Hablar de la herencia no alcanza: el Gobierno debería proponer un plan económico

La noche del 11 de agosto de 2019 una avalancha de votos disconformes con el gobierno de Cambiemos convirtió al actual primer mandatario en el seguro futuro presidente de los argentinos. Quien hasta pocas semanas antes era tan sólo un operador de la precandidatura de uno de sus actuales ministros se transformó en el hombre que conduciría la Argentina. Ha transcurrido un año desde ese entonces.

El actual Presidente de la República asumió el 10 de diciembre, pero sabe que sería Presidente desde hace un año. Desde entonces los argentinos esperamos que el gobierno presente un plan económico para resolver los graves problemas materiales del país. Desde luego quien hoy ocupa la Presidencia no es el único ni el mayor responsable de la actual situación del país. Una combinación de factores -la herencia de sus antecesores, la mala reputación de un sector importante de la alianza electoral que lo llevó al poder y la aparición de una maldita pandemia universal- resultan innegables. Pero así como no es culpable del presente, sí es responsable por no ofrecer a la ciudadanía un programa integral para enfrentar el drama económico argentino.

La decisión de mantener un esquema de conducción de la política económica parcelada en distintos ministerios y agencias parece replicar un modelo fracasado en el pasado. Con el aparente objeto de no tener un ministro de Economía fuerte que pueda eclipsar al Jefe de Estado, se ha elegido la compartimentación de la política económica en varios funcionarios. Esta concepción -a mi juicio equivocada- ni siquiera es novedosa. Se trata de un error que cometieron los gobiernos surgidos en 1971, 1981 y 2015.

Tan temprano como el 19 de diciembre del año pasado, el diputado por Mendoza Omar de Marchi advirtió en la Cámara baja que el nuevo gobierno no tenía un plan económico para enfrentar la crisis del país. Casi ocho meses más tarde esa situación persiste.

El actual mandatario ha llegado al poder con votos prestados, tras una brillante estrategia electoral de quien es hoy su vicepresidente. Esa oportunidad irrepetible lo convirtió en Presidente de la Nación. Pero como a todos los gobernantes de este mundo, al actual jefe de Estado no le fue dado a elegir el tiempo en el que le tocaría gobernar. Días aciagos, plagados de problemas son los que debe enfrentar. Pero mientras que las dificultades existentes no se le pueden achacar, la ausencia de ideas y planes para enfrentarlas si es su responsabilidad.

Mientras atraviesa su invierno del descontento, el Gobierno ve a su alrededor crecientes inquietudes. Aquellas que provienen de los opositores, pero especialmente las que aparecen entre quienes lo votaron. Acaso esperanzados en una reparación material que nunca llega y en una heladera cada vez más vacía. Y en las voces que advierten sobre esta inexcusable realidad de la ausencia de planes, programas e ideas.

En tanto, el día 19 el presidente de la República aseguró ante el Financial Times que “francamente” no creía en los planes económicos. Sin embargo, el 20 de noviembre del año anterior, durante una conversación telefónica con la directora ejecutiva del Fondo Monetario el entonces presidente electo había afirmado su “intención de poner en marcha un plan económico que nos permita crecer, para llegar a un acuerdo de pago que podamos cumplir sin más ajuste para los argentinos”.

Desde ya, no fue esta la primera contradicción del jefe de Estado. Casi no hay ninguna declaración suya que no pueda ser replicada por otra manifestación emitida por él mismo.

Las declaraciones del Jefe de Estado sobre la no necesidad de contar con un plan económico se producen cuando la Argentina acumula un presente complejo que combina recesión, una década de estancamiento, altísima inflación, una deuda pública de envergadura, restricciones externas y un inquietante déficit fiscal.

Pocos días atrás, el Gobierno logró un acuerdo sobre un tramo significativo de la deuda pública que permitió postergar -una vez más- algunos vencimientos que le permiten despejar el panorama inmediato. La renegociación fue larga y costosa, pero llegó y ello debe ser reconocido.

Es deseable que ahora la administración se decida a proponer un programa económico que combine estabilización y crecimiento. Nada sencillo, desde ya, pero indispensable. Un informe reciente de la CEPAL indica que la Argentina tendrá una contracción económica mayor a la de sus vecinos. A su vez, la pobreza superará con seguridad el promedio de la región que ascenderá este año al 37% de la población, según el mismo informe. En el tramo de la población más joven estos indicadores son aún más dramáticos, con las gravísimas consecuencias que ello implica para el futuro del país. La situación se produce en el marco de una economía mundial que experimenta su mayor caída desde la Segunda Guerra Mundial. Prácticamente la totalidad de los países del mundo verán una disminución de su PBI.

Así como una cuarentena eterna no representa una solución sanitaria a la pandemia del COVID-19, hablar todo el día de la herencia recibida no sustituye la existencia de un proyecto para estabilizar y reactivar la economía. La ausencia de un plan económico desde hace ya un año constituye una de las manifestaciones más evidentes de las debilidades con las que el Gobierno enfrenta el que tal vez sea uno de los momentos más difíciles de nuestra historia.

El autor es especialista en relaciones internacionales. Sirvió como embajador en Israel y Costa Rica.

Fuente: Infobae.com

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