La nueva polarización, entre la hegemonía y el vacío

La ciclotimia argentina nunca da respiro. En el corto plazo, en la vertiginosa inmediatez de la coyuntura, siempre hay apenas unos centímetros de distancia entre el infierno y el paraíso. O eso parece. La realidad muestra que en el mediano y largo plazo solo se confirman breves estadías en esos extremos y demasiado tiempo en un purgatorio descendente del que no se logra salir. Esta sería una nueva oportunidad de romper el círculo vicioso.

Estabilizar el país y su gestión en algún punto virtuoso del extremo superior para desde allí empezar a lograr un crecimiento sostenido, que termine con el histórico y paralizante empate hegemónico, es el mayor desafío que tiene el gobierno de Javier Milei.

También, es la gran ocasión que se le presenta al proyecto libertario de romper la larga inercia decadentista después de un triunfo electoral de una magnitud imprevista (hasta para los oficialistas) logrado hace dos semanas. Para Milei, más que abrirse, se secaron las aguas del mar Rojo que, según él, le cortaban el paso hacia la tierra prometida, podría decir en consecuencia con sus recurrentes referencia bíblicas. Es su ventana de oportunidad.

Ahora, después de haber alimentado la polarización extrema con el kirchnerismo (o su fantasma) amenazante, se enfrenta a la realidad de administrar la nueva polarización que asoma. Será entre la pulsión (o pretensión) hegemónica libertaria y el vacío opositor en cuanto a proyecto de país.

En la dimensión nacional, la ausencia de un rival electoral que tuviera presencia en todas las provincias se ve ahora, con el resultado de los comicios puestos, como una realidad aumentada exponencialmente. En solo dos semanas se acumularon evidencias.

La derrota dejó aturdidos, pero sobre todo más debilitados, por fragmentación extrema, a los distintos espacios opositores casi por igual.

Por un lado, el comportamiento inicial de la mayoría de los gobernadores tras la reunión en Olivos con el Presidente, gestada por el expulsado Guillermo Francos y reforzada después de las primeras llamadas que recibieron del aún no asumido ministro del Interior, Diego Santilli, exhibió de manera palmaria la nueva realidad.

Los mandatarios provinciales no se rindieron ni le entregaron un cheque en blanco a Milei, pero reforzaron su disposición absoluta a dialogar y apenas expusieron demandas bastante elementales, más referidas a incumplimientos pasados que a exigencias futuras capaces de impedir acuerdos y de obstaculizar la aprobación de los proyectos del Gobierno, empezando por el presupuesto 2026.

Aunque 2025 todavía no concluyó y seguramente aún ofrecerá novedades, ya se advierte el típico comportamiento de la política durante los años pares.

Por otro lado, el Gobierno revalidado salió a maximizar el beneficio del triunfo y a lograr concreciones que le den una plataforma más sólida que el soporte social, que siempre puede ser volátil, y lo hizo en varias dimensiones con acciones concretas.

Milei, en primer lugar, pareció asumir su rol de presidente, que es más amplio que el de jefe general de la política económica, en el que se siente cómodo y es el que más le gusta.

Aunque tal vez corresponda decir que, en una nueva excentricidad, Milei adopta el papel de copresidente, junto con su hermana Karina, quien opera como un exoesqueleto psicofísico, destinado a enfrentar situaciones y a ejecutar acciones que por limitaciones, incapacidad o voluntad él no quiere o no puede hacer ni asumir.

La paradoja del achicamiento

El rearmado del Gobierno, con la pérdida relativa de poder de Santiago Caputo ante el incremento de la influencia en grandes decisiones y del radio de acción de la hermanísima, subraya esta nueva condición. Toda una paradoja en estas horas triunfales.

Mientras se busca mostrar una ampliación y una apertura, el Presidente achica el ya acotado sistema de toma de decisiones y cierra el espectro político sobre el que se apoya. Anticipo de una hegemonía hiperconcentrada, obligada a acertar mucho y con poco margen para afrontar situaciones complicadas, errores o fracasos. El achicamiento de los apoyos por voluntad propia en la primera mitad del mandato no opera como una buena referencia.

Sin embargo, la profundización del desconcierto y la aceleración de la fragmentación opositora, así como el respaldo de Donald Trump, habilitan esta nueva composición, sustentada por el 41 por ciento de apoyo en las urnas.

Eso se profundiza cuando frente a esta realidad la principal fuerza opositora también anticipa la dinámica de los años pares en los espacios no oficialistas derrotados.

En estos interregnos no electorales después de un triunfo oficialista, en la oposición suelen producirse los debates y conflictos internos, y las fuerzas centrífugas son más potentes que los pocos incentivos que existen para la convergencia, así como suele aumentar la tendencia a la cooperación con el Gobierno de los opositores menos radicalizados.

Tras las últimas declaraciones públicas de Máximo Kirchner, en las que amplificó sus diferencias con Axel Kicillof –que deberían ser irreconciliables si no fuera por la historia del peronismo–, se sumaron cuestionamientos al hijo bipresidencial de parte de figuras que son o eran aliadas suyas .

Al mismo tiempo, Cristina Kirchner sigue marcando la cancha del perokirchnerismo, aun con el recrudecimiento de sus complicaciones judiciales y la reinstalación en la agenda pública de la mancha de la venalidad sistemática durante sus dos presidencias y la de su esposo, con el comienzo del megajuicio conocido como el caso de los Cuadernos de las Coimas.

En cada carta pública, la expresidenta reafirma su habilidad para mantener vigencia y anticiparse u obturar cualquier intento de sus adversarios internos por ofrecerse como opciones renovadoras. Aunque es cierto que Kicillof tiene un particular talento para quedar atado al pasado.

La reciente reivindicación por parte del gobernador de la anticumbre nestorista de 2005 contra la Cumbre de las Américas, en la que Estados Unidos buscaba concretar el Tratado de Libre Comercio de las Américas (ALCA), pareció el rescate a contracorriente del momento de una pieza de arqueología. Como si de plataforma electoral propusiera el Popol vuh de los mayas.

Se trataría de una particular interpretación del impacto en las elecciones de la intervención trumpista en la política, la economía y las finanzas. Una flamante encuesta realizada por las consultoras La Sastrería, de Raúl Timerman, y Trespuntozero, de Shila Vilker, arroja que para el 75% de los consultados “el apoyo de Tump favoreció electoralmente al Gobierno”.

Más significativo para Kicillof y los suyos resulta que también cree que fue positiva para el Gobierno esa intervención el 61% de quienes en 2023 votaron a la fórmula encabezada por Sergio Massa.

El perokirchnerismo y, especialmente, el gobernador bonaerense podrían argumentar en su defensa de seguir ofreciendo una actitud reactiva y no propositiva que el 53,2% de los consultados considera negativa para el país esa intervención y que solo el 43% (casi el mismo porcentaje que obtuvieron los candidatos libertarios el 26 de octubre) la ve como un hecho positivo.

También pueden contar que un abrumador 97,8% de los votantes del perokirchnerismo en 2023 la ve como algo negativo. El votante duro kirchnerista puede quedarse tranquilo si su propósito es testimonial.

Ese posicionamiento es todo un desafío a la tesis del politólogo Andrés Malamud sobre el efecto benéfico que, si funciona, tendría lo que él denominó “la invitación al desarrollo” que, “por primera vez en un siglo”, le hace una potencia, como Estados Unidos, a la Argentina.

No obstante, Malamud también advirtió que tal alineación absoluta es una apuesta “arriesgadísima de Milei”, que “si sale, es un golazo, y, si no, perdemos todo”.

Los ejemplos virtuosos de “invitaciones al desarrollo” remiten a situaciones que ocurrieron como mínimo hace 40 años, como la incorporación de España y Portugal a la entonces Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea.

Habrá que ver, entonces, si la hipótesis del teórico responde a categorías vigentes o que ya quedaron obsoletas, en medio de la vertiginosa transformación que atraviesa el mundo y cuando la transferencia de poder de Occidente a Oriente parece inexorable.

De todas maneras, antes que eso, lo que agrava el problema central del perokirchnerismo es la ausencia de una propuesta renovadora y que ese núcleo duro y homogéneo que conserva en el rechazo al Gobierno se ha ido achicando. Hoy constituye apenas un tercio de los votantes, pero si contabilizamos la abstención, eso representa poco más del 20% del electorado. Lo que equivaldría a decir que el peronismo nunca fue tan minoritario.

Por otro lado, si incluimos en el análisis el ausentismo, se ven agravadas la crisis de representatividad general de la dirigencia política y la ausencia de liderazgos emergentes nacionales, por fuera del oficialismo. Hoy, más del 60% del padrón integra en el plano nacional el colectivo de los nuevos huérfanos de la política, concepto instaurado por el sociólogo Juan Carlos Torre tras la crisis terminal de 2001.

El porcentaje se ampliaría si se contabilizara el número de quienes votaron a los candidatos violetas hace dos semanas menos por adhesión a Milei y los suyos que por temor a una resurrección del kirchnerismo, el horror a una nueva crisis económico-financiera que afectara la gobernabilidad y por la confianza o la ilusión que, como se vio antes, les provocó la asistencia de Donald Trump y su secretario del Tesoro, Scott Bessent.

En ese cálculo hay que incluir la muy magra performance nacional del novel espacio formado por los gobernadores de Córdoba, Santa Fe, Chubut, Santa Cruz, Jujuy y Corrientes, llamado Provincias Unidas, que tenía por pretensión convertirse en una tercera fuerza y en una nueva opción político-electoral, que, por ahora, está destinada a esperar. Como mínimo.

Además, cuando ni siquiera había terminado el duelo por las duras derrotas sufridas en sus provincias, dos de esos mandatarios cuyos candidatos terminaron terceros, como el chubutense Ignacio Torres, en primer lugar, y el santafesino Maximiliano Pullaro, junto al correntino Gustavo Valdés (el único que salió airoso), mostraron su disposición a colaborar con el Gobierno, aunque sin darle ningún cheque en blanco.

Tal realidad en números y actitudes del universo no oficialista, que muestra una carencia de representatividad y de generación de expectativas extremas, alimenta el sueño libertario. Pero también podría ser un aporte a su confusión y llevarlo a sobredimensionar el apoyo, así como la planicie del camino hacia 2027. Al menos, el flamante ministro del Interior dice estar prevenido ante ese posible espejismo.

La nueva polarización de estos días se da así entre la pretensión y la pulsión hegemónica libertarias y el vacío opositor. Pero en política, más tarde o más temprano, todo vacío tiende a llenarse.

La ventana de oportunidad que tiene el Gobierno ahora es grande, aunque no infinita, y se requiere pericia para aprovecharla. Los desafíos pendientes en casi todas las dimensiones y las demandas son muy extendidos.

Por Claudio Jacquelin

Fuente: La Nación

Sea el primero en comentar en "La nueva polarización, entre la hegemonía y el vacío"

Deje un comentario

Su email no será publicado


*