Luego de las PASO, Hebe de Bonafini declaró: “Alberto y Cristina son como esos matrimonios que se separaron y siguen juntos para que los nenes no sufran”. No se equivocó. Argentina entró en zona de peligro. Lo que está por venir luce preocupante. Sin reservas y con un acuerdo pendiente con el FMI, la economía se complica día a día, la pobreza aumenta, la política continúa mostrándose impotente para resolver los problemas de la gente y la educación pasa por su peor momento. Entre los cepos infinitos y la falta de importaciones los empresarios luchan a diario para sobrevivir en un país que los asfixia además con impuestos imposibles de pagar, a la vez que el Estado, bobo, sigue inflamándose con más gastos y una emisión monetaria sin fin. Estamos entre las diez ciudades más “baratas” del mundo a consecuencia de la feroz devaluación que padecemos. Mientras todo esto sucede los intereses del Gobierno siguen transitando entre la impericia de unos y la soberbia de otros.
Alberto festeja porque entiende que ganó perdiendo. Cristina sale a corregirlo nuevamente en público y reconoce una “derrota histórica” a nivel nacional. Alberto celebra porque a pesar de la derrota él obtuvo un triunfo personal y se lo hizo saber a Cristina en el festejo del 17 de noviembre. CFK recoge el guante, en su última carta sin romper la coalición de gobierno, se corre a un costado y deja en el presidente la responsabilidad por los destinos de la nación y el acuerdo con el FMI -de cuyas consecuencias nadie quiere hacerse cargo-. La responsabilidad es la famosa “lapicera”. Esa visión dicotómica de la realidad es la que nos tiene atrapados entre la impericia y la soberbia. Ninguno habla de la inflación, de la emisión desbocada, de la pobreza y de la pésima educación que estamos dando a nuestros hijos. El relato es Macri y el FMI. La imagen es el Titanic hundiéndose y Cristina alejándose en un bote, mientras la orquesta desafinada de los relatores del relato canta en la cubierta “Tráiganme la Pfizer”.
Luciano González
La colisión con el iceberg parece inevitable. Que la “autonomía” del Presidente hoy sea algo que está fuera de discusión -aunque nadie lo creé seriamente- significa que antes sí lo estuvo. Que Cristina diga públicamente que la lapicera es de Alberto, es tanto como reconocer que ella se la prestó. Son diatribas discursivas que navegan en la mar de la ambigüedad, como una forma de alejarse de las decisiones del gobierno, pero sin la necesidad de romper formalmente. Ahora es Cristina la que salió del cuarto de comando, y se fue al camarote a esperar un final anunciado, por cuyas consecuencias no quiere ser alcanzada. El problema es que estamos a pocos días de que cambie la composición de la Cámara de Diputados y del Senado que ella preside, y, dentro de los nuevos integrantes se encuentran varios que se caracterizan por su buena capacidad discursiva, como sucede con el cordobés Luis Juez. Serán esos nuevos integrantes del Senado los que se ocuparán seguramente de mantener a raya a la Presidenta de la Cámara, que no tiene voto, salvo en caso de empate. Cristina de directora de orquesta pasará ahora a ocupar un lugar privilegiado en primera fila para ver el espectáculo. Todo un desafío para su carácter.
La Vicepresidenta asumió mucho más rápido que Alberto la pérdida de cinco millones doscientos mil votantes. Una cifra descomunal para un gobierno populista que hipotecó, nuevamente, el futuro de los argentinos, en un intento desesperado por ganar una elección que terminó perdiendo. Se sigue recurriendo al trillado argumento “ah, pero Macri”, sin entender que esa línea de pensamiento es precisamente la que tuvo más peso en la fuga masiva de votos. Macri tendrá sus culpas y le costó perder las elecciones de 2019. Pero nadie se está haciendo cargo del desastre que estamos viviendo actualmente. El Estado nacional es hoy un globo inflamado volando a mil metros de altura a punto de explotar. Un gobierno que hace del déficit fiscal su forma de vida tiene el fracaso garantizado.
El grave problema que tenemos actualmente no pasa por la “política”, sino por los “malos políticos” y la creciente indignación que causan en la ciudadanía. Como toda crisis de credibilidad, siempre tiene un efecto revelador. Nuestro Presidente ha quedado marcado por sus permanentes contradicciones, por decir una cosa y hacer otra (la foto de la fiesta de Olivos, por ejemplo). La sociedad siente hoy un grado mayor de indignación con la casta dirigente. Milei es una consecuencia de ese efecto no deseado de los partidos mayoritarios, llama la atención la cantidad de votos que alcanzó en los barrios carenciados.
La confrontación ideológica a la que nos vemos expuestos a diario incrementa la indignación de la sociedad. Que el ministro Kulfas pretenda justificar una medida de gobierno -que prohíbe la financiación en cuotas tanto de pasajes al extranjero como de hoteles y demás servicios- sosteniendo que “quien se quiera ir al exterior que lo haga, pero que se lo pague” es de una torpeza inusitada. Importa desconocer que las libertades individuales están por encima de los deseos de los funcionarios públicos. No todos los que viajan al exterior son ricos que van en primera clase. La gran mayoría, y más en épocas festivas, lo hacen con el deseo de reencontrarse con sus seres queridos, visitar a los que están transitando los últimos días de sus vidas, o simplemente porque se partieron el lomo trabajando todo el año y decidieron darse el gusto de conocer a Mickey Mouse. Ningún funcionario tiene el derecho a criticar o entrometerse en la vida de los ciudadanos.
También el senador nacional del Frente de Todos por Neuquén Oscar Parrilli, que nos tiene acostumbrados a sus dislates intelectuales, sostuvo: “No es responsabilidad de Cristina Kirchner lo que ocurra con el FMI”… “La clase media no va a poder viajar al exterior porque los dólares tienen que ir para el FMI, esa es la verdad de la milanesa”. Dichos como estos y otros (no nos olvidemos del apriete público que sufrió Nik a manos del Ministro de Seguridad) generan una confrontación ideológica innecesaria entre el servidor “público” y la población a la sirve. Y es precisamente en ese punto donde la ideología como relato discursivo que intenta justificar lo injustificable nos lleva directamente al barro de la batalla ideológica. Cada uno tiene derecho a pensar lo que quiera, pero cuando se cumple una función pública se debe triplicar el respeto por el que piensa distinto, a la vez que se cuadruplica la mesura, la paciencia y el diálogo.
La legitimación política que se pretende mediante la confrontación y la agresión no es un camino que nos lleve a buen puerto. Donde se cruzan la impericia con la soberbia nada bueno puede suceder. La sociedad argentina cruje por todos lados. La propia coalición de gobierno tiene sus grietas internas que hacen cada vez más ruido. La oposición tiene lo suyo. Cristina se esconde detrás de las cartas en lugar de dar la cara, aceptar una entrevista y explicar todo lo que deba ser explicado, a la vez que permita que se le pregunte todo lo que debe ser preguntado. Pareciera que hoy no tiene el ímpetu necesario para enfrentar nuevamente una entrevista como la realizada en 2017 porLuis Novaresio.
CFK en los estudios de Infobae (2017) – Adrián Escandar
El nivel de nihilismo que se maneja los principales referentes de la coalición gobernante es tan llamativo como suicida. Se pegan un tiro en los pies tras otro. Que Grabois diga públicamente que no cree que Cristina Kirchner “sea el liderazgo del futuro” es una clara señal de la falta de entusiasmo que su actualidad está generando en la población -con las cartas, los tuits y los silencios incluidos-, corroborada por la fuga masiva de 5.2 millones de votos. Cristina sabe que su “figura” ya no es lo que supo ser. Los tiempos han cambiado, pero la soberbia sigue intacta. A pesar de que el ex mandatario ecuatoriano Rafael Correa exprese que “hay Cristina para rato”, resulta una contradicción patente con la realidad de las urnas, y que evidencia el propio Grabois en sus recientes afirmaciones públicas.
La última carta de Cristina es más importante por lo que no dice y omite, que por lo poco que expresa. La realidad de los argentinos va por otros rumbos. Los negacionistas de la crisis actual, también rechazan sus propias responsabilidades. Que hoy tengamos un Presidente de la Nación de la talla de Alberto Fernández es responsabilidad de Cristina, ya que fue su dedo el que lo colocó como candidato, arrastrando los votos necesarios para lograr ese objetivo. Hay muchos temas respecto de los cuales ha guardado un estratégico silencio, pero sobre los que aún nos debe una explicación. No se le escuchó decir a Cristina si vacunarse antes de turno estaba bien o mal. Tampoco se expresó sobre la foto de Olivos. Son demasiados los silencios y eso le quita fundamento a lo poco que dice. Nos debe, a los argentinos, hablar de todo lo que tiene que hablar. De nada nos sirven sus epístolas teledirigidas únicamente a los pocos temas que motivan su interés personal, que por cierto no son los de la gente “común”.
La patética actualidad que vivimos es consecuencia directa del bajo nivel, en general, de nuestra clase dirigente. Argentina es una nación que pierde a diario “perdiendo”. Tenemos más pobres, más indigentes, más inflación, nuestra moneda cada vez vale menos, la emisión es, a estas alturas, absurda. El déficit fiscal pareciera no tener fin. La educación está pasando su peor momento. Pero seguimos escribiendo cartas y discutiendo por los medios afines a un lado y otro de la grieta, para ver quién tiene la razón, cuando en realidad, todos, absolutamente todos, estamos jugando el partido equivocado, ya que la solución de los problemas de nuestra devastada nación pasan por otros caminos, que son precisamente los senderos que la casta dirigente se empeña en no transitar. Un solo ejemplo alcanza para todo: ordenar de una buena vez y para siempre el déficit fiscal importa dejar de gobernar para ganar la siguiente elección y asumir el costo político de hacer todo lo necesario para sacar el país adelante.
Hoy no hay, o no se avizora al menos, que la casta dirigente esté dispuesta a transitar esos caminos. Lo que me recuerda una frase de Ronald Reagan: “No existe bestia en el mundo más peligrosa que un ignorante con poder”.
Fuente: Infobae.com
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