Alfonsín: historia y futuro a 39 años de aquel 30 de octubre

De memoria. Pasaron 39 años y en cada ocasión que se presenta reaparece aquel pretendido imitador. Se subirá a una silla improvisando un estrado. Impostará la voz buscando ser contundente en la simulación que esconderá un homenaje. Un gesto ampuloso, exagerado, extiende un brazo acompañando la remembranza. El movimiento en semicírculo se dibuja por el aire con la mano abierta como estimulando el aliento partidario y termina señalando al auditorio que delira. Ayer de decenas de cientos de miles; hoy de un puñado de amigos que solo ven en el sano pretexto reivindicativo la posibilidad de volver a sentirse cautivados, apasionados.

Todo es gestual, simbólico, como que el tiempo se hubiera detenido ingenuamente. De repente mágicamente en el aire flotará aquella foto inmortal. Mirada altiva y saco gris oscuro; camisa clara con la corbata en tonos bordó y el nudo flojo. Una cámara que
muestra un rosto convencido mientras una gota de sudor surca su cara, en tanto, el dedo índice parece tocar el cielo. Es él. Está ahí. Ya no importa el imitador, ni el homenaje, ni el reiteradísimo chiste trillado del que pide un médico, ni los cuatro o cinco nostálgicos que nos seguimos emocionando en torno a esa mesa plaga de las mismas anécdotas y del único discurso. “He convocado en toda la Republica a todos los compatriotas sin distinción de partidos y les he dicho que los radicales ya estamos en marcha; y al frente de nuestra columna van nuestros grandes muertos: Yrigoyen, Alem, PueyrredónSabattini Lebensohn; LarraldeBalbín, Illia. Los que estén a nuestra derecha pueden inspirarse si lo desean en Sáenz Peña o en Pellegrini; los demócratas progresistas en Lisandro de la Torre o Luciano Molina; los socialistas en Juan B. Justo Alfredo Palacios; los peronistas en Perón o en Evita, pero todos juntos los argentinos”.

Esa estrofa era una parte central del discurso de campaña de Alfonsín en 1983. Nunca faltó en las tertulias de amigos durante aquellas noches de recuerdos militantes. Siempre hubo “cruces”, acuerdos, debates, desencuentros, y nunca faltó tampoco “una
chicana”, pero religiosamente hasta nuestros queridos “compañeros” sin sustraerse de la escena ni perder por un instante su comprometido sesgo partidario, adherimos todos a la ponderación de un momento histórico: 30 de octubre de 1983 cuando volvió la democracia para siempre a la Argentina. “¡Pero todos juntos!” terminaba el párrafo. Y al grito de “Alfonsín; Alfonsín”, tras las risas, los aplausos, los gritos y los malos imitadores que cada vez están más gastados llegaba la pausa realista. Y nos miramos como estúpidos porque a pesar de los años, afortunadamente, aquel tiempo del advenimiento democrático nos sigue emocionando. Hay alguno que siempre llora; hay otros que se han marchado.PUBLICIDAD

La primavera alfonsinista: democracia y esperanza. Con su oratoria convincente como herramienta electoral y una inteligente campaña dirigida por David Ratto, Raúl Alfonsín vislumbró antes que nadie que el nuevo electorado presentaba una característica novedosa como era la aparición del votante independiente sin ataduras partidarias. Con la campaña electoral también una nueva herramienta política había llegado para quedarse: las encuestas. Estas mostraban claramente la aparición de un actor desconocido hasta el momento: “el indeciso”; “el NS / NC”, el que no sabe o no contesta. El indeciso pasó a ser una realidad mensurable y Alfonsín se lanzó a conquistarlo. “Ya no habrá sectas de nenes de papá, ni de adivinos, ni de uniformados, ni de matones para decirnos qué tenemos que hacer con la patria. No hay dos pueblos. Sí, hay dos dirigencias. Dos posibilidades. Pero que nadie se equivoque: hay un solo pueblo”; manifestaba en sus actos de campaña.

RAÙL ALFONSÌN JUNTO A ITALO LUDER

Las dos alternativas. Tras siete años y medios de dictadura los ciudadanos del país volvieron a las urnas. Aquel octubre del ’83 había mostrado un exaltado clima político como antesala de lo que sería el triunfo radical en las elecciones generales. Mientras tanto, la figura de Raúl Alfonsín logró instalarse en medio del proceso electoral como el único garante de la consolidación democrática después de la noche más oscura que el pasado argentino recuerde. El 18 de agosto de 1983 comenzó oficialmente la campaña y un mes después la Junta Militar decretó la Ley de Pacificación Nacional. Dicha ley representaba una amnistía para todos los crímenes cometidos entre el 25 de mayo de 1973 (día que asumió la Presidencia Héctor Cámpora) hasta el 17 de junio de 1983. Desde ese momento dos posiciones signaron el derrotero de la campaña. El candidato justicialista, Ítalo Luder, declaró que
respetaría esa ley. Por el contrario, Alfonsín anunció que la vetaría y juzgaría a los responsables.

De memoria. Pasaron 39 años y en cada ocasión que se presenta reaparece aquel pretendido imitador. Se subirá a una silla improvisando un estrado. Impostará la voz buscando ser contundente en la simulación que esconderá un homenaje. Un gesto ampuloso, exagerado, extiende un brazo acompañando la remembranza. El movimiento en semicírculo se dibuja por el aire con la mano abierta como estimulando el aliento partidario y termina señalando al auditorio que delira. Ayer de decenas de cientos de miles; hoy de un puñado de amigos que solo ven en el sano pretexto reivindicativo la posibilidad de volver a sentirse cautivados, apasionados.

Todo es gestual, simbólico, como que el tiempo se hubiera detenido ingenuamente. De repente mágicamente en el aire flotará aquella foto inmortal. Mirada altiva y saco gris oscuro; camisa clara con la corbata en tonos bordó y el nudo flojo. Una cámara que
muestra un rosto convencido mientras una gota de sudor surca su cara, en tanto, el dedo índice parece tocar el cielo. Es él. Está ahí. Ya no importa el imitador, ni el homenaje, ni el reiteradísimo chiste trillado del que pide un médico, ni los cuatro o cinco nostálgicos que nos seguimos emocionando en torno a esa mesa plaga de las mismas anécdotas y del único discurso. “He convocado en toda la Republica a todos los compatriotas sin distinción de partidos y les he dicho que los radicales ya estamos en marcha; y al frente de nuestra columna van nuestros grandes muertos: Yrigoyen, Alem, PueyrredónSabattini Lebensohn; LarraldeBalbín, Illia. Los que estén a nuestra derecha pueden inspirarse si lo desean en Sáenz Peña o en Pellegrini; los demócratas progresistas en Lisandro de la Torre o Luciano Molina; los socialistas en Juan B. Justo Alfredo Palacios; los peronistas en Perón o en Evita, pero todos juntos los argentinos”.https://0543fb7e492016aae65db4188ac022f0.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html

Esa estrofa era una parte central del discurso de campaña de Alfonsín en 1983. Nunca faltó en las tertulias de amigos durante aquellas noches de recuerdos militantes. Siempre hubo “cruces”, acuerdos, debates, desencuentros, y nunca faltó tampoco “una
chicana”, pero religiosamente hasta nuestros queridos “compañeros” sin sustraerse de la escena ni perder por un instante su comprometido sesgo partidario, adherimos todos a la ponderación de un momento histórico: 30 de octubre de 1983 cuando volvió la democracia para siempre a la Argentina. “¡Pero todos juntos!” terminaba el párrafo. Y al grito de “Alfonsín; Alfonsín”, tras las risas, los aplausos, los gritos y los malos imitadores que cada vez están más gastados llegaba la pausa realista. Y nos miramos como estúpidos porque a pesar de los años, afortunadamente, aquel tiempo del advenimiento democrático nos sigue emocionando. Hay alguno que siempre llora; hay otros que se han marchado.PUBLICIDAD

La primavera alfonsinista: democracia y esperanza. Con su oratoria convincente como herramienta electoral y una inteligente campaña dirigida por David Ratto, Raúl Alfonsín vislumbró antes que nadie que el nuevo electorado presentaba una característica novedosa como era la aparición del votante independiente sin ataduras partidarias. Con la campaña electoral también una nueva herramienta política había llegado para quedarse: las encuestas. Estas mostraban claramente la aparición de un actor desconocido hasta el momento: “el indeciso”; “el NS / NC”, el que no sabe o no contesta. El indeciso pasó a ser una realidad mensurable y Alfonsín se lanzó a conquistarlo. “Ya no habrá sectas de nenes de papá, ni de adivinos, ni de uniformados, ni de matones para decirnos qué tenemos que hacer con la patria. No hay dos pueblos. Sí, hay dos dirigencias. Dos posibilidades. Pero que nadie se equivoque: hay un solo pueblo”; manifestaba en sus actos de campaña.

RAÙL ALFONSÌN JUNTO A ITALO LUDER

Las dos alternativas. Tras siete años y medios de dictadura los ciudadanos del país volvieron a las urnas. Aquel octubre del ’83 había mostrado un exaltado clima político como antesala de lo que sería el triunfo radical en las elecciones generales. Mientras tanto, la figura de Raúl Alfonsín logró instalarse en medio del proceso electoral como el único garante de la consolidación democrática después de la noche más oscura que el pasado argentino recuerde. El 18 de agosto de 1983 comenzó oficialmente la campaña y un mes después la Junta Militar decretó la Ley de Pacificación Nacional. Dicha ley representaba una amnistía para todos los crímenes cometidos entre el 25 de mayo de 1973 (día que asumió la Presidencia Héctor Cámpora) hasta el 17 de junio de 1983. Desde ese momento dos posiciones signaron el derrotero de la campaña. El candidato justicialista, Ítalo Luder, declaró que
respetaría esa ley. Por el contrario, Alfonsín anunció que la vetaría y juzgaría a los responsables.

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Como recuerdo histórico agregaremos que Luder fue el firmante del decreto de aniquilamiento a la subversión cuando fue presidente interino (1975) tras el pedido de licencia de María Estela Martínez de Perón. Mientras que Alfonsín fue miembro de la
asamblea permanente por los derechos humanos firmando cientos de pedidos de habeas corpus ante la Junta Militar requiriendo información sobre detenidos desaparecidos y poniendo a disposición su estudio jurídico en forma gratuita para los familiares de las
víctimas. Por entonces el padrón electoral 1983 era de 18 millones de votantes y la época mostraba fenómenos asombrosos para tiempos actuales: el PJ tenía 2.795.000 afiliados y la UCR 1.400.000. Los actos partidarios de cierre de campaña reunieron más de un millón de personas en torno al Obelisco y la 9 de Julio, mientras los actos provinciales convocaban 400.00 personas en Rosario, 300.000 en Córdoba, 200. 000 en La Plata, 120.000 en Mendoza, 70.000 en Tucumán y más de 60. 000 en Tandil o Mar del Plata.

También entre las notas salientes de la campaña política del ’83 podríamos recordar una gran cantidad de hechos que engrosarán para siempre el imaginario popular argentino, marcando un antes y un después en la forma de analizar los procesos sociopolíticos
nacionales. Los ya enumerados actos públicos con el encendido del cajón mortuorio de Herminio Iglesias. La importancia de la propaganda televisiva como herramienta de persuasión y acercamiento. La proliferación de las parodias humorísticas (Mario Sapag) y la multiplicación de programas políticos. La acusación de la relación de Alfonsín con la Coca Cola. El pacto sindico – militar del justicialismo. Los slogans. El bombo. Los cantitos políticos a la usanza de las hinchadas futbolera. Y así podríamos seguir un largo rato. Pero si algo determinó el campo simbólico de la campaña presidencial ’83 fue la oval inscripción de la sigla “R A” en medio de los colores de la bandera. Aquella gráfica que relacionaba “Raúl Alfonsín” con “República Argentina” invadió todos los rincones. “Ganaron no más los radicales”

La Lista 3 de la UCR logró consagrarse con 7.724.559 votos (51.7%) contra 5.995.402 votos (40.16%) del PJ. Tras el triunfo empezó otra historia: el gobierno. Alfonsín cumplió con una parte de su postulado: “tenemos la responsabilidad de asegurar para los tiempos la democracia y el respeto por la dignidad del hombre en Argentina». Es cierto que no concluyó su mandato y le “achacaran” indefectiblemente la obediencia debida y la hiperinflación. Pero será también el presidente que soportó 13 paros generales y levantamientos “carapintadas”. Más aún, costara recordar que se peleó con Clarín y la Sociedad Rural. Y durante su gobierno se juzgó sin precedente en el mundo a las juntas militares como una película de vigente actualidad (“1985”) refleja en parte. Con aciertos y errores, pero en los actuales momentos que transcurren su figura se agranda. Murió con los mismos bienes con los que llegó al poder, vivió en una misma casa siempre y no soportó ningún juicio en su contra tras su paso por la presidencia.
Recuerdo aquel 30 de octubre. “Ganaron no más los radicales”, gritó un querido amigo peronista de mi familia. Lo felicitó a mi padre con un fraterno abrazo y a mí me dio la mano con la actitud cabal de un hombre de bien. Me miró y dijo: “Ojalá sea pa’ mejor
‘mijito”.

Ya pasaron 39 años. Hace mucho que ninguno de esos dos viejos está entre nosotros. A veces me cuesta (seguramente como a muchos de ustedes) ocupar ese lugar y decirle convencido lo mismo a mí hijo. Pero hay que seguir corriendo como cuando un acto juvenil convocaba. Con el entusiasmo de ayer enfundados en banderas argentinas, rojas, blancas, moradas o con el color que elijan. “Y si alguien distraído al costado de camino cuando nos ve marchar, nos pregunta: ¿cómo juntos?; ¿por qué luchan? Tenemos que contestarle con las palabras del Preámbulo. Que marchamos. Que luchamos: para constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que deseen habitar el suelo argentino”. Como cerraba su alocución Alfonsín y con la responsabilidad ineludible de quienes creemos férreamente que debemos y
podemos construir una Argentina “que sea pa’ mejor” como auguraban aquellos viejos.

Fuente: Mendoza online

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