La política llegó antes a la segunda fase

La segunda fase llegó más rápido para los políticos no mileístas que para el Gobierno. Menos de una semana después de la sanción de la Ley Bases, empezó el deshielo de la oposición, en todas sus facetas (colaborativa, dura y extrema). Antes de que el oficialismo lanzara su tan demandada hoja de ruta para la nueva etapa.

Como se esperaba y se había anunciado, fue el macrismo el que comenzó a marcar diferencias con el oficialismo y a plantear demandas. También, a establecer una barrera sanitaria para los neomileístas que, de la mano de Patricia Bullrich, se proponían terminar de fusionar el Pro con el oficialismo para entregárselo al Presidente, en bandeja y sin discusión interna.

El instinto de supervivencia de Mauricio Macri y de los dirigentes que le responden, a los que el gobierno libertario quiso cooptar antes que asociar, le ganó (por ahora) la partida inicial al apuro del bullrichismo. Pero nada está terminado. La guerra continua.

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De todas maneras, el espacio amarillo (ahora desteñido) no es el único que ha alterado la topografía política nacional, aplanada por el triunfo de Javier Milei en las elecciones presidenciales.

Con una gravísima acusación, el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, acaba de sacar de su público hermetismo e instalar en el centro de la agenda pública a Sergio Massa, el último rival electoral (y también expatrocinador) de los libertarios. Le imputó públicamente estar detrás de un intento de desestabilización.

Francos no utilizó eufemismos ni circunloquios. En una entrevista con Luis Novaresio, en LN+, dijo que Massa “trabaja para generar inestabilidad en el Gobierno” y “hace el mantenimiento del helicóptero”, en alusión a la salida anticipada de la presidencia de Fernando de la Rúa, en 2001. Funestas imágenes de un pasado que es mejor olvidar.

A pesar de la gravedad del asunto, el Jefe de Gabinete no aportó pruebas ni evidencias. Sin embargo, el estrecho vínculo que Milei y Massa cultivaron hasta que se enfrentaron en el balotaje presidencial y la continuidad en cargos relevantes de la actual administración de exfuncionarios del massismo obliga a tomar en cuenta lo dichos de quien es el segundo a cargo de la administración del país.

Por eso mismo, parece razonable el planteo de algunos opositores acerca de que Francos debería llevar el caso ante la Justicia. Más aún ante la réplica del massismo y de otros dirigentes de que la acusación del Jefe de Gabinete es solo un ardid comunicacional “para desviar la atención y no asumir la responsabilidad del Gobierno en la escalada del dólar, la suba del riesgo país y la caída de los activos argentinos de los últimos días, producto de la incertidumbre y la desconfianza de los mercados respecto el rumbo económico”.

De todas maneras, lo que Francos denunció es parte de lo que desde la Casa Rosada dejaban trascender en reserva durante los días previos. Lo completaban con la afirmación de que estrechos allegados al último ministro de Economía de Alberto Fernández y Cristina Kirchner habían vendido bonos y comprado dólares en los mercados paralelos para complicar al Gobierno. Entre los acusados aparecían banqueros locales e inversores extranjeros vinculados con Massa.

Amigos de Massa bajo la lupa
La conocida relación del líder del Frente Renovador con esos actores y su actual relación laboral con un fondo de inversión daban aires de verosimilitud a la acusación, al margen de las razonables dudas de naturaleza estrictamente económico-financieras que existen respecto la gestión libertaria y que no ha logrado despejar el Gobierno. O, peor aún, que fueron profundizadas por la cuestionada conferencia de prensa brindada al viernes último, tras el cierre de los mercados, por el ministro de Economía, Luis Caputo, y el presidente del Banco Central, Santiago Bausili. Difícilmente algo de esto lleve tranquilidad a los inversores.

La verosimilitud, aunque no necesariamente la veracidad, de la denuncia de Francos, se apalanca en otros elementos, que no escapan a los agentes bien informados con que cuenta el Gobierno y que las fuentes oficiales admiten haber tomado en consideración para elaborar la inquietante hipótesis desestabilizadora.

En las últimas semanas, la actividad se ha acrecentada de manera notable en las oficinas que Massa ocupa a metros del Patio Bullrich. Lo admiten los colaboradores del exministro-candidato.

Allí se ha visto ingresar a dirigentes de distinto rango de un arco político que va desde el kirchnerismo hasta el radicalismo, pasando por el peronismo federal y algunos exfuncionarios macristas a los que el excandidato convoca. Las pocas cocheras con las que cuenta el edificio no han dado abasto. También se sabe que son frecuentes los diálogos de Massa con gobernadores peronistas y no peronistas.

Suficiente elementos como para que en las cercanías de Francos y otros importantes miembros del Gobierno se acuse a Massa de pretender ser en 2025 “el Eduardo Duhalde de 2001″, aquel candidato presidencial derrotado en la elección previa, que logró llegar a la Presidencia tras el fracaso de su vencedor. Las teorías conspirativas están a la orden del día. Como si al país le faltaran motivos de zozobra y al Gobierno no le sobraran problemas sin resolver.

Hasta ahora, el líder del Frente Renovador ha decidido mantener su silencio y el bajísimo perfil adoptado tras la derrota del 19 de noviembre pasado, que no ha roto ni para hacer la prometida presentación de un libro que tiene terminado hace ya un par de meses. La ocasión propicia parece aún no haber llegado, pero el Gobierno lo subió al ring antes de lo que hubiera querido.

Los pronósticos de Massa sobre la performance de la actual administración y el desempeño de la economía dicen que ya le llegará el tiempo de volver a escena. Antes de 2027. Los bajos malos porcentajes que tiene en las encuestas de imagen no lo desaniman ni lo alejan de la política.

Fuente: La Nación

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