Nuestro Presidente ha experimentado una fuerte caída de su imagen positiva en la percepción de la opinión pública. Obedece principalmente a la mala gestión de su gobierno en prácticamente todas las áreas. La inacción del Ministerio de Ambiente frente a los incendios en Corrientes o la disparatada iniciativa de la Secretaría de Comercio Interior para crear una Empresa Nacional de Alimentos, con control mayoritario del Estado, son los ejemplos más recientes de esa inoperancia. Pero el desgaste presidencial también se relaciona con innumerables expresiones inoportunas, que más de una vez lo han mostrado lejos de las auténticas preocupaciones de la sociedad, así como a sus recurrentes contradicciones en sus apreciaciones sobre la actual vicepresidenta de la Nación.
La devaluación de la palabra se remonta a la forma en que Alberto Fernández, desde que fue ungido como candidato presidencial por Cristina Kirchner en 2019, ha ido desmintiendo o desconociendo, uno por uno, los graves cuestionamientos que él mismo había formulado en años anteriores contra la expresidenta. Esta postura adquirió particular elocuencia días atrás, cuando el primer mandatario declaró como testigo en el juicio por el direccionamiento de obras públicas para el empresario Lázaro Báez durante los tres gobiernos kirchneristas.
El jefe del Estado, durante la citada audiencia, defendió a la expresidenta, principal acusada, y sostuvo que el modo en que un gobierno reparte la obra pública es una decisión “no judiciable”, al tiempo que protagonizó un tenso contrapunto con el fiscal de la causa, Diego Luciani, de quien Fernández dijo irrespetuosamente que tenía “un problema de comprensión”. A pedido de la defensa de Cristina Kirchner, el tribunal dejó sin efecto una pregunta del fiscal al Presidente sobre declaraciones radiales que este formuló en 2016, cuando reconoció que el día en que renunció como jefe de Gabinete le había recomendado a la actual vicepresidenta que prestara atención “a lo que está pasando en la obra pública” y había afirmado: “No quiero que se robe más en la Argentina”.
La depreciación de la palabra se remonta a la forma en que Fernández, desde que fue ungido como candidato presidencial por Cristina Kirchner, ha ido desmintiendo o desconociendo, uno por uno, los graves cuestionamientos que él mismo había formulado contra la expresidenta
Las contradicciones del Presidente quedaron muchas veces de manifiesto frente a las múltiples causas judiciales que enfrenta Cristina Kirchner. Por ejemplo, el 16 de febrero de 2015, Alberto Fernández había escrito en un artículo publicado en este diario: “Solo un necio diría que el encubrimiento presidencial a los iraníes no está probado. […] Cristina sabe que ha mentido y que el memorándum firmado con Irán solo buscó encubrir a los acusados”. Y poco después, el 20 de abril de ese año, también en las páginas de la nacion, al referirse a la muerte del fiscal Alberto Nisman, el propio Fernández afirmaría: “Aquella acción psicológica desplegada por los genocidas acaba de ser revivida por el gobierno nacional (de Cristina Kirchner). Ahora se trata de tapar tan solo una muerte: la de un fiscal que denunció el objetivo final del inexplicable pacto firmado entre el gobierno argentino y el iraní. […] Esta vez lo hace un gobierno que, aunque propicia el castigo de esos genocidas, acaba repitiendo una de sus más infames prácticas, que consiste en enterrar la memoria del muerto en el mar de los infames y dejar impunes a sus perversos asesinos. Así procede el Gobierno. Por algo será”.
A sus conocidas contradicciones y otras condenables actitudes, como la de haber sido parte de una fiesta clandestina en la quinta de Olivos en plena cuarentena o la de haber minimizado la vacunación vip con la que se beneficiaron funcionarios y amigos del poder político, el primer mandatario ha sumado a su archivo personal algunos delirantes proyectos personales, como el traslado de la capital y su propia reelección presidencial.
La dirigencia oficialista recibió con un llamativo silencio la sorpresiva confesión del Presidente de que soñaba con trasladar la capital
Con no poca sorpresa, que se convirtió en un llamativo silencio en la mayor parte de la dirigencia oficialista, la sociedad recibió en diciembre último una pública confesión del presidente Fernández. Desde Monteros, provincia de Tucumán, donde encabezó un acto público, el primer mandatario afirmó que le gustaría llevar a cabo un proyecto tan controvertido como utópico esbozado casi 35 años atrás por Raúl Alfonsín: trasladar la capital lejos de Buenos Aires.
En momentos en que nuestro país experimenta niveles de pobreza e inflación altísimos, y en medio de un creciente riesgo de caer en cesación de pagos, Alberto Fernández admitió que todos los días piensa “si la capital de la Argentina no tendría que estar en un lugar distinto al de Buenos Aires”. Y añadió que la imaginaba en el norte del país, con el fin de poner en valor a esa región.
El hecho de que su comentario no haya tenido gran trascendencia ni que haya merecido mayores repercusiones en el ámbito político en los dos meses posteriores da cuenta de que ni siquiera buena parte de la dirigencia de la propia coalición gobernante parece tomar demasiado en serio al Presidente. El silencio que provocaron aquellas declaraciones en el propio oficialismo bien podría ser considerado una señal de reprobación hacia un jefe del Estado que debería ocuparse de cuestiones mucho más importantes.
De nada sirve recuperar el centro de la escena política mediante declaraciones inoportunas, que no hacen más que aumentar la convicción general sobre las falencias éticas y la falta de coherencia de sus gobernantes
La sorpresiva iniciativa presidencial apenas contó con el aval del dirigente piquetero Juan Grabois, quien propuso la realización de una consulta popular para ponerla en marcha, y del gobernador chaqueño, Jorge Capitanich, quien aprovechó para postular a su provincia como sede ideal para albergar a la futura capital argentina.
Los disparatados designios del Presidente no terminaron allí, ya que, días después de expresar su deseo sobre la capital, admitió que podría buscar su reelección presidencial. “Si las condiciones están dadas, voy a hacer lo posible por seguir gobernando”, dijo, ante una consulta que le formuló el periodista Jorge Fontevecchia.
Tal vez el primer mandatario sienta la necesidad de no seguir perdiendo centralidad en su opaca gestión y busque llamar la atención con semejantes delirios, a contramano de la complicada situación del país y de las preocupaciones ciudadanas. Debería saber que de nada sirve recuperar el centro de la escena política mediante declaraciones inoportunas, que no hacen más que aumentar el escepticismo ciudadano y la convicción general sobre las falencias éticas y la falta de coherencia de sus gobernantes.
Fuente: La Nación
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