que sólo los pocos y duros y convencidos peces de la laguna K pueden bosquejar. Por eso tal vez Alberto Fernández, dueño de una rara e incalculable laguna, recuerda siempre que en su Gobierno se creció tres años seguidos, algo que no pasaba desde Néstor Kirchner, por si la memoria de la vice pudiera olvidar por un momento lo que siente por el presidente. Esa empapada de oreja le llega a Cristina, que lo conversa con su secretario y senador, Oscar Parrilli, cuando casi nadie los escucha.
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El histórico partido radical entonces decidió tirarse de bomba y quedarse a vivir en la zona larretista sabiendo de su inevitable naufragio y desaparición tras la figura de Leopoldo Moreau, el converso, y milita entonces el proyecto del jefe de Gobierno porteño, que debe a su vez orbitar entre la exigencia radical de Enrique «Coti» Nosiglia a través del exministro Martín Lousteau y los pedidos de Jorge Macri, el bendecido. Si Horacio Rodríguez Larreta, enemigo número uno de la espontaneidad y lo no medible, fuera consciente de que las lagunas empezaron a moverse y cambiar sus formas las últimas semanas, tomaría nota de que tiene muchas más chances de ser presidente consolidando su alianza con los radicales y socialistas para generar suspiros en la progresía nacional y el kirchnerismo desencantado, que en el amarillismo duro, que vive feliz en la laguna de Mauricio y Patricia y lo considera un traidor capaz de sellar un acuerdo debajo de la mesa hasta con la propia Cristina. Casi sin taparse la nariz, un amplio espectro kirchnerista con la elasticidad inigualable del peronismo explicaría por qué Horacio es la mejor opción y nada tiene que ver con la oscura mafia macrista.
Si las lagunas se siguen moviendo, variando sus bordes y su dureza, entonces podríamos encontrar una elección con la anómala situación de kirchneristas votando a Rodríguez Larreta porque la derrota de Cristina o su representante sería inevitable, y jamás se arriesgarían a que Javier Milei sea presidente, algo que puede ocurrir perfectamente si la sociedad termina por decidir que el fracaso kirchnerista está consumado y que no hay espacio para cuatro años más de peronismo. El dilema sin respuesta es si una parte mayoritaria de la sociedad apostará por un gobierno de coalición implícita o explícita que incluya, por ejemplo, a Hugo Moyano, viendo expandir su conocido imperio en caso que gane la gobernación Diego Santilli, amigo personal y socio político durante años del denunciado y alicaído camionero.
Fuente: Mendoza online
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