La advertencia sobre la llegada de las Fuerzas Armadas a Rosario en medio del conflicto narco

¿Cómo seguir con la vida sumidos en un contexto de terror, amenazas y violencia? ¿Cómo seguir con el trabajo, los estudios, la rutina, que solía ser habitual, si fuera del hogar prima el peligro del desprecio de la vida? ¿Cómo hacer para ir a comprar la comida sabiendo que cualquiera puede ser el siguiente en la lista? ¿Cómo hacer para no perder la cordura y la desesperanza si los medios de comunicación -que más allá de informar- repiten con morbo las imágenes de los asesinatos que horrorizaron a la población? ¿Qué esperanza queda para aquellas personas que no son parte del mundo del narcotráfico, pero se ven envueltos en su “guerra” con el gobierno? ¿Qué pueden hacer los dirigentes para afrontar el problema sin generar una reacción adversa?

Una problemática se viene gestando en la ciudad santafesina de Rosario, desde hace años, pero, en marzo del año corriente, volvió a ser parte de la agenda pública, a raíz de tres hechos que conmocionaron al país. La difusión de la imagen de una requisa en un penal habría sido, para algunos, la provocación que enojó a los narco-líderes, quienes respondieron al gobierno con una serie de delitos que perturbaron a la sociedad. El asesinato de Bruno Bussanich, un joven playero que trabajaba en una estación de servicio, a manos de un presunto sicario, despertó el terror entre los rosarinos. El espanto creció al conocer los mensajes intimidatorios que dejaron para el gobernador Maximiliano Pullaro y el ministro de Justicia y Seguridad provincial, Pablo Cococcioni.  

Desde entonces, la ciudad que fue cuna de personalidades como Lionel Messi, Fito Páez, Alberto Olmedo y Libertad Lamarque, entre tantos otros, vive una especie de cuarentena, pero esta vez no a causa de un virus, sino de un negocio narco que irrumpe con la vida en las calles con la excusa de extorsionar al Estado -que, a su vez, pretende controlar la situación-. Entonces, los respectivos ministros de seguridad, a nivel provincial y nacional, respondieron con su deseo de que los gendarmes y las Fuerzas Armadas trabajen en Rosario para “ponerle fin a la guerra narco”. Sin embargo, la militarización podría tener efectos adversos a lo buscado, combatiendo violencia con más violencia.

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Alejandro Razé, reconocido médico y psicoanalista argentino, explicó que “hay un escalón progresivo en esta situación de amenaza que la población en general siente, y que va in crescendo”. Pero que no solo los hechos de violencia en sí atemorizan a la sociedad, sino que, además, hay un efecto provocado por “la reproducción de esos hechos de violencia”, es decir, su posterior divulgación de forma reiterada. Según sus palabras, hay una construcción de un terror social, como un objetivo de conformación delictiva. En consecuencia, lo que se ve en las calles es “el efecto que tiene (el terror social), por ejemplo, en que la gente no salga por el temor a que a cualquiera le pueda pasar, con esa arbitrariedad, esa situación de una amenaza muy difusa”.

Pero el miedo, que puede ser un sentir personal, no tiene lugar en esta realidad, puesto que se trata de una situación de terror tanto individual y subjetiva como social. “El terror, a diferencia del miedo, es una emoción que desorganiza y desestructura las defensas; es decir, ante el terror, lo que se genera es que uno no sabe ante qué defenderse, ni cómo defenderse. Esto es algo mpuy duro porque coloca a los sujetos y a las sociedades ante la vivencia más arcaica y regresiva que tenemos todos los seres humanos, que es el desvalimiento. Y, ante el desvalimiento, no hay muchas defensas en el terror. Y está, obviamente, la amenaza de aniquilamiento o la disolución de la propia identidad”, observó el psicoanalista.

Fuente: Mendoza online

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