Votar para soñar

En un día de elecciones nacionales, es importante elevar la mirada por encima de las reyertas políticas e invitar a soñar. Pues de eso se trata cuando se vota. Cada uno aporta un impulso individual a un destino colectivo soñando con un país mejor.

En el reciente 61º Coloquio de IDEA celebrado en Mar del Plata, se destacó la exposición realizada por un joven emprendedor bien alejado del mundo empresario tradicional que conmocionó a la audiencia con un tema bien diferente a los debates recurrentes sobre el programa económico, el futuro de los hidrocarburos o las mil caras del costo argentino.

Cuando abrió su charla preguntó al público quienes de los alli presentes eran de la “Gen Z”. Ya de por sí, ese apócope pronunciado en inglés descolocó a los escuchas y ninguno levantó la mano. Quizás no entendieron que se refería a la “Generación Z” o tal vez porque llamar con letras (X, Y, Z o Alfa) a las generaciones es cultura ajena al lenguaje de los CEO.

Quien hablaba era Federico Lauría, fundador de Dale Play, un emprendimiento que comenzó muy modestamente en medio de la crisis de 2001 y desde entonces ha organizado más de 400 shows de nivel internacional en 87 ciudades de 18 países, dando empleo a más de 300 personas. Además de tener su propio sello musical, también representa a artistas que, con su gestión, han accedido a fama mundial (Nicki NicoleBizarrapAirbag, entre otros).

Más allá del ejemplo de su empresa, Lauría quiso transmitir a la audiencia las vibraciones y el entusiasmo que caracterizan al mundo creativo al que pertenece. En sus palabras “el ecosistema de la Gen Z” nacida en la Argentina triunfa en áreas tan disímiles como los deportes, el cine, la música, las artes, las ciencias, la tecnología y otras múltiples iniciativas que nos destacan en muchas actividades cuyos éxitos no son bien conocidos en el país. Desde ya, MessiScaloni o Colapinto lo son, pero hay otros aplaudidos aquí y allí en estadios, recitales, cátedras, laboratorios o incluso al sonar la campanita del NYSE o el NASDAQ.

El joven empresario la definió como “generación que desafía a soñar” frente a un mundo que ofrece oportunidades y que dejamos pasar. La Argentina está físicamente alejada, pero “si estamos lejos, hay que pelear el doble”, sostiene. Aunque el foco del Coloquio estuvo dedicado, en gran parte, a la competitividad y los obstáculos que tienen quienes producen bienes físicos, las palabras de Lauría sirvieron como una forma refrescante de pensar “fuera de la caja”.


Se puede sugerir una posibilidad de cambio a partir de la emergencia de nuevas generaciones que dejen atrás el sistema de ideas y creencias vigente hasta ahora


El inusual orador se enorgullece de promover una “generación de cristal”, como también se la llama. En los Estados Unidos –donde se han acuñado estas denominaciones– se la califica “de cristal” por la transparencia y sensibilidad emocional de quienes tienen entre 13 y 25 años. Lo saben los padres de hijos de esa edad, cuando son corregidos por ellos si, al hablar, no se respetan las diferencias raciales, sexuales o culturales de otras personas. O en temas como el cuidado del medio ambiente, el reciclado de basura o la alimentación sana. Ni qué hablar de los pequeños hechos de corrupción, como la “coima” a un policía o a un empleado estatal para apurar un trámite. Según sus palabras, los jóvenes de la Gen Z tienen valores distintos a las generaciones precedentes. Como emprendedores, sueñan su futuro e intentan nuevos caminos, conforme a su vocación, sin sujeción a mandatos familiares. Y como nativos digitales son cosmopolitas, navegan en distintas culturas, tienen la práctica del trabajo en equipo y saben adaptarse a diferentes contextos. Aprovechan la experiencia ajena con gran espíritu de colaboración, pues “si juega la Argentina, jugamos todos”, repite con entusiasmo.

Más allá del “viaje generacional” que realizaron los concurrentes para entender la idiosincrasia de quienes nacieron al comenzar el siglo, también hay otras conclusiones muy útiles para pensar el futuro de nuestro país.

Muchas veces existe un pesimismo irreversible respecto de la posibilidad de que la Argentina supere su crónica crisis económica y social, debido a la sucesión de fracasos sufridos durante décadas. La presentación de Lauría puede sugerir una posibilidad de cambio a partir de la emergencia de nuevas generaciones que dejen atrás el sistema de ideas y creencias vigente hasta ahora.

Quienes actualmente dominan los discursos colectivos cargan la mochila de recuerdos y experiencias marcados por los mismos hechos que llevaron a esas crisis. A diferencia de países aspiracionales, en la Argentina ha prevalecido el instinto de supervivencia a costa del tejido social, de la familia y de la educación. La picardía, la avivada o la corrupción se han tolerado como fruto de la necesidad. Los empresarios de los cuadernos alegaron eso mismo en su defensa y la sociedad comprende porqué lo dicen. Por esa razón, también se han privilegiado el corto plazo sobre el largo, el consumo sobre la inversión, el manotazo sobre el apretón de manos. El mérito y el esfuerzo fueron relegados en el contexto de necesidades inmediatas a pesar de ser pilares del capital social requerido para funcionar de forma armónica. Todo ello, en desmedro de la productividad y mejora de los salarios reales, del bienestar y la paz social.

El ”sálvese quien pueda” condujo a un fenómeno de malversación institucional donde el Estado nacional, las provincias y municipios fueron utilizados para dar refugio a parientes y amigos, clientes y militantes en procura de un Arca para flotar durante los periódicos diluvios nacionales. O para favorecer a proveedores y contratistas inducidos por la facilidad de generar ganancias con decisiones públicas fuera de los rigores de un mercado volátil y empobrecido.

La exposición del joven Lauría, releída este domingo, debería ser motivo de optimismo. Quizás la mayor oportunidad de cambio provenga de este gradual recambio generacional que no advertimos y que ya está ocurriendo en todos los estratos sociales. Y permita que, esta vez, dejemos el pesimismo y soñemos al poner nuestro voto en la urna del futuro.

Fuente: La Nación

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