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La renovación de autoridades de la CGT dejó heridos. El sector de Luis Barrionuevo y sus aliados, como los ferroviarios de La Fraternidad, amagaron hasta último momento con romper, pero terminaron acordando. Otros, como la Confederación de Empleados Municipales (CTM), también se retiraron antes del congreso cegetista, disconformes con el armado del consejo directivo, donde perdieron lugar a manos de su rival interno, la Confederación de Obreros y Empleados Municipales de Argentina (Coema). Sin embargo, el golpe más fuerte lo dio la Unión Tranviarios Automotor (UTA), el poderoso gremio de los colectiveros. Su jefe, Roberto Fernández, no avaló al nuevo triunvirato de mando y se abrió disgustado del armado sindical.
“Nosotros no queremos irnos a ningún lado, pero no estamos de acuerdo con esta situación”, expresó el miércoles Fernández al irse del estadio de Obras. “Estoy de acuerdo con la unidad, no con tres secretarios generales. Esta era la oportunidad para poder hacerlo, pero lamentablemente mi idea y la de otros compañeros no resultó. Hace dos mandatos que lo de lo del triunvirato no da resultados”, dijo. Su diagnóstico es compartido por el sector de Barrionuevo. Sin la UTA, la nueva CGT no contará con el poder de fuego de los colectiveros en caso de ir hacia un paro general. Una señal inevitable de debilidad.
El trasfondo del rechazo de Fernández tenía una razón: frenar la asunción de Cristian Jerónimo, titular del sindicato de los Empleados del Vidrio, como uno de los miembros del triunvirato.
¿Por qué tanta resistencia hacia Jerónimo? En los pasillos sindicales abundan las versiones, pero varios recuerdan algo en particular. “Porque se le endilga haber intervenido en internas de otros gremios, como la UTA”, explicaron desde el sector que encabeza Barrionuevo, quien perdió su silla en la conducción tras la salida de Carlos Acuña (Estaciones de Servicio) y con quien Fernández tejió la fallida resistencia electoralista en los últimos meses para bloquear el ascenso del hombre del Vidrio, promovido para esta ocasión por Gerardo Martínez, máxima autoridad de la Uocra.
Fernández directamente lo responsabiliza por haber apoyado la violenta toma de la sede de la UTA, en 2019, por parte de una patota que respondía a Pablo Moyano. Aquella vez las escenas fueron dantescas: hombres subiendo en escaleras por la fachada del edificio, oficinas destruidas, vidrios estallados, cajas fuertes vulneradas, saqueos y autos volcados. Como si fuera poco, en el lugar estaba el propio Fernández, quien resistió con un grupo afín atrincherado en el techo.

Con un estatuto híper restrictivo para competir, en 2022 Fernández fue reelecto en la UTA ante el desafío opositor, encarnado en Miguel Bustinduy, el principal apuntado detrás de aquella brutal revuelta, que derivó en una causa radicada en la Justicia por “los delitos de coacción, daño, lesiones dolosas y robo en poblado y en banda”. Fernández afirma que detrás de Bustinduy actuaron Pablo Moyano y Jerónimo, y el grupo empresario DOTA.
Los Moyano se mostraron abiertamente críticos de la gestión de Fernández, sin embargo, siempre negaron haber tenido injerencia alguna en aquella violenta toma en el edificio de la UTA de la calle Moreno al 2900, que terminó destruido.
Con el correr del tiempo, Cristian Jerónimo armó su propio recorrido lejos del moyanismo y se alineó con Gerardo Martínez. “No cualquiera pasa de Camioneros a la Uocra, que son sindicatos históricamente antagónicos. Pero Cristian siempre fue muy hábil para moverse y pertenece a una nueva camada de la juventud sindical que empezó a forjarse en 2016. Hoy, creo que mucho antes de lo imaginado, le llegó su momento”, dijo a LA NACIÓN una fuente que conoce del mundillo sindical.
El vacío al último paro general
La UTA arrastra tensiones con la CGT desde hace meses. Se agudizaron las diferencias cuando en abril de este año los colectiveros no se plegaron a último momento a la huelga general que la central obrera había activado contra la administración de Javier Milei. Con los colectivos circulando, la huelga perdió fuerza.
Algunos sindicalistas tomaron esa actitud de la UTA como una traición. Paradójicamente, la decisión de no parar esa vez también fue impulsada por los colectiveros de la Unión de Conductores de la República Argentina (URCA), el gremio alternativo que fundó Bustinduy, escisión que nuclea a unos 5000 choferes exclusivamente de DOTA, que suele ser reticente a las medidas de fuerza.
Con unos 60.000 afiliados, la UTA hoy no figura ni siquiera entre los diez gremios más populosos, aunque mantiene un enorme poder de fuego a la hora de tener que lanzar un cese nacional de actividades.
Por Manuel Casado
Fuente: La Nación

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