El presidente Javier Milei triunfó en octubre de 2023 con tres banderas: la eliminación del déficit fiscal y de la inflación en el menor tiempo posible, y la descalificación generalizadora de lo que ha llamado “la casta política”.
Viene alcanzando sus dos primeros objetivos. Impresiona que una inflación que había superado en los últimos tiempos de la era kirchnerista el 200% anual, hoy esté, por momentos, por debajo del 2% mensual. Desreguló, además, con el aparatoso símbolo de una motosierra, adiposidades que se habían acumulado en años de desidia y de responsabilidades compartidas en el funcionamiento de la estructura del Estado por sucesivos gobiernos. Lo hizo a veces con llamativa falta de tacto político y de provocación innecesaria sobre la delicada piel de la sensibilidad social.
El restante propósito, vinculado con la llamada “casta”, fue menos original y auténtico. Ante la orfandad de cuadros y dirigentes probados en la defensa de cuestiones programáticas afines, el mileísmo reclutó en 2023 lo que encontró a mano. No vaciló en incorporar a oportunistas, veteranos de sucesivas etapas de cocción política, unas reñidas con otras. Actuaron con la desfachatez patentizada en grescas hasta entre ellos mismos, tiñéndose la personalidad de varios de entre ellos en las aguas servidas de esas reyertas. Degradaron, aun en mayor grado del ya conocido, la ilusoria majestad del Congreso.
Milei ha sido un presidente distinto entre todos quienes gobernaron la Argentina. En términos personales, ha sido el de más desmedrada fibra emocional. Ha hecho gala de un amateurismo inconcebible en las cuestiones negociables de la política, cuando hubiera sido más fácil para él, y menos costoso para la serenidad y el orden institucional, no trenzarse en peleas ociosas.
En el armado electoral de este año, la arrogancia de Karina Milei y su cohorte de seguidores han hecho un daño inocultable. Hay algunos signos de enmienda, como el relativo anuncio presidencial de bajar el tono de sus insultos, pero si su hermana es para él más que la mano derecha lo menos que puede pedírsele a esta es que lo ayude en la tarea.
Si alguien no puede sentirse agraviado por los ataques a “la casta política” es el peronismo. Perseveró por años en la injuriante referencia a la “partidocracia política” e incluía en el desdén a toda una constelación política.
El peronismo había sido proscripto desde fines de 1955 y logró, entre contradicciones previas de militares y civiles hostiles a legalizarlo, actuar al fin en el Congreso de la Nación y las legislaturas provinciales, sobre todo durante el gobierno del presidente radical Arturo Illia. Pudo volver a gobernar, y ya sabemos cómo lo hizo, desde mayo de 1973, sumiéndonos en la aceleración de la involución nacional que ha perdurado hasta estos días.
Hoy nadie demandaría la proscripción de una fuerza política. Aquello fue una cuestión de época. El peronismo había sido la matriz de una dictadura constitucional, fuertemente apoyada en las urnas, es verdad. Al caer por una movilización cívico militar -y no solamente militar como incorrectamente suele decirse-, pesó sobre su suerte una retribución de “diente por diente”, por decirlo en términos bíblicos tan actualizados, como la que pagan aun hoy, por disposiciones constitucionales alentadas los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo en Italia, y el nacionalsocialismo en Alemania.
No se trata de que “frente a cada necesidad hay un derecho”; se trata de que se cumpla con la norma de que “frente a cada gasto, deber haber una contrapartida de ingresos”
Como quien se enamora de un juguete nuevo, Milei se enamoró de las redes sociales. Allí anidó la fuerza más contundente para explicar su irrupción exitosa, sorprendiendo con un estilo ajeno a cualquier modelo clásico. La aprovechó con la osadía que se experimenta en el anonimato de las redes y con un temperamento que no se arredra, como hubiera sido lógico, ante los límites naturales de cierta ignorancia orgánica que no compensa la gracia del conocimiento personal ceñido al dominio académico de la economía y las finanzas.
Al cabo de varias experiencias del kirchnerismo, la expresión más perversa y corrupta del peronismo en sus ochenta años de existencia, la mayoría de los argentinos se entregaron, sabiendo los riesgos que corrían con Milei, al candidato que prometía cerrar un ciclo calamitoso para el interés del país. Si Milei primero descolocó al peronismo, después, con parecido tratamiento contribuyó a la disociación en la que se encuentran hoy otras fuerzas del arco político.
El fenómeno del kirchnoperonismo, como un gran negocio clientelar asociado a lo peor del Estado, se ha manifestado con tan pocos escrúpulos que todavía anidan en funciones públicas personajes vinculados con Sergio Massa, aquel llamado por sus compadres “Ventajita”, por el estómago para medrar dónde sea y cómo sea. A él también alcanzan, y no solo a Axel Kicillof y Cristina Kirchner, los vientos de una consigna que seguramente en octubre hará suya, pero no necesariamente por amor a Milei, una buena parte de la sociedad: nunca, por nada del mundo, volver al 9 de diciembre de 2003. ¿Podrían declararse hechos en vano más de veinte meses de durísimos sacrificios?
Admítase que aquel hilo de complicidades comunes ha sido útil al kirchnoperonismo para conservar, al menos hasta aquí, la unidad precaria, pero esencial, que le facilitó la victoria en Buenos Aires. Fue en lo fundamental una elección de intendentes que veremos si se mueven en octubre con igual intensidad que en septiembre. No pueden alardear de una ventaja como aquella, originada, es cierto, en tratos oscuros, las fuerzas de la oposición.
El caso de “Chocolate”, en el Senado bonaerense, provocó en sus días la ira del ciudadano de a pie. A nada, sin embargo, se ha llegado hasta ahora como para que no quede sin remedio penal el cobro por una persona –sin duda comisionada de otras-, de sueldos de decenas de “noquis” del cuerpo. Si nada sucede de ejemplar, deberá entenderse que fue porque las mismas responsabilidades por ese caso, u otros parecidos, complicaban por igual al oficialismo bonaerense y a fuerzas de la oposición. Habrá habido así otra trapisonda de “la casta”, y lo peor es que ni siquiera el Gobierno puede alardear a esta altura de estar libre de todo pecado o de haber sido más pulcro en algunos asuntos.
La oposición de cuño republicana merecerá ser tomada en cuenta en octubre si logra proyectarse como fuerza reparadora y de morigeración de las propuestas más delirantes de la política. Deberá transmitir rotundas evidencias de decencia, de razonabilidad en los planteamientos económicos y sociales, y de proyección de figuras que alienten la esperanza de una depuración política para el ciclo que se abra a fines de 2027. Quien quiera ser líder debe entender que no hay derechos adquiridos para quien se desentienda de que es una tarea de tiempo completo.
La ciudadanía mal podría distraerse en el reclamo severo sobre nada de esto, que abarca el cumplimiento estricto de una regla de oro en cualquier hogar llevado adelante con mínimo criterio: no se trata de que “frente a cada necesidad hay un derecho”; se trata de que se cumpla con la norma de que “frente a cada gasto, deber haber una contrapartida de ingresos”. De lo contrario, el hogar, en un caso, y el país, en otro, se encaminarían a la destrucción.
No pueden pasarse los presidentes y ministros de Economía dando vueltas por el mundo a fin de que, como contrapartida de una política exterior comprometida en favor de situaciones que en el futuro puedan tener no poco de aleatorias, se logre la tabla de salvación cuando el ay está en la boca. Basta con ver la desconcertante y críptica declaración del secretario del Tesoro norteamericano sobre las retenciones a la producción agropecuaria cuando su propio país no solo no las impone a sus productores, sino que, además, suele subsidiarlos.
Fuente: La Nación
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