La decisión del Gobierno de lanzar próximamente un billete de 2000 pesos fue criticada duramente desde diversos ámbitos. Se trata del billete que llevará impresas las imágenes del Instituto Malbrán y de los doctores Cecilia Grierson y Ramón Carrillo, a quienes se pretendió reconocer como precursores en el desarrollo de la medicina en nuestro país.
Ninguno de los dos se merecía este pseudohomenaje. Lo fundamentó con palabras simples y precisas, no exentas de ironía, la diputada nacional Carla Carrizo, de Evolución Radical por la ciudad de Buenos Aires: “Un billete –dijo– es para durar. No era de 2000 pesos, era de 5000 lo que se necesitaba. No era ahora, era hace tres años. Desde 2020 está el proyecto en el Congreso para hacerlo bien. Honestamente: ¿qué cree el Banco Central que resuelve con esto? No baja el costo de emisión, los bancos seguirán cobrando comisiones, no simplifica la vida de los argentinos y tampoco evita la pérdida del valor del dinero”.
Resulta indudable el trasfondo político de este billete tardío, devaluado y “científicamente deshonroso”: siempre que ha podido, el kirchnerismo se resistió a la aprobación de papel moneda de mayor denominación. A eso se agrega hoy que sería admitir la legitimación de la desbocada inflación, de la alocada carrera de precios que no ha podido dominar a pesar de las reiteradas promesas del ministro Sergio Massa ni de la ampulosa “guerra” a la inflación que, en marzo del año último, lanzó públicamente Alberto Fernández durante la reinauguración de una estación de trenes en Malvinas Argentinas.
Como bien dijo el lector de LA NACION Héctor Guillermo Carta, “piensan que al no imprimir billetes de 5000 o 10.000 pesos la gente no se da cuenta de la inflación. Con este billete minusválido, piensan homenajear a Carrillo y a Grierson. El peronismo también devaluó la ciencia argentina”.
A estos francos mensajes anclados en el más contundente sentido común se suman los de numerosos especialistas, y no solo de la oposición. Sergio Chouza, economista cercano al kirchnerismo, sostuvo que “la negativa del Gobierno a sincerar los problemas instrumentales de operar con billetes de tan baja potencia es un rasgo más de una coalición disfuncional”.
El lanzamiento del billete de 2000 pesos se consagra, por lo demás, como una brutal paradoja: arribará como el de mayor denominación, pero con menor valor. Lo explicó claramente Lautaro Moschet, economista de la Fundación Libertad y Progreso, en una columna publicada en este diario. “Actualmente, podemos decir que nuestro ‘hornero naranja’ (el billete de 1000 pesos) equivale a unos 2,73 dólares, según el tipo de cambio libre promedio de enero. Consecuentemente, el billete de 2000 pesos tendrá un valor de 5,46 dólares. Algo que verdaderamente no deja de apenar”.
Cualquier persona sabe que es escaso lo que puede adquirirse hoy con 2000 pesos en un supermercado. Apenas poco más de un kilo de un corte de carne vacuna promedio; con suerte, podrían comprarse siete litros de leche de marca reconocida o unos cinco paquetes de yerba u ocho de azúcar.
Obviamente que, como dijo el Banco Central en su comunicado, un billete de 2000 pesos traerá algunos beneficios. Por citar un par de ejemplos, al duplicar la nominalidad se necesitarán menos ejemplares de papel moneda para operar en efectivo y se agilizarán la oferta y la demanda en cajeros automáticos. Pero resulta muy poca cosa si se tiene en cuenta que, entre otras cuestiones sumamente controvertidas, el año pasado el país se vio en la obligación de importar billetes, cuyo costo –recordó Moschet– fue superior al valor mismo de circulación. Otro despropósito.
A lo que estamos asistiendo es al final de una moneda que nació con la convertibilidad, 31 años atrás. “En aquel entonces –rememoró el citado economista–, el billete más grande en circulación era de 100 pesos. Su proceso de degradación comenzó en 2002, cuando el tipo de cambio saltó a 1,8 pesos por dólar. Con esto, pasó de valer 100 dólares a algo más de 55. El sucesor inmediato fue el billete de 500 pesos, que ostentó una equivalencia de 32,8 dólares apenas salió. Lamentablemente, su liderazgo duró muy poco. Llegó el de 1000 pesos (hace cinco años) y, si bien esta mejora implicó que tuviera un valor de 54,65 dólares, seguía siendo menos que el papel con la cara de Roca en 2002. Desde entonces, acumulamos 866,21% de inflación y, medido en dólares, perdió el 95% de su valor”.
Este anuncio del Gobierno, como tantos otros, pretende ser lo que claramente no es: una solución. No estaríamos hablando de subir la denominación ni, en algunos casos, de quitarle nuevamente ceros a la moneda si se hubieran hecho las cosas como corresponde, evitando desquiciar el gasto público en cuestiones innecesarias, improductivas y, en muchísimos casos, usando dineros de todos los contribuyentes en beneficio privado de tan nefastos como destructivos personajes de nuestra dirigencia política.
No hubo guerra. No se emprendió ni siquiera la más mínima batalla. Es más: Alberto Fernández se jactó durante mucho tiempo de que su plan económico era, precisamente, no tener un plan. Los resultados están a la vista. El derrumbe del edificio económico no se arregla con un nuevo parche o un revoque al pasar. Ni Grierson, ni Carrillo, ni Messi –a quien alguien propuso también para un hipotético nuevo billete– merecen que recordemos sus trayectorias con papelitos de colores tan volátiles.
Fuente: La Nación
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