NUEVA YORK.- «Voy día por día en este torneo. Ya tenía organizados mis entrenamientos en Buenos Aires para prepararme para la Copa Davis. Lo mismo me pasó en Río, donde modificaba todo el tiempo las cosas… Ahora me pasa hasta con la reserva del hotel; tengo que avisar que no me echen todavía, que sigo acá. En otro momento estas cosas no me pasaban; ahora las tomo con gracia, me divierten. Lo hago relajado».
Sigue ganando Juan Martín del Potro en el Abierto de Estados Unidos. Ya superó los octavos de final, algo que no estaba en sus planes antes de venir. Sí lo estaba volver a la Argentina y después irse a Escocia, pero como mañana, frente a Stan Wawrinka, va a sostener uno de los cuartos en Flushing Meadows, y no con pocas posibilidades de seguir adelante, se quedará en Nueva York. Cosa que, por cierto, nada le cuesta, porque ama esta ciudad. Y desde acá viajará a Glasgow, para afrontar la semifinal por la anhelada Davis. Todo eso cambió con el triunfo de ayer sobre Dominic Thiem por 6-3, 3-2, 15-0 y abandono, por una lesión en la rodilla derecha del austríaco.
Y al tandilense lo divierte el cambio de planes, no por seguir en pie en el certamen que más le gusta y por todo lo que tiene por ganar -y muy poco por perder-, sino ya por esa cuestión cotidiana, administrativa, que puede afrontar cualquier persona que no es famosa ni de las mejores del planeta en lo suyo. Porque Del Potro, que además anda sin entrenador y sin equipo de trabajo más que el kinesiólogo Diego Rodríguez, debe ocuparse de algunas cuestiones mundanas por su cuenta. Cosa casi impensable en tenistas de ese nivel.
Es que Juan Martín tiene otra visión del tenis desde que le pasó lo que le pasó. Antes de la tercera operación de la muñeca izquierda pensó en abandonar el deporte, y la vida que el tenis de elite implica: viajes, tensiones, desafíos, ingresos, entrenamientos, calendarios, cuidados físicos (alimentación, descanso). Una vez que decidió afrontar esa tercera cirugía en la izquierda -ya tenía una en la derecha-, estaba decidido a continuar. Y el resto es historia conocida hasta este triunfo sobre Thiem que no figuraba en su agenda. En realidad, el día por día deportivo no está en su agenda ni en su diario de viaje. Sí los horarios, los vuelos, pero este Del Potro renacido no está en eso. Lo vive, lo siente, pero va más allá.
La maduración le vino de golpe y por el golpe anímico. «Estoy poniéndome viejo. Ahora mi vida es diferente, tengo un juego diferente. Y todo es como nuevo para mí. Realmente estoy disfrutándolo», contó. «No pienso si estoy ahí nomás de arriba. Ni quiero pensarlo, tampoco. Todo el tema de la lesión me afectó mucho, no sólo en el tenis, sino también en mi vida en general. El tenis y la vida empezaron a ir por otro lado, por otro camino. Estuve tan cerca de no poder jugar que ahora, estando acá, sintiéndome bien y disfrutando todo esto, no pienso en el ranking. Al ranking bueno ya lo tuve, en los torneos grandes estuve, gané el que siempre soñé ganar, y ahora mi vida y mi carrera pasan por otras cosas. Y las disfruto mucho», reveló. Sí: Del Potro habla como un deportista que está próximo al retiro pero por edad -aunque le quedan años-, no por una derrota definitiva contra lesiones.
Esa batalla parece estar muy bien encaminada. «No estoy preocupado por mi muñeca hoy. Juego prácticas y entrenamientos y ella responde. Estoy jugando libre, sin problemas en mi muñeca. A veces me molesta un poquito pero lo manejo, y estoy mejorando mi revés», comentó. No se pone un plazo para pegar del lado izquierdo con 100% de su fuerza, pero va ganando confianza y potencia con el golpe que antes funcionaba casi como un drive. No es poco, en un circuito que se cubre de dolencias y abandonos. Le pasó ayer al propio Thiem, de 23 años recién cumplidos. Nada de muñeca; su revés de una mano reduce los riesgos. Se trató de una rodilla, la derecha, que empezó a molestarlo dos noches antes. Y que no fue otra cosa que la consecuencia, por desbalanceo del cuerpo, de otro percance físico: ampollas, algo que ya había provocado una deserción del austríaco este año, en Sydney. Claro: el número 10 del mundo -llegó a estar séptimo en junio-, de ascenso exponencial en esta temporada, con cuatro trofeos, está pagando la consecuencia de un 2016 frenético para él, con 70 partidos a esta altura, más que cualquier otro tenista, y con otros tres retiros y no presentaciones.
En el primer set, que llegó a tenerlo arriba por 3-1 con un quiebre y gran juego, Thiem se sintió entero salvo al final. A esa altura, Del Potro ya estaba en plena marcha y le había ganado cinco games seguidos. Pareció que el que estaría delicado sería el argentino, que pidió un médico por el hombro derecho. Falsa alarma. El problema estaba del otro lado. El austríaco, que había perdido precisión, ya estaba quiebre abajo en el 3-2 del segundo parcial cuando caminó lento hacia la red para avisar que hasta ahí llegaba su cuerpo. «No es bueno ganar de esta manera. Estoy muy triste por él. Le deseo lo mejor. Es un buen muchacho. Está peleando por entrar en el Masters. Sé lo que implica. Que se recupere rápido», subrayó el tandilense sobre Thiem.
Del Potro ya aprendió esa lección de administrar su calendario, de regular. Menos actividad, menos autoexigencia en cuanto a presión, pero entrenamientos a fondo. Andar más despacio, para llegar más lejos. Y los apenas 72 minutos de ayer le cayeron como anillo al dedo en ese sentido, como lo señaló él: «Esto ayuda un poco a mi cuerpo. Guardé un poco de físico. Necesito estar 100% para la próxima rueda».
Cada vez se les pregunta más, a él y a sus adversarios, si está como para repetir la gloria de hace siete años. No lo sabe. Es que está más allá: «Tengo grandes recuerdos de 2009, pero eso quedó en el pasado. Estoy viviendo un momento diferente. Disfrutando más al entrar en la cancha. Quiero jugar frente a multitudes. Me entusiasma seguir ganando y estar en las mejores posiciones en el futuro, sí. Pero no me preocupo por eso en este momento. Sigo emocionándome con el tenis, y después de tantas pálidas, me pone muy feliz vivir esto».
Fuente: La Nación
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