Alberto Fernández, ante dos alternativas para salir de la crisis

Con la humildad que corresponde hablar de estas materias, máxime en tiempos de tanta incertidumbre como los que nos toca vivir, proponemos este análisis interpretativo de dónde estamos parados y hacia dónde podría dirigirse el país.

No se puede entender el presente sin ir al profundo desequilibrio que se gestó durante el kirchnerismo entre el ingreso (las retribuciones a la masa de la sociedad vía sueldos, honorarios, pensiones, etcétera) y el valor de la producción nacional. Ese desequilibrio se podría estimar en un 20% por encima de todos los bienes y servicios que se generan en el país. Es decir, se llegó a repartir un 20% más de lo que se producía. ¿Cómo fue posible?

Néstor Kirchner accedió al poder luego de la brutal crisis del 2001, con los salarios por el piso, con una importante capacidad industrial instalada ociosa y con los precios de las materias primas en fuerte ascenso. Eso le permitió en una primera etapa recomponer sueldos y acumular reservas del Banco Central en base a la soja a 600 dólares y el petróleo a más de 100 dólares el barril en épocas de abundantes saldos exportables.

Comprobado por los Kirchner el alto grado de satisfacción que producía en la sociedad aumentar salarios por arriba de la inflación (y la productividad), siguieron con esa política con el acelerador a fondo hasta el final del segundo mandato de Cristina Kirchner, que coincidió con el agotamiento de las reservas del Banco Central acumuladas en el ciclo de precios excepcionales.

Recibe Macri las llaves del Estado sin reservas y con magros precios internacionales. Si adecuaba el sistema retributivo a la realidad -bajando los salarios un 20% hasta igualar el valor de la producción- lo volteaban en el acto. Es lo que acusaron en campaña que iba a hacer. La única salida que le quedaba para tratar de mantener ese nivel de ingreso era financiarlo con deuda, fundamentalmente externa (aunque también y en menor medida interna, Lebacs, Leliqs, etc.). Con esa receta, la olla continuó acumulando presión. En el 2018 se acabó el crédito internacional, y a no ser por el FMI la explosión se hubiera producido entonces. Pero venía el G20 en noviembre de ese año y Occidente no podía permitirse el papelón de que estallara la Argentina -con su niño mimado a la cabeza- por lo que el préstamo del organismo fue inusitadamente generoso, como para que el gobierno llegue al fin de su mandato, pero a condición de ir bajando paulatinamente los ingresos. Así sucedió, pero esa reducción propició la derrota de Macri de fin del 2019.

Recibe Alberto Fernández el gobierno en condiciones aun más difíciles, sin reservas -o muy pocas-, con bajos precios y sin nadie en el mundo dispuesto a prestarle un peso al país. Y con dos bombas latentes a explotar: a) el desfasaje del 20% de plus que reciben los sueldos con relación al valor de los bienes producidos, y b) la deuda externa imposible de afrontar.

Fernández arrancó derrapando en los primeros meses de su gestión, hasta que apareció esta tragedia que es el Covid-19, que resultó para él una bala de oro. Acertó con las medidas iniciales, lo que le da un gran margen de oxígeno para enfrentar los duros pasos que se vienen. Será clave como administra la salida de este impasse. Si la busca por el lado de la inversión, tendrá un camino difícil, no hay duda, porque la Argentina carga un estigma negativo amén de esas pesadas mochilas. Ahora, si toma el otro camino, el de confrontar con el capital (que se pondría de manifiesto si opta por el default y por el impuesto a la riqueza), esa salida puede llevarnos a cualquier parte.

La intención de aplicar un impuesto adicional a la riqueza (por sobre el que acaba de gravar a los bienes personales, que aun llamándose distinto recae en los mismos públicos) va a constituir un descomunal desestímulo a la inversión, que va a producir una caída de la actividad, y por ende, de los ingresos del sector público que será mayor de lo que se espera recaudar con ese impuesto. La imagen de que estamos todos en el mismo barco se aplica en esta ocasión más que nunca a empresarios y trabajadores. Si matamos al empresario, dejamos al trabajador en la calle.

De todas formas y en cualquier circunstancia, el Gobierno tendrá que administrar un nuevo escenario que implica que todo el sector que recibe una retribución mensual (ya sea pública o del sector privado, o como profesionales o independientes) sufrirá una pérdida de sus ingresos en torno al 30% (es una mera suposición, ya que un 20% correspondería a lo que viene de arrastre, más otro 10% como mínimo y como consecuencia de la contracción que produce la pandemia).

Ello va a posicionar a la Argentina como uno de los países más pobres de América Latina, ya que nuestros vecinos, tanto Chile como Uruguay y Brasil van a sufrir la contracción propia del Covid-19 -que afectará sus ingresos en un 10 o un 15%- pero están en situaciones financieras infinitamente más sólidas y no arrastran la sobrecarga que pesa sobre la Argentina. Esos países, para presentarlo de una manera figurada, bajarán del piso 9 al 7 o al 6, mientras que para la Argentina puede significar una caída del piso 11 al 4. Y si encima busca explicar que el culpable ha sido el capital y lo persigue, la contracción y el sufrimiento del país serán aun mayores, caería entonces al segundo o al primer piso, cerca de donde esta hoy Venezuela, tal vez el país más rico del mundo en recursos naturales.

Si bien una solución de este tipo es totalmente inviable en la Argentina, quizás la menos traumática -aunque igualmente terriblemente dolorosa- sería que los sectores asalariados, tanto públicos como privados acepten una rebaja en sus retribuciones nominales en los guarismos estimados, para quitarle al Estado la presión de tener que emitir semejantes volúmenes de pesos y evitar así las explosiones inflacionarias, tan dañinas para todos los sectores.

La adecuación de ingresos posiblemente -e infelizmente- se dé por el lado más cruel de todos, por esos saltos inflacionarios que los salarios no pueden alcanzar, hasta llegar a una situación de equilibrio, para a partir de ese punto reinsertar al país en un proceso de inversión y empleo. Ningún escenario va a ser fácil para la Argentina, pero hay que evitar aquel que sumerja a todo el país en la extrema pobreza o la emigración.

Fuente: Infobae.com

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