Las confesiones mordaces de la autora de ‘Cuando Harry conoció a Sally’

La industria editorial, casi siempre maniatada a la novedad, ofrece cada tanto rescates de libros cuya actualidad trasciende el momento de la escritura, muchas veces tras la muerte de los autores. Esas “operaciones” han creado verdaderas modas –por ejemplo, el recordado fenómeno, tras la publicación de los libros de Sándor Márai–. Son, también, libros que se traducen por primera vez, y, en ese sentido, funcionan como novedades para el lector de la lengua a la que se traduce. Este es el caso del recién editado No me gusta mi cuello (original de 2006), de la escritora, guionista, y directora Nora Ephron, que junto a No me acuerdo de nada (2010), son rescatados y traducidos por el sello español Libros del Asteroide. Nora Ephron murió de leucemia en 2012, a los 72 años, joven, y en plena actividad.

En la Argentina, conocemos (y amamos) a Ephron, sobre todo, por sus grandes comedias románticas, principalmente, las tres protagonizadas por Meg RyanCuando Harry conoció a Sally (con Billy Cristal), Sintonía de amor y Tienes un Email (con Tom Hanks)–, pero no tanto por sus libros. Ni por su carrera periodística que comenzó temprano como “la chica del correo” en Newsweek, pero con solo treinta años ya fue incluida en la portada de los 40 años de la revista Esquire (1973), junto a Hemingway, Faulkner, Philip Roth y Gay Talese, entre otras celebridades, algo que ella misma llegaría a ser en los Estados Unidos.https://139cc692da0a1a83ea9902898c02746f.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

Para hombres y sobre mujeres

Cuando en el histórico medio “para hombres” le preguntaron a la ascendente periodista de qué quería escribir, respondió: “¡De mujeres!”. No era tan obvio por entonces… Así, como una “Carrie Bradshow” avant la lettre, y en paralelo a la segunda ola feminista, se volvería una periodista con voz propia: una observadora lúcida y divertida, a veces ácida, pero también honesta y vulnerable.

Ephron se haría también famosa por escribir a partir de los materiales que le daba la propia vida, no siempre felices: como el alcoholismo de sus padres –que habían sido guionistas de Hollywood, adonde se había mudado toda la familia, y donde pasarían los años de su infancia–. O cuando llevó a la ficción su resonante (o explosivo) divorcio del periodista Carl Bernstein, el del caso Watergate, al enterarse que le era infiel, con un niño pequeño y un embarazo de siete meses.

Siguiendo el mantra que le repetía su madre desde niña, “Todo es copia”, y terapia mediante, eligió correrse del lugar de víctima, para reírse de sí misma e hizo su descargo escribiendo la novela Se acabó el pastel (Anagrama), un éxito de ventas que llegaría el cine, encarnado por otra dupla favorita: Meryl Strip-Jack Nicholson. Sacudir el avispero era su modo de empoderarse, de tomar el control sobre los acontecimientos de la vida.La escritora y cineasta Nora Ephron posa en su casa en Nueva York el 3 de noviembre del 2010.  (AP Foto/Charles Sykes, Archivo) La escritora y cineasta Nora Ephron posa en su casa en Nueva York el 3 de noviembre del 2010. (AP Foto/Charles Sykes, Archivo)

En los breves ensayos y artículos reunidos en No me gusta mi cuello, Ephron hace un repaso por algunos de los que han sido sus asuntos predilectos, bucea en recuerdos, escribe la historia de su vida “en algo menos de 3500 palabras”.

Esa jerga periodística refleja en buena medida el modo como registraba el mundo: como algo a narrar, siempre con el tono hilarante y sagaz que la hizo famosa. Los temas –más o menos superficiales– parece ser excusas: la elección de una cartera, los secretos de la buena mesa (y los chefs de moda), la tragedia contemporánea del tiempo y dinero que dedicamos al “mantenimiento” del cuerpo, la búsqueda desesperada del “strudel de repollo perdido” de los años 80 que, cual magdalena proustiana, ya no se consigue en Nueva York.

En realidad, todo el libro tiene por detrás un ligero tono nostálgico, del “confieso que he vivido”, la pregunta por el paso del tiempo, o qué hace el tiempo con nuestros recuerdos –y nuestros cuerpos–. Todo junto, todo a la vez, en un perfecto agridulce que nos lleva constantemente, de lo trivial a lo humano, de lo banal a la empatía, o a la lisa y llana resignación.

Al leer a Nora Ephron dan ganas de trazar líneas de parentesco: como Woody Allen, fue otra judía enamorada de Nueva York –quizás sean Manhattan y Cuando Harry conoció a Sally dos de los más hermosos registros que dio el cine de la Gran Manzana–. Como Fran Lewobitz, no podía imaginarse viviendo en ningún otro lugar (una vez lo hizo, por un trabajo de su marido, y el experimento lógicamente fracasó).

Como ambos, la vida no podía entenderse sin humor. En “Pasar página”, el más largo de los textos del libro, Ephron narra cómo dos meses después de su separación de Bernstein se enamoró… del Apthorp, un departamento del Upper West Side de Manhattan. La crónica de esta “relación” de diez años le permite esbozar una breve historia de Nueva York a través de sus habitantes, sus crisis económicas, sus migraciones, su encanto, sus usos y costumbres.

“Creía sinceramente que, en el peor momento de mi vida adulta, un edificio me había salvado”. En “Sobre el mantenimiento” y “No me gusta mi cuello”, supura su rebelión a quienes reivindican las bondades de la vejez: “¿En qué estarán pensando? ¿Es que no tienen cuello?”.

En “La crianza en tres frases”, hace conjuros sobre el concepto de crianza, ese recién llegado de la psicología que, aliado con cierto feminismo, instó a los progenitores a encarar la tarea de “moldear” a sus hijos: “Criar a un hijo no era solo cuidarlo, sino transformarlo, cebarlo a la fuerza como el hígado de un pato, alterarlo, modificarlo, modularlo, manipularlo, suavizarlo, mejorarlo”.

Ephron se definía como una lectora arrebatada –“Leer es una de mis actividades principales. Leer lo es todo”–, amaba la buena mesa (y los buenos chefs, a los que perseguía, y por los que se fanatizaba). Llegó al cine desde el periodismo. Hizo, a su modo, “literatura del yo” y dio sin pudor consejos de autoayuda, como anota, con honestidad y desparpajo, en esa suerte de despedida que es: “Cosas que me gustaría haber sabido”, “La gente solo tiene una forma de ser”, “Nunca te cases con un hombre del que no te gustaría divorciarte”, “Cuando los hijos llegan a la adolescencia, es importante tener un perro, para que alguien en casa se alegre de verte”. Pero junto al humor, también había conciencia de lo efímero: “lleva un diario, haz más fotos, anótalo todo”.https://139cc692da0a1a83ea9902898c02746f.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-40/html/container.html

Sigo trazando parentescos, pienso ahora en los locales. Me viene a la cabeza Cecilia Absatz, otrora periodista de revistas femeninas, publicista, crítica de cine y series, y actualmente, a cargo del newsletter “Viejo Smoking”, para pensar la (nueva) vejez, dueña de un humor mordaz y una prosa exquisita. Ella y Ephron hubieran sido buenas amigas. O al menos, se hubieran sacado chispas.

No me gusta mi cuello, de Nora Ephron (Libros del Asteroide).


Sobre la firma

Natalia Ginzburg

Periodista y editoraBio completa

Fuente: Clarín.com

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