De Winamp para acá (¿Se acuerdan de Winamp? ¡Todavía existe!), pasando por los MP3 de calidad reprochable hasta iTunes y luego Spotify, oír música con la compu o el celular fue siempre más o menos sencillo. A menos que quisieras todo. Es un problema quererlo todo. Hay una suerte de justicia poética, de principio universal que nos impide, no importa cuán todopoderosos seamos, tenerlo todo.
Pero no me pondré filosófico, porque con esto de escuchar música nuestros deseos eran más o menos inofensivos. Por ejemplo, si querías oír el álbum en el orden que el compositor había pensado para esa obra, tenías que recurrir a algún atajo o buscar una aplicación que entendiera este dato. Raro, porque si algo no falta en las computadoras son datos.
Lo mismo pasaba con las transiciones, tan típicas del rock progresivo. Eso se llama reproducción gapless y ahora es un estándar, pero pasaron años hasta que más o menos le encontraron la vuelta. Tanto, que muchos de mis discos compactos estaban ripeados (extraídos) como un solo archivo gigante, para que conservara las transiciones. Digo, sin transiciones The Wall o El Lado Oscuro de la Luna pierden toda su gracia.
Las tapas, ¡ay!, qué calvario. Pero también, de a poco, lo emparchamos. Nada peor que oír música con el iconito de “disco desconocido”. A mí me puede causar pesadillas.
Las listas de reproducción, que muchos creen que son algo nuevo, en realidad vienen de la época del casete, y los que hoy ya somos señores serios teníamos en nuestra adolescencia diferentes listas de reproducción, para diversas circunstancias (si no me falla la memoria llamábamos compilados); en casetes, obvio. Spotify, sin embargo, lo simplificó tanto que una lista que vengo construyendo desde hace varios años en Tidal tiene 602 canciones, o 58 horas de música. Serían unos 40 casetes. Alrededor de 2,6 kilos de cinta magnética y plástico (un casete de 90 minutos pesaba entre 64 y 65 gramos).
Para servirlo
Así que avanzamos un montón en esto de oír música, y como ocurre siempre que avanzás, te dan ganas de más. Tampoco me pondré filosófico con esto, pero, por ejemplo, ¿podríamos centralizar toda nuestra música, desde las listas de reproducción de Spotify, la cuenta en Tidal o Deezer y los discos compactos o vinilos que tenemos guardados en una computadora (incluso, si todavía es tu caso, con acceso a la lectora de CD)? Ah, de paso, ¿podríamos usar el celular como control remoto?

Por supuesto que sí. Esos programas se llaman servidores de música, hay un número de opciones más una no menos vasta oferta de equipos que contienen todo en un solo aparato. También se los conoce como streamers, porque transmiten los datos (es decir, la música) de una fuente (un archivo en una computadora, un servicio como Spotify, un disco compacto) a un reproductor.
Uno de los que se ha ganado un nombre y que es mi favorito se llama Lyrion Music Server (LMS), que nació del riñón de Logitech en 2005 y después quedó en manos de una comunidad de desarrolladores que lo mantienen saludable y acaba de lanzar la muy esperada versión 9. Gratis, por supuesto.
LMS está disponible para Windows, Mac, Linux, Raspberry y varias plataformas más. ¿Cómo funciona? Esa es la cuestión.
El tango se baila de a dos
LMS (como sus equivalentes) no es un reproductor. Es un servidor. Como tal, se ocupa de organizar tu música y tus cuentas de streaming y detecta, en la red, los reproductores disponibles. Cosa que suena un poco lisérgica, ya sé. ¿Qué sería un reproductor disponible?
Un reproductor disponible es otro programa, que se está ejecutando en alguna clase de computadora y que LMS puede usar para pasar la música que tenés en tu biblioteca. De este modo, podés simplemente tener tus discos compactos en un disco de red y, mediante LMS, un reproductor en otro equipo podrá hacerlos sonar. Así, es posible musicalizar cualquier cuarto de la casa usando una única biblioteca de audio.

Los reproductores pueden ser de hardware o de software. Es posible comprarlos como un equipo aparte, usualmente asociados a un DAC, o armarlos vos mismo (por relativamente poco dinero). En mi caso, uso una Raspberry básica, un DAC y el reproductor Squeezelite (sí, el nombre viene de Squeeze Box, un tema de The Who). En esa Raspberry corre un PiCorePlayer, una distribución de Linux diseñada específicamente para audio. Lleva meses funcionando con solo 500 MB de memoria (en serio, 500 mega).
El servidor, en cambio, lo corro sobre la computadora que uso con más frecuencia, un Windows 11 con 16 gigabytes de RAM. Ahí, LMS accede a la biblioteca de música y usa la Raspberry con ese DAC para ejecutar la música.
Ahora bien, la biblioteca de música está en una tercera computadora, en este caso con Linux, ubicada en mi estudio. Como todo está conectado a la misma red local, alcanza con instalar un Squeezebox en cualquier Windows, Linux o incluso en un celular para pasar esos mismos discos. LMS también le da soporte a las plataformas de streaming (Tidal, Deezer, Spotify, radios), así que donde tengas el server, tendrás tu música lista para sonar, ya ordenada, clasificada, con buscador, tapas y todo lo demás.

Para aclarar algo que me costó cierto esfuerzo entender al principio, simplemente porque nadie se había ocupado de aclararlo (porque cuando lo entendés es obvio): LMS busca automáticamente los reproductores disponibles conectados a la red. Cuando los encuentra, los añade a su lista de salidas. Para oír música, es cuestión de elegir cualquiera de esos reproductores y darle Play. Por ese motivo, también, es posible usar el celular para controlar tu música, mediante esta app.
Pasame la dirección
LMS se instala como cualquier otro programa, pero luego se accede desde el browser (hay otras formas, pero no entraré en esos detalles). La nueva versión simplifica bastante la configuración, pero de todos modos, al final, vas a acceder al servidor usando la dirección http://localhost:9000/. No, no es https, y si ponés https no va a andar. Localhost es, simplemente, esa computadora (host local) y 9000 es el número del puerto que LMS usa para comunicarse.
La configuración va a variar mucho dependiendo de cómo sean tus fuentes de música, pero en general es bastante sencillo. Lo que más trabajo te va a dar es poner una unidad de red, pero una vez que le tomás la mano sale enseguida. El formato va a tener esta estructura:
\\{dirección ip del equipo donde tenés tus discos}\{ruta a la carpeta de música}
Por ejemplo:
\\192.168.1.100\media\musica
Si tenés todo en una misma computadora, será una ruta convencional; por ejemplo:
c:\usuarios\miusuario\documentos\musica
Una vez configurado esto y tus cuentas de plataformas de streaming, el servidor escanea todo, lo ordena, clasifica y organiza (le lleva unos minutos, si son muchas pistas). El resultado es que al ejecutar el servidor (o sea, LMS) vas a tener en un solo lugar toda tu discoteca, para usar una palabra antigua, desde aquellos viejos compactos hasta los últimos lanzamientos de Spotify y las listas de reproducción. Ah, además podés crear tus propias listas de reproducción al vuelo (y salvarlas).

Otra cosa que puede resultar confusa al principio: no solo podés tener varios reproductores en la red, sino también varios servers (y, además, varias bibliotecas de medios). LMS es un servicio que corre en segundo plano (lo he probado en Windows, Raspberry y Linux; con medio giga de RAM en una Raspberry Pi 3 A+ no anda bien), así que hay dos modos de implementarlo, según tus necesidades. Podés tener un solo servidor corriendo en una máquina y lo accedés mediante su número IP; por ejemplo:
http://192.169.1.99:9000
O bien podés usar varios LMS y los accedés mediante http://localhost:9000.

Por si todo esto, que es mucho, no fuera suficiente, LMS admite extensiones (plugins, en la jerga), y hay docenas, desde radios hasta ecualizadores. Y además, la nueva versión tiene una interfaz linda y el software es sumamente estable. Francamente, no sé que más pedir. Pero ya se nos va a ocurrir algo.
Por Ariel Torres
Fuente: La Nación
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