En las aguas a menudo encrespadas de las transacciones comerciales internacionales hay gente preparada para fortalecerse con lo inesperado e inestable, gente con renombre para actuar con asombrosa eficiencia en medio de la velocidad fulminante que puedan alcanzar los negocios. Decía un funcionario público del área impositiva, la semana última, que después de haberse suspendido las retenciones por un período que concluiría el 31 de octubre, o antes, si se liquidaban 7000 millones de dólares por exportaciones, las órdenes se amontonaban los primeros días por millones de dólares cada treinta segundos.
Así prevaleció el monto de lo recaudado por sobre el tiempo límite establecido de más de treinta días, y así los productores de los cereales y oleaginosas en juego, los creadores de esa riqueza generada a la intemperie, a cielo abierto, quedaron con la sensación de desconcierto, de “bronca” -como han dicho- y de una desilusión que ya se verá qué consecuencias políticas tiene.
La perentoriedad de las liquidaciones de exportación por aquella suma de grandes dimensiones fue determinada a fines de la semana anterior por un gobierno que sentía el vahído del abismo. Sucedía esto en medio de la valorización irrefrenable del dólar por encima de las bandas establecidas y por una desconfianza pública que crecía hora tras hora, habiéndolo obligado a vender en dos jornadas más de mil millones de dólares de sus escasas reservas. No hay una razón debidamente verificable, a pesar de tantas presunciones en contrario, para que pueda afirmarse que en todo este asunto se haya roto una sola regla legal.
Otra cosa sería observar que se llegó a la dramática situación de hace diez días por una suma de impericias políticas y financieras del Gobierno. Propelieron, una vez más, a que el país quedara atrapado en la sensación de asfixia por cuya repetición en decenas de casos tiene la mayor y dolorosa experiencia que cualquier país ajeno a las hecatombes de una guerra.
Otra cosa sería decir que en la cuestión de las retenciones a las exportaciones agropecuarias sigue en el aire la promesa todavía incumplida, sin olvidar los avances habidos hasta aquí, de acabar con un impuesto que el propio presidente de la Nación calificó en tren de campaña, y reafirmó después de asumir, de inaceptable para el interés general.
Otra cosa sería decir, en fin, que en el instante de decidirse a dejar en cero los derechos de exportación (DEX) hasta el 31 de octubre privó el instinto natural de un elenco gubernamental más experimentado y satisfecho con el ejercicio de las finanzas que en el del más lento planeamiento, y a más largo plazo, propio de quienes por vocación piensan y sienten en términos productivos.
Fue verdaderamente lamentable que todo esto ocurriera. Poco importaba que algunos de los elementos disociadores de las instituciones establecidas por la Constitución Nacional se hubieran apresurado, al conocerse las medidas, a proponer un proyecto de ley para que los productores del agro paguen un “aporte extraordinario y devuelvan lo que ganaron con las retenciones”. Terminó pareciendo una broma de mal gusto.
Ya sabíamos qué podía esperarse de esos candidatos, o del kirchnerismo en su conjunto, y hasta del desvarío doctrinario y demagógico en que puede caer alguno de sus mentores espirituales. Tienen más pasado por delante que futuro estas rémoras del tembladeral insurrecto y desde tanto tiempo anacrónico de los años sesenta y setenta.
El Gobierno debe ahora examinar la forma de desarticular tensiones con el campo, nada menos que en un año electoral
Lo que sí urge reparar es la desconfianza política y moral introducida por los hechos precipitados en medio de esta última crisis. Se han violentado expectativas. La confianza es una solidaridad compartida de principios. “Cuando esta se pierde, la Nación se desarticula”, decía Ortega y Gasset, y agregaba: “La confianza es la emoción en que se halla quien puede anticipar lo que verosímilmente ha de acontecer en una hora, mañana, pasado”. No era lo que se esperaba que siete grandes exportadores hicieran, en solo tres días, declaraciones juradas de ventas al exterior (DJVE) por 19,5 millones de toneladas. Acapararon de tal modo el 86% de las operaciones sobre las realizadas por un total de 36 exportadores.
Por la fuerza de los hechos, y no necesariamente por la pulsión de las intenciones de otros, los productores percibieron en su ánimo que habían sido abandonados por el Gobierno en beneficio de un grupo de empresas que hará ganancias extraordinarias. Que los Grabois digan lo que les viene en gana, que ninguna novedad aportan; pero que se enrarezca de pronto, entre las diversas partes involucradas en una creencia común en la libertad de comercio, en la igualdad de oportunidades y en la no discriminación, una atmósfera que de ordinario es límpida y más competitiva de lo que resulta en algunos países vecinos, constituyó un golpe emocional que debería de algún modo morigerarse en sus efectos.
Es inaceptable que pueda prosperar la idea de que haya dos capitalismos: un capitalismo sanamente liberal, por un lado, y un capitalismo depredador, por el otro. Hay un solo capitalismo, regido por las leyes del mercado, y enmarcado en el contexto jurídico que asegure no solo su existencia, sino también la confianza pública en sus previsiones y desenvolvimiento. Acaso el Gobierno disponga aún de tiempo para paliar algunos efectos inesperados del conflicto y hasta es posible pensar si no han tomado a esta altura discretas decisiones en ese sentido los principales beneficiarios.
Las declaraciones juradas de ventas por 7000 millones de dólares se descomponen en tres partes: una, por mercaderías que ya estaban a disposición de los exportadores; otra, por mercadería que estos salieron a comprar (por algo más de 4000 millones de dólares) y, en último lugar, por mercaderías que deberán adquirir ahora. El primer día de los tres de compras frenéticas, los exportadores pagaron por la soja 60 dólares más por sobre el precio preexistente, cuando las retenciones en cero abrían un horizonte de mayores alzas. Duró poco: lo ocurrido en la Argentina hizo caer los precios en Chicago y motivó protestas a Washington de agricultores norteamericanos.
El gobierno tiene ahora por delante, como decíamos, examinar la forma de desarticular tensiones con el campo, nada menos que en un año electoral, y a las entidades agropecuarias ver la forma de encarar conversaciones con sus colegas de los Estados Unidos a fin de superar las fricciones producidas. Aquí se ha abierto una lección de alcance generalizado.
El campo protestó poco o nada cuando el gobierno de Mauricio Macri, en medio de la crisis de la primavera de 2018, se apoderó, por urgencias impostergables, de 4 pesos por dólar proveniente de productos primarios y de 3 pesos por dólar sobre productos industriales. En los últimos años, hubo otras situaciones más, en algo parecidas, pero nunca con este carácter de despojo presunto de lo que el campo se disponía a aprovechar, y se difuminó en un santiamén. Ahí ha radicado, en lo esencial, la “bronca” generada.
No cabe esperar que prospere la invocación que algunas entidades han hecho de la llamada ley Martínez Raymonda, de 2007. No es aplicable a lo ocurrido en este caso, sino a aquellos otros en que hay una suba inesperada de precios con el consiguiente aluvión de declaraciones juradas de venta. Allí, sí, el exportador, requerido por el Estado, debe demostrar la tenencia anterior de la mercadería antes de su liquidación. Macri la aplicó en 2018 y desarticuló operaciones por tres millones de toneladas sospechadas de haber contado con inside information.
El campo no ha perdido ninguna “beca” con la fugaz vigencia de las retenciones cero por agotamiento del cupo abierto, como se ha dicho de manera infeliz. Siente, sí, que en el vaivén de este fenómeno que comentamos el tipo de cambio haya bajado de 1500 pesos por dólar a menos de 1400, disminuyendo aún más el poder adquisitivo que deja en el límite de la rentabilidad al 65% de las tierras en cultivo, que son por arriendo.
Esperemos que el campo sienta, por igual, en reflexión introspectiva, que no basta con hacer todo bien tranqueras para adentro. Las empresas modernas, en la hora de la tecnología digital, deben contar con la capacitación suficiente para entender y aprovechar el vértigo operativo de los mercados.
Fuente: La Nación
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