He aquí algunos ejemplos que involucran dramáticamente a nuestro General, donde las circunstancias fortuitas también componen una parte importante en la vertiginosa coyuntura que surcará el destino de mujeres y hombres. Pero si bien, está más que probado que «a la suerte hay que ayudarla», es indudable que los sucesos contingentes colaborarán a construir el devenir de los pueblos, siendo muchos de ellos, el resultado de gestas gloriosas acompañadas del esfuerzo, capacidad y convicción de un líder junto a miles de personas.
San Martín, el indestructible
Será imposible detenernos a puntualizar cada circunstancia en las cuales San Martín las pasó «fieras». Muchas de ellas al borde de la muerte. Pero haremos un resumen de algunas situaciones que tuvo que sortear.
En una breve introducción al tema, escribiré lo básico sobre todas «las de Caín» que atravesó en su derrotero cotidiano. Estas son algunas de las pestes que lo “achacaron” y acompañaron toda su vida: asma, basilosis, reuma, úlcera, gastritis, hemorroides gangrenadas, insomnio, un constante estreñimiento y cataratas en sus últimos años. Agreguemos, los 17 enfrentamientos en acciones de guerra durante sus 20 años de servicio militar español. Luchando contra los moros en África. Batallando por tierra o en una fragata. Contra ingleses, portugueses o franceses. Estando prisionero. Cruzando los Pirineos o peleando a bordo de un navío en las costas de Cartagena sobre el Mediterráneo. En la selva o en los desiertos. Y ya en América con todo lo conocido desde San Lorenzo hasta el frustrado regreso en 1829. En fin, nadie muere en la víspera, mucho menos San Martín. Una especie de irrompible, “el siete vidas”, como escribí en un cuento hace más de 20 años.

La que sabemos todos
«Cabral en San Lorenzo salvando a San Martín«. Y de esa situación, la amplísima mayoría de nosotros, algo (o mucho), conocemos.Te podría interesar
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Juan Bautista «zambo» Cabral y su altruismo inundaron las páginas de nuestra historia. El «Negro» Cabral era hijo de don José Jacinto, un indio guaraní, y de una esclava negra, Carmen Robledo. Los papás de Cabral estaban al servicio del hacendado Luis Cabral, donde presumiblemente José Jacinto perdió su apellido para incorporar el de su “amo” y patrón, como era costumbre por esos tiempos.
Aunque para ser justos también, la actitud y el arrojo heroico de Cabral debió ser compartido con el Granadero Baigorria, otro ilustre del hecho histórico. Lo cierto fue que Cabral evitó que un soldado español atravesara a San Martín con una bayoneta. “Y allí salvó su arrojo, / la libertad naciente / de medio continente / ¡Honor, honor al gran Cabral!, como refrenda la emotiva marcha compuesta por Carlos Benielli y Cayetano Silva.
El duelo de Albuera
En la batalla de Albuera, la última en que participó San Martín «jugando» con la camiseta de España (16 de mayo de 1811), tuvo un enfrentamiento directo con un oficial de caballería francés. Un mano a mano. A matar o morir, donde fue herido gravemente en el brazo izquierdo. San Martín debió haberse cubierto la estocada sin mostrar el perfil lastimado, y tras engañar a su rival, con un fulminante contrataque de derecha atravesó su espada sobre el adversario.
Una consideración en paralelo y casi desconocida, fue que en esos tiempos de la batalla de Albuera, España era aliada de Inglaterra. El comandante máximo de esa alianza (ergo; jefe de San Martín) fue William Beresford, quien tuvo una protagónica participación en las invasiones inglesas al Río de la Plata en 1806.

El canje de prisioneros
Otra situación donde los dioses volvieron a estar de su lado, fue cuando entró fortuitamente en un canje de prisioneros con los británicos después de haber sido tomado como rehén a bordo de la fragata Santa Dorotea; enfrentamiento donde hubo 20 soldados muertos y 72 heridos. El canje con los ingleses comprendió a decenas de soldados británicos que habían sido arrestados en distintos enfrentamientos anteriores por solo tres soldados de España. Y entre esos tres: Él.
El bravo teniente y la gracia de Juan de Dios
Fue en la batalla de Arjonilla (en realidad, la batalla fue en la posta de Santa Cecilia). Lo que sí pasó en Arjonilla, fue que se firmó el parte final de guerra.
La cosa fue que el ejército napoleónico se encontraba en Andújar. En medio de esa situación, el bando ibérico llegaba desde Córdoba.
La vanguardia española estaba formada por 21 soldados, al frente de los cuales venía el Teniente José de San Martín, encontrándose con 50 coraceros franceses de frente, que al ver a los españoles retrocedieron en busca de una mejor posición llegando hasta la posta de Santa Cecilia. A ese lugar llegaron las fuerzas de San Martín, resultando muertos 17 franceses, según el informe oficial español, que además pondera el valor del Libertador: «los enemigos estaban formados en batalla, creyendo que San Martín con tan corto número no se atrevería a atacarlos, pero este valeroso Oficial únicamente atento a la orden de su jefe puso a su tropa en batalla y atacó con tanta intrepidez, que logró desbaratarlos completamente».
Volviendo a la lucha. Lo destacado de esta batalla no fue solo este triunfo español. Otra vez San Martín estuvo al borde de la muerte, y de no haber sido por la acción del soldado Juan de Dios (del cual la historia no ha registrado su apellido), quien «se jugó la vida» cuando al verlo rodeado de enemigos se hizo presente y derribó a un francés de su caballo. Luchó con otros dos soldados y hasta sirvió de escudo humano para proteger al oriundo de Yapeyú, según narra la historia que enorgulleció al pueblo de Arjonilla: «(…) Juan de Dios quedó herido, pero siguió luchando. Un sargento de Húsares de Olivencia, Pedro de Martos, ayudó a San Martín a ponerse de pie y le ofreció su caballo. Los españoles ganaron la batalla. San Martín fue ascendido por su heroísmo a Capitán y Juan de Dios, honrosamente condecorado».
Por los caminos del vino
En otra oportunidad lo confundieron con el general Francisco Solano Ortiz de Rozas y lo quisieron linchar «por traidor y profrances». La película argentina de Jorge Coscia interpreta por Rubén Stella, «El General y la fiebre» (1993), caracteriza elocuentemente el momento, cuando en sus sueños delirando de fiebre, relata el episodio que lo persiguió siempre.
Una vez más que la fortuna estuvo de su lado fue en la caída sufrida en Falmouth, en la costa sur de Cornwall (Inglaterra) cuando un vidrio lastimó gravemente su brazo izquierdo. O cuando en el Valle de Huaura, donde instaló la base de operaciones del batallón militar, después del desembarco en el Puerto de Pisco (Perú), el ejército se sumergió en las trágicas epidemias de paludismo y disentería, sin afectarlo terminalmente, pero activando su vieja úlcera que lo tuvo a San Martín siete días vomitando sangre.
Y ya en el exilio, tal vez otra vida «gastada» fue la epidemia de cólera en 1832 que hacía estragos en Francia, donde tuvo que padecer 7 meses la enfermedad. En su correspondencia textual expresa: «me ha tenido al borde del sepulcro y que me ha hecho sufrir innumerables padecimientos; en fin, los baños minerales de Aix, en la Saboya, que fui a tomar en setiembre pasado, me han repuesto y aliviado un tanto». (Carta a O’Higgins – 22 de diciembre de 1832).
La última de esta saga fue en el pueblito de Cubo del Vino, también conocido como El Cubo de la Tierra del Vino o simplemente El Cubo, municipio español de la provincia de Zamora y de la comunidad autónoma de Castilla y León. Ese es el camino obligado entre Valladolid – Salamanca, donde fue asaltado por cuatro pandilleros, quedando herido en la mano y el pecho. Eran cuatro pandilleros contra él. Volvió a salir triunfante. Peleó solo, sorteando el asalto gracias a su instrucción militar. Solo, y por los caminos del vino.
«Los 60 granaderos» y las aguas milagrosas
Si existe una postal musical bien mendocina de lo que implicó la gesta libertadora y la estrecha comunión entre el líder y sus soldados, es claramente la cueca de Hilario Cuadros y Félix Pérez Cardozo, donde se describe a un humilde arriero rogando ante Cristo Redentor por las almas de sus paisanos que se habían enrolado en el ejército libertador. Y estos soldados, según la cueca, transportaron al General hasta las aguas termales de Los Cauquenes, en la ribera del río Cachapual, a 30km de la ciudad chilena de Rancagua, confiados en restablecer la salud de Don José. “Eran sesenta paisanos, los sesenta Granaderos. Eran valientes cuyanos, de corazones de acero”. La versión romántica de la historia asegura que dichas aguas milagrosas salvaron la vida de San Martin. «El más grande, entre los grandes», como dice la canción.
Fuente: Mendoza online
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