Otro día de frustración, desánimo e impotencia en el Conurbano

Más sereno empiezo a escribir el día después de un verdadero día frustrante, típico y ejemplificativo de lo que es vivir en el Gran Buenos Aires, a unos quince kilómetros de la Ciudad Autónoma, y a unos dos o cinco del colegio de los chicos.

¿Por qué lo puntualizo? Porque toda la jornada debió ser modificada de raíz desde la madrugada. Uno de ellos, el que debe volver de la escuela en colectivo, directamente faltó a clase. Y quien esto escribe prefirió salir con su vehículo pero no moverse más allá de la General Paz para no llegar tarde a nada.

Sin embargo, uno sigue siendo afortunado. Puede trasladarse, elegir por dónde, trabajar y regresar a su hogar sabiendo que ha producido lo que tenía que generar para llevar un digno ingreso a su hogar, diferente al del resto de los habitantes de esta misma región de la Argentina.

No tuve que contratar un auto de alquiler como sí lo tuvieron que hacer mis hijos cuando, a la tarde, debieron trasladarse hasta la casa de otros familiares. No tuve que golpearme para ingresar a un tren o subte, que también estaban con retrasos y sin funcionar por cuestiones jamás aclaradas. Y debí agradecer hasta el infinito vivir al límite del corredor norte, donde circulaban los trenes, a diferencias de mis amigos y conocidos del Oeste, donde los “jerárquicos” del Tren Sarmiento dispusieron no trabajar.

FOTO: TÉLAM

Sin colectivos, trenes ni subtes el caos fue total. Pero faltaba algo más para hacerme acordar por qué motivos cientos de amigos y conocidos se fueron a vivir a otras zonas, mucho más custodiadas y abandonaron General San Martín o distritos similares al norte y oeste, hartos de la inseguridad.NOTICIAS RELACIONADAS

En la misma cuadra en la que habito, en la que convivimos toda gente de trabajo, con más o menos bienestar, un grupo de delincuentes se metió a la propiedad de la vecina, le rompió las ventanas, le sustrajo lo que pudo y, cuando querían más, empezó a sonar la alarma.

Afortunadamente ella no estaba ahí. Fue al teatro con su cuñada y su sobrino, haciendo lo que cualquier persona normal trata de hacer. Disfrutar, en la medida de sus posibilidades, de un momento de recreación con su gente más cercana.

Pero no pudo ser. La alarma le avisó que le estaban entrando en su hogar. Cuando llegó, luego de algunos minutos, encendió el sistema de seguridad vecinal. Salimos todos. ¿Y la policía? Tardó muchos minutos, demasiado. Sí. Los patrulleros pasan, pero no ven. No vigilan. No tienen ese ojo entrenado. Pero esta noche, justamente esta noche, no había nadie cerca.

Para peor, la calle es justo el límite entre el territorio de una comisaría y la otra. La Cuarta y la Novena.

FOTO: TÉLAM

Los vecinos en la calle conteniendo a la damnificada pero inertes. Empezamos a buscar por los terrenos vecinos. La decadencia hizo que varias propiedades quedaran abandonadas. No se vende nada. No sirve alquilar. Entonces, nada. Todo se inmoviliza. La policía aún no llega.

Veinte minutos después, tres patrulleros. Obvio. Ya no hay ni rastros de los maleantes. Se habla en plural porque se supone que fueron tres personas, o más, que en el momento que los damnificados se fueron al teatro miraron con mucha atención sus movimientos.

Todos pasan a ser sospechosos, está claro. No viven ni trabajan por ahí. Vaguean. Se bajan de un auto y, al ver un árbol grande, se ponen a hacer sus necesidades. “Esto no pasaba nunca. Desde hace treinta años que vivo acá, nunca, jamás. Este año se empezó a ver esto, que no podemos estar ni en nuestras casas, ni en el fondo, ni dejar nada en el patio”, decían todos. Éramos unos veinte que traíamos la presión de un día estresante que terminó en la calle tal cual sucedía en el 2001, cuando todos nos parapetábamos en las esquinas previendo la llegada de las “hordas” del fondo para saquear.

Quizás por eso Sergio Massa vivió uno de sus peores días en el ministerio de Economía. Porque ahora, como candidato a presidente, lo percibe mucho más.  Luego de enojarse y hasta insultar a los empresarios del transporte y a los dirigentes sindicales, cuando se descargó, el modo y el mensaje fue otro. “Por favor, no hagamos más esto. La gente está harta, nos van a matar a todos y cualquier chispa puede provocar un incendio”.

Todavía no ardió la pradera. Pero la gente ya se hartó.

Fuente: Mendoza online

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