LONDRES.- La semana pasada, los mercados celebraron con entusiasmo el acuerdo comercial entre Estados Unidos y China, tras las amenazas de Xi de restringir las exportaciones de tierras raras y de Trump de subir los aranceles al 100%. Trump aseguró que, en una escala del 1 al 10, la reunión fue un 12. La euforia contrasta no solo con el riesgo de un fracaso—que habría arrastrado al mundo a la recesión—sino también con el pesimismo de hace apenas un mes, cuando Trump rebautizó a Pete Hegseth como secretario de Guerra (antes de Defensa) tras advertir de una invasión “inminente” de Taiwán.
La magnitud del tema exige una evaluación sobria de la bipolaridad que evite vaivenes de ánimo bipolares. Tanto el escenario optimista—un retorno a la cooperación del pasado gracias a la reducción de tensiones—como el pesimista—un conflicto armado directo— parecen lejanos. Entre el idílico “orden liberal internacional” y el infierno de una Tercera Guerra Mundial, el desenlace más probable es una Segunda Guerra Fría, por las siguientes razones.
Los dilemas de una estrategia de reducción de riesgos
Parte de la euforia y las expectativas de una renovada cooperación reflejan el deseo de que China y Estados Unidos opten por una estrategia de reducción de riesgos (derisking) en lugar de profundizar la tensión y el desacople entre sus economías.
La estrategia de mitigación de riesgos—que muchos consideran aplicada durante la administración Biden—se apoya en tres pilares: un control estricto de las exportaciones de tecnologías sensibles (chips, software de IA, tecnología aeroespacial, etc.), mientras se mantiene el resto del comercio; la relocalización (near-shoring) de industrias de uso dual; y la diversificación del suministro de materiales estratégicos hacia aliados confiables. Sin embargo, ha quedado claro que ninguna de estas medidas puede lograrse sin un alto grado de desacople.
Primero, es erróneo pensar que China aceptará la primacía estadounidense en tecnologías sensibles. A diferencia de Tokio y Bonn en los años 70, que asumieron un rol subordinado dentro del comercio internacional, Pekín no depende de Washington para su seguridad; al contrario, percibe una posición tecnológica inferior como una amenaza a su seguridad nacional y a la supervivencia del régimen. Como demostró con DeepSeek, China tiene la voluntad de ponerse casi a la par en tecnologías de punta a toda costa.
Segundo, la relocalización de la producción de tecnologías críticas crea nuevas vulnerabilidades y alimenta la escalada estratégica. Por ejemplo, trasladar la fabricación de semiconductores desde Taiwán—que produce cerca del 90% de los chips avanzados del mundo—a territorio estadounidense podía interpretarse como una señal de menor compromiso de Washington con la defensa de Taipei. Ante ello, la administración Biden abandonó la política de “ambigüedad estratégica”, que evitaba un compromiso explícito. Sin embargo, esta nueva postura amenazó con desalentar la inversión taiwanesa en convertir la isla en un “puercoespín”, pieza clave de su disuasión frente a China. Trump tuvo que volver a la ambigüedad. En definitiva, la reducción de riesgos funciona como una sábana corta: siempre deja un flanco descubierto para Washington.
Finalmente, la diversificación del suministro de materiales estratégicos y vínculos comerciales en una serie de aliados estratégicos es ineficiente a menos que estos a su vez sean poco vulnerables a las presiones chinas.
La inevitabilidad del desacople ya en curso
En otras palabras, la estrategia de mitigación de riesgos implica, en sí misma, un desacople (decoupling) entre Estados Unidos y sus aliados, proceso ya en marcha. La estrategia de Washington para alinear a países que antes jugaban a dos puntas se basa en amenazar con retirar apoyo militar a estados bajo presión de China o Rusia, acercarse a sectores industriales que perciben a China como una amenaza y con los que existen cadenas de valor integradas, y usar tarifas para forzar negociaciones y presionar a los renuentes. La Unión Europea, Japón y Corea ejemplifican distintas combinaciones de estos elementos.

Sin embargo, el patrón es más amplio y combina distintos grados de palos y zanahorias. Países como Australia, el Reino Unido o la Argentina muestran una versión más amable —mayor uso de zanahorias— cuando parten de una postura inicialmente alineada. En cambio, Brasil, la India y Sudáfrica ilustran relaciones donde han prevalecido los palos. Si estos funcionan aún está por verse, pero, pese al deterioro en los vínculos con Brasil y la India, ambos han terminado sentados en la mesa de negociación. En los dos casos, sectores industriales que ven a China como competidor así como los militares, tendrán peso creciente en las decisiones a mediano plazo, pese a que tanto en Brasil como en la India la relación sea fundamental para exportadores de commodities.
¿Una China acorralada?
Muchos analistas advierten que, en su intento de coaccionar a terceros países para que se alineen, Trump podría terminar empujándolos hacia China, convirtiendo a Xi en un paradójico campeón del libre comercio. Sin embargo, al aumentar la presión, Estados Unidos también ha obligado a China a “bajar al barro”.
En la última ronda de negociaciones, la prohibición total de exportar tierras raras, aunque dirigida contra Estados Unidos, terminó afectando a terceros países para evitar su reexportación indirecta, generando un rechazo generalizado. Este episodio muestra que si las tensiones entre Washington y Pekín se intensifican, las medidas chinas de represalia impactarán inevitablemente a otros. Lo mismo ocurre con la necesidad estratégica de castigar a los países que, bajo presión de Estados Unidos, adopten políticas discriminatorias. En consecuencia, China podría verse empujada hacia un proteccionismo y una autosuficiencia cada vez mayores.

China lo sabe y por eso está relocalizando sus cadenas de valor y aumentado en varias veces su capacidad para el almacenamiento de petróleo, granos, materia prima para la producción industrial, y construyendo un gasoducto con Rusia. Los costos hundidos de esta estrategia de autoabastecimiento desincentivan el retorno a un mundo cooperativo y generan temor de que, a medida que la ventana de oportunidad para una invasión a Taiwán se cierre, empuje a China a una guerra con Estados Unidos.
Taiwán: aún muy lejos de una guerra
Una China aislada y preparada para el desacople será menos vulnerable a las restricciones comerciales que, en otros contextos, pueden servir para evitar una guerra. Sumado a la conocida obsesión de Xi con la reunificación nacional—uno de los objetivos declarados del Partido para 2049—, este escenario alimenta los temores de un futuro oscuro: un bloqueo o ataque aéreo desde el continente que fuerce la rendición de Taiwán, o incluso una invasión directa de la isla, con el riesgo de escalar hacia una Tercera Guerra Mundial.
Sin embargo, es poco probable que eso ocurra. El control estadounidense sobre la primera cadena de islas y el estrecho de Malaca, junto con la presencia de tres grupos de portaaviones en la zona y la reacción adversa de los países vecinos, dejarían a China acorralada. Aun si lograra tomar la isla—un escenario improbable—quedaría efectivamente aislada del mundo, sin que Estados Unidos tuviera que intervenir más allá de lo hecho en Ucrania.
En otros términos, no hay razones para creer que una invasión de Taiwán es “inminente”, ni para creer que Estados Unidos y China entrarán en una détente. El desacople seguirá y es oportuno planear con ello en mente.
El autor es profesor asociado de University College London
Por Luis L. Schenoni
Fuente: La Nación

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