Las virtudes del círculo virtuoso

a Argentina ha cambiado su rumbo político y, de esa forma, invirtió el sentido del círculo en que giran sus quehaceres colectivos. Si durante décadas el país se degradó en una rotación insostenible hacia la izquierda, la vuelta de tuerca que implicó el apoyo popular a Javier Milei implica un viraje en sentido contrario. De frenar un círculo vicioso, a intentar un círculo virtuoso.

Es un camino desconocido que recién empieza. Muchos anhelan que esta nueva etapa sea libre de conflictos, como ocurre en aquellas naciones estables donde nadie recuerda el nombre de sus primeros ministros, presidentes o líderes opositores. Comarcas maravillosas cuya previsibilidad y rutinas envidiamos, tomándolas como ejemplos. Que, de tan perfectas, aburren.

Sin embargo, el aburrimiento será el premio que espera al final del camino y no al comienzo. Para alcanzar las bondades del círculo virtuoso falta aún atravesar turbulencias, pues, si el paradigma del país aburrido prevaleciese, todo continuaría como hasta ahora. Y la prepotencia sindical, los empresarios clientelistas, los políticos privilegiados, los gremialistas de las profesiones, los gobernadores feudales, los intermediarios de lo público y tantos grupos que medran del statu quo aplaudirían aliviados si el riesgo de cambio pierde fuerza, frente a la seducción del aburrimiento.


Hoy el panorama se presenta promisorio. En el interior ya se observan las bases de una revolución productiva en materia de hidrocarburos, minería, litio, uranio, tierras raras, además de las nuevas tecnologías aplicadas al campo


Debemos dejar atrás vicios que se potenciaron con los años, arrastrando a los 47 millones a la más profunda decadencia. Por generar incentivos perversos, las inversiones y los trabajos se amoldaron a tareas de baja productividad, estancando la creación de riqueza. Ello frustró las demandas sociales ante la imposibilidad de satisfacerlas y el populismo respondió con mayor gasto público, prebendas, prohibiciones y regulaciones a favor de los sectores mejor organizados. Son testigos de aquel “Estado presente” los barrios sin agua potable, ni cloacas, ni veredas, pero con inseguridad creciente. Y también los ahora callados piqueteros, gestores de fondos sin control que sometieron a los más vulnerables en su provecho.

La Argentina resultante, la que se debe cambiar, está cubierta de papeles pintados con escudos y membretes (leyes, decretos, resoluciones, ordenanzas, digestos, convenios colectivos, laudos arbitrales y fallos arbitrarios) garantizando salarios “justos”, mercados cautivos, honorarios obligatorios, rigideces laborales, industrias judiciales, sindicatos millonarios, ausentismos docentes, jubilaciones especiales, estabilidades abusivas, clientelismos provinciales, “peajes” municipales y tantas otras aberraciones que es imperioso eliminar.

Transcurrida una semana de las elecciones, existe gran ansiedad por saber cuándo comenzará la reactivación, el aumento del empleo regular, la mejora del consumo y por supuesto, de los ingresos, pues la plata “no alcanza”. Las respuestas solo pueden darse en un contexto mayor ya que la economía no es una ciencia exacta, sino social.

Nada ocurrirá de inmediato, pero si hay confianza en un futuro promisorio, los mercados anticiparán esa perspectiva. Dependerá de la baja del riesgo país, la mayor demanda de pesos, la reducción de la tasa de interés y la decisión de los empresarios de aumentar su capital de trabajo, extender las horas extras, producir más cantidades y hasta incorporar más equipos contratando más personal.


Si durante décadas el país se degradó en una rotación insostenible hacia la izquierda, la vuelta de tuerca que implicó el apoyo popular a Javier Milei implica un viraje en sentido contrario


Los argentinos ni imaginamos, luego de décadas de círculos viciosos, cómo sería el país posible si el nuevo rumbo se afianza y las reformas se llevan a cabo. El Gobierno no ha sabido comunicarlo bien, pues el lenguaje rústico de los influencers libertarios no ha coronado la propuesta de cambio cultural con un sueño de futuro que enamore. Falta aún encolumnar entusiasmos en la marcha hacia un Shangri-La celeste y blanco que motive el esfuerzo por alcanzarlo.

No es una propuesta exótica, pues la Argentina se creó gracias al sueño apasionado de la Generación de 1837, se articuló durante la Organización Nacional y se plasmó en realidades durante los años de “paz y administración”. A partir de 1862 se asentaron pilares institucionales para que 14 provincias unidas se convirtieran en nación argentina. Y fue tan convincente esa decisión –y el cambio cultural que la sustentó– que pronto se convirtió en imán para la inmigración y la inversión europea. Se dejó atrás un pasado colonial de casas de adobe, sin saneamiento, sin caminos ni ferrocarriles, con pesadas carretas, postas pulguientas y temor al bandidaje. Se transformó un país sin agricultura, sin molinos ni alambrados que importaba trigo para hornear el pan y carneaba ganado cimarrón para sacar su cuero. Habitado por criollos dignos pero analfabetos, habituados a la mortalidad infantil y sin escolaridad para los niños. Sin embargo, el cambio fue posible. Y nuestro país representó un milagro de progreso en el Centenario (1910) que el mundo vino a contemplar en los festejos.

En tiempos menos remotos, hay otros ejemplos de reformas modernizadoras, útiles para la Argentina. Desde AlemaniaItalia y Japón luego de sus derrotas en 1945, hasta las democracias populares de Europa Oriental al caer el Muro de Berlín (1989) y luego de la disolución de la URSS (1991). Y en este siglo, IrlandaPortugal Grecia que superaron profundas crisis gracias a liderazgos políticos y el apoyo de la UE y del FMI.

Si el costo argentino se reduce mediante las reformas pendientes, numerosas Pymes expuestas a la apertura económica podrán competir con cancha nivelada. Con bajo costo del capital, acceso a insumos importados y acuerdos provechosos de libre comercio como el celebrado con la UE, tendrán oportunidad para reconvertirse, atendiendo a mercados externos con productos de calidad, diseño y valor agregado.


Debemos dejar atrás vicios que se potenciaron con los años, arrastrando a los 47 millones de argentinos a la más profunda decadencia. Por generar incentivos perversos, las inversiones y los trabajos se amoldaron a tareas de baja productividad, estancando la creación de riqueza. Ello frustró las demandas sociales ante la imposibilidad de satisfacerlas y el populismo respondió con mayor gasto público, prebendas, prohibiciones y regulaciones a favor de los sectores mejor organizados


En el interior ya se observan las bases de una revolución productiva en materia de hidrocarburos, minería, litio, uranio, tierras raras, además de las nuevas tecnologías aplicadas al campo. Los servicios profesionales, el turismo y la industria del conocimiento ya hacen su aporte invisible a un cambio que se encuentra en marcha.

La Argentina es uno de los países más dotados del planeta y así lo ven, con envidia, quienes carecen de agua dulce, costas marítimas, minerales de ley y tierras fértiles. Cuando la Generación del Ochenta lo puso en marcha, fue potencia mundial basada en la agricultura y la ganadería. Ahora suma otros recursos que el mundo necesita, además de científicos de nota, mentes brillantes y jóvenes creativos.

Quienes votaron a favor de La Libertad Avanza lo hicieron para experimentar algo nuevo y no regresar al pasado. Sin embargo, no tienen aún claro hasta qué punto la Argentina puede transformarse si logra vencer la resistencia de los intereses creados ligados a ese ayer. En la medida en que las normas para reducir el costo argentino se hagan realidad, el cambio de expectativas se consolidará y los argentinos verán, por primera vez en muchos años, cómo las proclamadas virtudes de un círculo virtuoso inciden sobre las conductas de los inversores, los ahorristas, los empleados y las amas de casa. Y cómo las expectativas -y no la Secretaría de Comercio- reactivan la economía, mejoran su nivel de vida y le permiten soñar en un futuro, hasta hace poco, inimaginable.

Fuente: La Nación

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