El pobre desempeño del peronismo en las recientes elecciones nacionales -de manera especial, por parte de la agrupación kirchnerista Fuerza Patria– es el resultado del agotamiento de una dirigencia en la que sobresalen la corrupción, las mañas de la vieja política y la incapacidad por ofrecer ideas renovadoras, además del empecinamiento de algunos de sus representantes en seguir atados al liderazgo de quien ha sido justamente condenada por administración fraudulenta en perjuicio del Estado y se halla procesada en varias causas más por otros graves delitos.
El protagonismo que acaparó la expresidenta Cristina Kirchner en la conformación de las listas de candidatos a integrar el Congreso de la Nación terminó de hundir a una fuerza política que, más que haber ingresado en un proceso de crisis, parece haber implosionado. Muchos se preguntaron con buenos fundamentos qué podía aportar un postulante como Jorge Taiana, que reivindica su pasado montonero y niega la evidencia de que el régimen de Nicolás Maduro es una dictadura sangrienta. O un dirigente como Juan Grabois, siempre emparentado con la extorsión callejera de los grupos piqueteros. También, cuál era la nueva canción que se proponía componer el gobernador bonaerense, Axel Kicillof.
Tras la derrota electoral del kirchnerismo, tanto en la sede nacional del PJ como en la de la provincia de Buenos Aires, aparecieron afiches contra las autoridades partidarias, encabezadas precisamente por Cristina Kirchner en el orden nacional y por su hijo, Máximo Kirchner, en el distrito bonaerense. “Máximo, el PJ no es tu juguete” y “Basta de herederos bendecidos”, rezaban algunos de ellos. El gobernador de Salta, Gustavo Sáenz, pidió por su lado que la expresidenta deje de considerar al partido como “una pyme familiar”, al tiempo que no pocos intendentes peronistas bonaerenses hicieron saber de distintas maneras sus discrepancias con los Kirchner.
A la despiadada lucha interna en la que se ha sumergido el peronismo en las últimas horas, hay que añadir las insólitas excusas con los que algunos de sus dirigentes intentaron justificar su retroceso electoral, apuntando al nuevo sistema de votación. El propio Kicillof se quejó de las supuestamente largas colas que tuvieron que hacer muchos votantes porque a cada uno había que explicarle cómo tenía que votar. El intendente de Ensenada, Mario Secco, por su parte, expresó que “la gente no entendió cómo tenía que votar”.
Se trata de argumentaciones absurdas. Si algo caracterizó al novedoso mecanismo de votación en elecciones nacionales, cuyo pilar ha sido la Boleta Única en Papel (BUP), fue su sencillez y agilidad. Particularmente, en la provincia de Buenos Aires, donde solo se trataba de marcar con una cruz el casillero de la lista de diputados nacionales de la preferencia del elector. Es probable que lo que verdaderamente moleste a ciertos dirigentes peronistas, que durante años han sido genuinos exponentes del más rancio clientelismo, sea precisamente que con la BUP se puso fin a la posibilidad de recurrir a distintas maniobras fraudulentas, como el robo de papeletas electorales o el voto cadena cimentado por los grandes aparatos partidarios para mantener cautivos a no pocos votantes, utilizados como carne de cañón.
La coalición Fuerza Patria exhibió una notable pobreza de ideas y una llamativa carencia de propuestas, refugiándose en la consigna “Frenar a Milei” y en cuestionamientos a las políticas que procuran el equilibrio fiscal. Claramente, ese alarmante vacío, junto a la falta de vocación por una renovación programática, movilizó aún más a los votantes temerosos de un retorno al pasado en favor de La Libertad Avanza.
Ni el populismo ni una dirigencia que exhibe una larga lista de procesados y condenados por distintos escándalos de corrupción pueden ser el conducto para que el peronismo vuelva a disputar el gobierno nacional. Más que preguntarse, como de costumbre, de qué modo volver al poder, sus dirigentes deberían pensar si realmente el peronismo puede volver a expresar algo novedoso en la política argentina.
Fuente: La Nación

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