La Food and Agriculture Organization (FAO) reportó que hay 828 millones de personas que sufren hambre en el mundo, revelando un aumento de 46 millones desde 2020. Un 29% de la población mundial sufre inseguridad alimentaria grave o moderada, esa que mide el acceso regular a alimentos. La Argentina tiene uno de los peores índices de la región: 4 de cada 10 habitantes la sufren o directamente atraviesan hambre. En la última década, enmarcada en un proceso de empobrecimiento sistemático y estructural, la inseguridad alimentaria creció en nuestro país hasta casi duplicarse. Según mediciones del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), en 2010 la Argentina tenía un 6% de nivel de inseguridad alimentaria mientras que, en 2021, se registró un 8,3% y, en 2020, hubo un pico del 8,7% de hogares con problemas alimentarios. La concentración de mayores niveles de inseguridad alimentaria se da en el conurbano, en la ciudad de Buenos Aires y en grandes conglomerados de las provincias del Norte.
La Tarjeta Alimentar, que se repartió entre 2,4 millones de personas, más de 900 mil de la provincia de Buenos Aires exclusivamente, contribuyó a que los niveles de inseguridad alimentaria no fueran todavía peores. También se distribuyeron en Córdoba (182.455), Santa Fe (165.275), Tucumán (114.832), Salta (104.439), Mendoza (109.144), Misiones (101.083) y Chaco (101.345).
Son millones los argentinos que, aun aquellos privilegiados que trabajan, han visto claramente restringido su acceso a los alimentos, en gran medida por el impacto de los altísimos índices de inflación cuyas principales víctimas son siempre las poblaciones más vulnerables.
Al compás de un acelerado deterioro del ingreso, los controles de precios han demostrado largamente su fracaso ante las inevitables remarcaciones y la población asiste a nuevas prácticas como el lastimoso fraccionamiento de los alimentos. La muerte de un niño en un basural entrerriano dio una mayor visibilidad a la dolorosa realidad de quienes se ven forzados a buscar alimentos en montañas de desechos.
“Si llego a ser elegido, me voy a poner al frente de la campaña contra el hambre en la Argentina”, prometía en octubre 2019 el candidato Alberto Fernández. La Mesa del Hambre, el Consejo Federal contra el Hambre, en realidad, fue una de las primeras apuestas de la gestión Fernández-Fernández, conformada por personajes como Marcelo Tinelli, Adolfo Pérez Esquivel, Estela de Carlotto Narda Lepes, María Cher, Antonio Aracre, Pablo Micheli, David Stalman e Hilda González de Duhalde. Hacia fines del año pasado y luego de haber mantenido algunas pocas reuniones cuyos resultados están a la vista, la Mesa se disolvió.
En un acto en Entre Ríos días atrás, el Presidente volvió a caer en desafortunadas expresiones. En este caso, sus reflexiones pusieron el foco en la industria hotelera y gastronómica, cuya pujanza actual ponderó: “Ahora resulta que las quejas que yo escucho son que, para ir a comer, hay que esperar dos horas; bueno, bienvenido sea”.
Como presidente de todos los argentinos, no puede desconocer la desesperante situación que viven más de 18 millones de pobres en el país, para quienes aguardar dos horas con la certeza de que podrán comer también sería toda una bendición. Tampoco puede desentenderse de su responsabilidad sobre este tema habiendo pasado más de tres años de gobierno, una gestión jalonada de mentiras y carente de programas serios que permitan avizorar un futuro menos dramático. Nos permitimos recordarle, por otro lado, que más de 1500 comedores escolares han visto notablemente incrementada la demanda y que la ayuda estatal que reciben es ineficiente, con redes de bancos de alimentos cada vez más activas y valiosas. Contrariamente, los gastos difundidos por servicios de catering y comilonas en ámbitos oficiales no han menguado.
Agregó en su alocución de estos días el Presidente: “Algunos seguirán enojados, otros criticando. Yo estoy convencido, cada día más convencido, de que es el tiempo de que el barullo de la política se calme un poco y empiece a sonar la sonrisa de la gente”. Lamentablemente, hoy es muy escaso el número de argentinos que sonríen cuando el recuerdo del triunfo mundialista va quedando atrás. Más bien todo lo contrario. Quien no resiste un archivo, había dicho también: “Nada me preocupa más que el hambre de los argentinos”. Poco y nada se ha hecho desde ámbitos oficiales para revertir tan escandalosa situación. Un asistencialismo sin programas de fondo no resuelve el sonido de millones de estómagos vacíos bramando durante mucho más de dos horas.
Fuente: La Nación
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